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»—Estoy agonizando.

»Y yo, mirándolo, oyéndolo; yo, que, con Dios, era el único que lo escuchaba, sabiendo totalmente que era verdad, no dije nada.

»Un largo suspiro escapó de sus labios. Tenía la cabeza gacha. Su mano derecha descansaba, suelta, a su lado sobre la hierba.

»—El odio… es una pasión —dijo—. La venganza también es pasión…

»—No por mi parte… —murmuré con suavidad—. Ahora ya no.

»Y entonces fijó los ojos en mí y su rostro pareció muy tranquilo.

»—Yo creí que tú lo superarías… Que, cuando se fuera el dolor, volverías a llenarte de vida y de amor y de esa curiosidad salvaje e insaciable con que llegaste a mí por primera vez, esa conciencia inveterada y esa sed de conocimiento que trajiste a París, a mi celda. Pensé que era una parte tuya que jamás moriría. Y creí que, cuando desapareciera el dolor, tú me perdonarías por lo que había hecho. Ella nunca te amó, tú lo sabes; no del modo en que yo te amé ni del modo en que tú nos amaste a las dos. ¡Yo lo sabía! ¡Lo comprendía! Y pensé que te unirías a mí y que yo te mantendría a mi lado. Y tendríamos todo el tiempo por delante y seríamos nuestros mutuos maestros. Todas las cosas que te hicieran feliz, me harían feliz a mí; y yo sería el protector de tu dolor. Mi poder sería tu poder. Mi fortaleza lo mismo. Pero tú estás muerto en tu interior para mí, estás frío y lejos de mi alcance. Es como si yo no estuviera aquí, a tu lado. Y al no estar aquí a tu lado, siento la horrible sensación de que no existo. Y tú estás tan distante de mí y tan frío como esas pinturas modernas de líneas y formas duras que no puedo amar ni comprender, tan extraño como esas duras esculturas mecánicas de esta época que no tienen forma humana. Tiemblo cuando estoy cerca de ti. Te miro a los ojos y mi reflejo no está allí…

»—¡Lo que pides es un imposible! —dije rápidamente—. ¿No te das cuenta? Lo que yo pedí, también fue imposible desde el principio.

»Él protestó; la negativa apenas se le formó en los labios; levantó la mano como para desechar el argumento.

»—Yo quise el amor y la bondad en ésta que es la muerte viviente —dije—. Fue imposible desde el principio porque no se puede tener el amor y la bondad cuando haces lo que sabes que está mal, cuando sabes que estás equivocado. Únicamente puedes tener la desesperada confusión y el anhelo y la caza del fantasma “bondad” en su forma humana. Supe la respuesta verdadera a mi búsqueda antes de llegar a París. Lo supe cuando tomé por primera vez una vida humana para saciar mi hambre. Fue mi muerte. Y, sin embargo, no la aceptaba, no podía aceptarla porque, al igual que todas las demás criaturas, ¡yo no quería morir! Entonces busqué a otros vampiros, a Dios, a los demonios, a cien cosas con otros tantos nombres. Y todo aquello era una equivocación. Porque nadie, con la máscara que fuera, podía disuadirme de lo que yo mismo sabía que era la verdad: que estaba condenado en alma y cuerpo. Y, cuando llegué a París, pensé que tú eras poderoso y hermoso y sin remordimientos, y quise compartirlo con desesperación. Pero tú eras tan destructivo como yo, incluso más inescrupuloso y astuto que yo. Tú me mostraste lo único en que yo podía esperar llegar a convertirme, la profundidad del mal, el límite de frialdad que tendría que alcanzar para terminar con mi dolor. Y lo acepté. Entonces, esa pasión, ese amor que tú viste en mí, se extinguió. Ahora tú simplemente ves un espejo de ti mismo.

»Pasó largo rato antes de que él hablara. Se había puesto de pie y se quedó dándome la espalda y mirando al río, con la cabeza gacha como antes y las manos caídas a los costados. Yo también miraba aquellas aguas. Pensaba con serenidad: “No hay nada más que decir, no hay nada más que yo pueda hacer”.

»—Louis —dijo entonces, levantando la cabeza y con la voz ronca.

»—Sí, Armand —dije.

»—¿Hay algo más que quieras de mí, algo que me puedas pedir?

»—No —dije—. ¿Qué quieres decir?

»No me contestó. Simplemente empezó a alejarse. Al principio pensé que sólo pensaba caminar unos pasos, quizá pasear solo por la playa. Pero cuando me di cuenta de que se iba, él sólo era ya un punto en la distancia contra el resplandor momentáneo del agua. Nunca más lo volví a ver.

»Por supuesto, pasaron varias noches antes de que me diera cuenta de que se había ido definitivamente. Su ataúd permaneció allí. Pero él no regresó. Y pasaron varios meses antes de que yo hiciera sacar ese ataúd y llevarlo al cementerio de Saint -Louis, en la cripta al lado de la mía. La tumba, hacía tiempo descuidada porque mi familia había muerto, recibió lo único que él había dejado. Pero luego empecé a sentirme incómodo con eso. Lo pensaba al despertarme y luego al alba antes de cerrar los ojos. Y una noche fui al cementerio y saqué al ataúd, lo hice astillas y lo tiré en las altas hierbas al lado del sendero angosto del cementerio.

»El vampiro que fuera el último acompañante de Lestat me acosó una tarde, poco tiempo después. Me rogó que le contara todo lo que sabía del mundo, que me convirtiera en su compañero y maestro. Recuerdo haberle dicho que lo que sabía era que lo destruiría si lo llegaba a ver otra vez.

»—Ya ves —le dije—, alguien debe morir cada noche en mi camino hasta que yo tenga el valor de terminar. Y tú eres una opción admirable para ser víctima, puesto que eres un asesino tan cruel como yo.

»Y, a la noche siguiente me fui de Nueva Orleans, porque el dolor no me abandonaba. Y no quería pensar en aquella vieja casa donde estaba muriendo Lestat. O en ese impertinente vampiro moderno que se escapó de mí. Ni en Armand.

»Quería estar en un sitio donde todo me fuera desconocido. Y nada me importara.

»Y éste es el fin. No hay nada más.

El muchacho se quedó mudo mirando al vampiro. Este permaneció sentado, recogido, con las manos cruzadas sobre la mesa y sus ojos entrecerrados, enrojecidos, fijos en las cintas que daban vueltas. Tenía ahora el rostro tan delgado que se le veían las venas de las sienes como talladas en el mármol. Y estaba tan inmóvil que únicamente sus ojos verdes mostraban vida, pero como si ésta fuera una fascinación aburrida como el girar de las cintas.

Entonces, el joven entrevistador se recostó en el respaldo y se pasó los dedos de la mano derecha por el pelo.

—No —dijo con una breve aspiración, y luego repitió con más energía—. No.

El vampiro no pareció oírlo. Sus ojos se alejaron de las cintas hacia la ventana, hacia el cielo oscuro, gris.

—¡No tenía que terminar así! —dijo el chico inclinándose hacia adelante.

El vampiro, que continuaba mirando al cielo, echó una corta carcajada.

—Todas las cosas que usted dejó en París —dijo el muchacho, aumentando el volumen de su voz—: El amor de Claudia, el sentimiento, ¡sí, incluso el sentimiento por Lestat! ¡No tuvo que terminar; no en esto, no en esta desesperación! Porque eso es lo que es, ¿verdad? ¡Desesperación!

—¡Basta ya! —dijo abruptamente el vampiro, levantando su mano derecha; sus ojos se dirigieron casi mecánicamente a la cara del muchacho—. Te lo he dicho y te repito que no podría haber terminado de ninguna otra manera.

—No lo acepto —dijo el muchacho, y cruzó los brazos sobre su pecho y sacudió la cabeza con energía—. ¡No puedo aceptarlo!

Y la emoción pareció crecer en él, de modo que, sin tener la intención de hacerlo, golpeó el respaldo de su silla contra la mesa y se puso de pie y empezó a caminar por la habitación. Pero entonces, cuando se dio la vuelta y volvió a mirar la cara del vampiro, las palabras que estaba a punto de decir se le ahogaron en la garganta. El vampiro simplemente lo miraba y su rostro tenía una lenta expresión de indignación y de amarga diversión.