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– Y, que le dije, ¿tiene pintusa o no tiene pintusa el pollo?

El tipo jugueteaba con la boquilla entre los labios mientras contemplaba a la joven promesa de arriba abajo.

– La verdad es que pinta no le falta, pero con eso solo… -sentenció e inmediatamente, sonriendo de oreja a oreja, le estiró la diestra y se presentó:

– Balbuena, representante artístico. Me han hablado maravillas.

Sentados en la sala, hablaban trivialidades. Molina se limitaba a asentir, negar y sonreír. El hombre de bigotes decididamente lo intimidaba. Entonces llegó el momento:

– Bueno, Juan -dijo en un exceso de confianza el representante-, a ver con qué nos va a deleitar.

Molina miró a uno y otro lado como señalando la presencia de los demás inquilinos, y preguntó:

– ¿Acá? ¿Ahora?

Balbuena se quitó la boquilla de la boca, puso un gesto de circunspección y contestó:

– Le teníamos preparado el escenario del Colón pero a último momento tuvieron que cancelar -dijo, mostrando el estrecho límite de su paciencia, y finalmente lo conminó:- ¿Va a cantar o no?

Juan Molina carraspeó y temiendo que su potencial protector se levantara y se fuera, señalando disimuladamente a la gallega que estaba acodada en la recepción, le dijo:

– Vá a tener que ser a capella, porque la guitarra la dejé en garantía.

Tal como temía, el tipo se levantó del sillón. Pero contrariamente a lo que esperaba, en lugar de caminar hasta la puerta, fue hasta el mostrador. Su compañero de cuarto lo miró como diciendo "tranquilo, no hay problema". Vio cómo conversaba con la gallega, sonriente y cordial, y al rato volvió con la guitarra. Al tiempo que se la entregaba, le dijo:

– Todo tiene arreglo.

Entonces Molina se dispone a cantar. Templa la bordona, arranca con un arpegio sencillo y desgrana la primera estrofa de "Mi noche triste":

Percanta que me amuraste en lo mejor de mi vida dejándome el alma herida y espinas en el corazón…

Si un entendido se viera obligado a definir la voz de Juan Molina, sin duda diría que era un tenor. Pero esa no sería más que una descripción que no alcanzaría a transmitir nada.

…De noche, cuando me acuesto, no puedo cerrar la puerta, porque dejándola abierta me hago ilusión que volvés.

En términos estrictamente técnicos, quizá agregaría que canta dos tonos más bajo que Gardel; pero tampoco serviría para que alguien supiera de la emoción que sabe despertar. En un afán menos analítico, diría tal vez que el color de su voz es semejante al del roble.

Ya no hay en el bulín aquellos lindos frasquitos adornados con moñitos todos del mismo color

Si intentara tomar el camino de las metáforas, el entendido podría aventurar que su timbre vocal es semejante al de un leño ardiendo en el invierno o una garúa mansa sobre el asfalto caliente. Pero nada que pueda decirse le haría justicia. Molina es dueño de un decir criollo, despojado sin embargo de toda gauchesca, canta sin artificios y evita escrupulosamente los floreos vacuos o los falsetes forzados.

La guitarra en el ropero todavía está colgada; nadie en ella canta nada ni hace sus cuerdas vibrar…

Los sonidos brotan de su garganta con la misma natural simpleza del viento sonando entre el follaje de un árbol. Pero si algún rasgo caracteriza su modo de cantar, es el masculino vigor con el que sentencia cada estrofa.

Y la lámpara del cuarto también tu ausencia ha sentido porque su luz no ha querido mi noche triste alumbrar.

Cuando hace el último acorde y la guitarra pone fin con un vibrante sol-do, su cautivado y reducido público no emite sonido, no atina siquiera moverse. El representante se pone de pie, se lleva una mano al mentón, da un cuarto de giro sobre su eje y, por fin, con una voz lastimosa en comparación con la de Molina, canta su veredicto:

Tranquilo, pibe, tranquilo, vos dedicate a cantar que yo me ocupo del filo, que de esto conozco un rato; te vas a quedar sin manos, como la naifa de Milo, de firmar tantos contratos.

Su compañero de cuarto, Epifanio Zaldívar, anima a Molina para que cierre trato con el representante, cantándole al oído:

Minas, placeres, bailar, autos, pilcha de la buena; hacéle caso a Balbuena que él se ocupa de los bisnes. De todo vas a comprar: lámparas con forma 'e cisne, de seda una rob de chambre y si te pinta el hambre un puchero de caviar te almorzás para la cena (morfar tarde es bien bacán); hacéle caso a Balbuena vas a ser como un sultán.

El hombre de bigotes posa un brazo sobre los hombros de Molina y con tono protector, como quien le hablara a un hijo, apretando la boquilla entre los dientes, le canta:

Dormí tranquilo, dormí, dejalo todo en mis manos, mientras Balbuena me batan te juro que tu debú, orquesta de cuerda y piano, lo vamo' a hacer en Manhatan o en el mismo Holibú.