Выбрать главу

Y mientras canta caminando por el patio desierto, se empieza a desanudar la corbata.

Si pudiera entender la razón que me ha llevado a matar a quien no dejé de amar volaría detrás de aquel gorrión para volver. Pero estoy tan lejos y tan triste, tan cansado de perder la ilusión del amor, tan cansado de vivir y existir porque sí.

Juan Molina se quita la corbata como quien se despoja de un pesar. Camina hasta el pie del único paraíso que hay en el patio de la cárcel y, como un chico, empieza a treparlo.

Si pudiera volver a escuchar el viril bandoneón de mi barrio natal. Si pudiera quitarme el puñal que me hiere el corazón, que me hace mal.

Se sienta en una rama sólida, añosa y, sin dejar de cantar, hace un nudo corredizo en un extremo de la corbata. Ata la otra punta a la rama y en el patio vacío, continúa con su solitaria función:

Si pudiera dejarme caer como un mal fruto otoñado y tener la ilusión de haber soñado que mi vida fue una efímera canción con un final feliz.

No bien concluyó la canción, Juan Molina, son riendo con la mitad de la boca, se dejó caer. Mecido por la brisa de la tarde, el cantor parecía seguir, con su leve vaivén, el sordo dos por cuatro que murmuraba el crujido de la rama del paraíso.

Final

Señoras y señores, antes de que este viejo telón raído por el tiempo y el olvido se cierre a mis espaldas, permítanme decirles que, si bien la muerte de Molina distó apenas unos pocos meses de la de Gardel, nadie habría de imaginar que el joven discípulo no habría de sobrevivir a su maestro. Damas y caballeros, antes de que la orquesta toque el sol-do que marcará el final del melodrama, déjenme contarles que el trágico y sonado final del Zorzal del Abasto en suelo de Medellín sepultó para siempre el recuerdo de aquel chico que nació en La Boca y apenas llegó a orillar los veinticinco años. Antes de que la luz de este seguidor se extinga esta noche y para siempre, concédanme un último pedido: si acaso un día, bordeando los muros de la cárcel de Devoto, creyeran percibir un lamento melodioso, deténganse a escuchar; quién sabe si aquellos ladrillos no guarden todavía el eco de la voz de aquel que, al decir de muchos, fuera el más grande cantor de tangos de todos los tiempos.

Y, por si acaso, murmuro entre nosotros, después de Gardel.

Fin

CONTRATAPA

Qué fue de aquel viejo sueño de ver en la marquesina fulgurando en el neón el nombre de Juan Molina.

Juan Molina amó tanto el tango que puede decirse que fue creado por él. Por devoción a su música, por lealtad al destino fatal que ésta le imponía y por fidelidad a Carlos Gardel, eligió vivir a su sombra y callar la pasión que lo consumía. Hombre creado por un mito, Molina sólo pudo alcanzar la fama a través de su propia perdición.

Una historia semejante, más que contada, merece ser cantada. Por eso, Errante en la sombra es una novela musical, un relato que se despliega como un espectáculo frente al cual el lector es a la vez espectador de una trama que transcurre en esa Buenos Aires que una vez fue realidad y ahora es leyenda. Con la naturalidad y el artificio propios de los protagonistas de los mejores musicales, los personajes de esta novela se expresan cantando y bailando, en medio de una historia que por momentos parece una parodia de sí misma.

El autor de El anatomista plasma aquí una nueva forma narrativa. Con indudable maestría, Andahazi ofrece a un tiempo el placer de la lectura y el de asistir en directo y en primera fila a un inédito melodrama musical tanguero.