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Los jueces le dan a cada participante una bandera roja que sirve para señalar que uno sigue en el combate.

– Si bajas la bandera estás fuera -dice Jared Davis, de dieciocho años, que conduce la número 15, una McCormick 151-. Si se te rompe la cosechadora y ya no puedes hacerla funcionar ni hacerla moverse, te dan un lapso de tiempo después del cual bajas la bandera y estás fuera.

En la parte trasera de la número 15 de Davis hay un dibujo a mano de un ratón enseñando el dedo de forma obscena. La número 15 se llama Ratón Mickey.

Davis dice:

– Se trata de gente normal que se quiere divertir. Gente trabajadora normal y corriente. Uno ventila sus frustraciones y tiene la oportunidad de destrozar cosas.

A pesar de todas las normas, todavía se permite beber. Davis da un trago de una lata de Coors y dice:

– Mientras puedas caminar, puedes conducir.

En la zona de mecánicos cubierta de hierba que hay detrás de la plaza de rodeos, Mike Hardung está aquí por tercer año conduciendo la Gangrena de la mala, una John Deere 7700 de 1973.

– A mi mujer le preocupa que haga esto, pero es que yo hago muchas chifladuras -dice Hardung-, Como las carreras de cortadoras de césped, o sea, pilotando una cortadora. Es un rollo muy popular. Tenemos la Asociación del Noroeste de Carreras de Cortadoras de Césped. Las pilotamos a más de sesenta y cinco kilómetros por hora.

Sobre los combates de cosechadoras, estar sentado ahí arriba y destrozar una montaña de metal, Hardung dice:

– Es un caos. No sabes dónde estás. Tienes que tener mucho cuidado con los puntos flacos, como la parte de atrás de la cosechadora y los neumáticos. Luego te dejas llevar por el entusiasmo y les das bien fuerte. Yo soy de los que dan bien fuerte.

Hardung señala las poleas y las correas que conectan el motor con el eje delantero y dice:

– Hay que proteger la transmisión para que nadie le pueda dar. Si me arrancan una correa estoy listo.

Algunas cosechadoras tienen transmisión hidrostática, sin palanca de cambio, me cuenta. Cuanto más fuerte empujes la palanca, más deprisa va la máquina. Otras tienen transmisiones manuales. Sus conductores tienen una fe ciega en un embrague y una palanca de cambio. Otros tienen fe ciega en no beber antes del evento. Cada cual tiene una estrategia distinta.

– Yo me meto -dice Hardung-. Y examino el terreno. Ataco a los chungos. A los más pequeños los dejo en paz, a menos que ellos me ataquen primero.

Dice:

– Aquí se revientan los neumáticos. Nos damos tan fuerte que nos arrancamos el morro de las cosechadoras o la parte trasera. Hace un par de años hicimos volcar a uno.

Para reparar los daños entre eliminatorias, Hardung y sus mecánicos de la Gangrena de la mala han traído piezas extra y suministros. Partes traseras de cosechadoras. Ejes. Neumáticos. Ruedas. Soldadores. Grúas. Pulidoras. Y cerveza.

– Si el trabajo en el campo sigue empeorando -dice Hardung-, voy a empezar a traer mis cosechadoras nuevas.

Cuando le pregunto cuál le preocupa más, Hardung señala una cosechadora enorme, pintada de azul y con una aleta dorsal sobresaliendo de la parte superior. Tiene unos enormes dientes blancos y un monigote a medio devorar que sobresale de la boca del morro. En la parte delantera, pintado en letras grandes y negras, dice: «Josh».

– Voy a estar vigilando a la Tiburón -dice Hardung-. Es grande porque es una cosechadora de colina, y tiene un hierro especial por dentro. Y ruedas de metal fundido. Es una máquina dura.

Josh Knodel es un conductor novato de dieciocho años. Desde que tenía catorce él y su amigo Matt Miller han estado trayendo y reparando a la Tiburón , una cosechadora John Deere 6602, y sus padres la han estado conduciendo. En sus dos primeros años se llevaron el primer premio a casa. El año pasado se les averió la máquina cuando tenían un neumático reventado y solamente quedaban otras tres cosechadoras.

– No se puede hacer gran cosa para proteger el neumático en sí -dice Knodel-. Lo que tengo que hacer sobre todo es tener cuidado de que no me acorralen, de no ponerme en una situación en la que una cosechadora se me ponga detrás y me impida retroceder de forma que alguien pueda dedicarse a machacarme los neumáticos. Tengo que intentar moverme todo el tiempo para que nadie me inmovilice.

Dice:

– Primero de todo voy a intentar dejar a todo el mundo en tierra. Les golpearé las ruedas traseras para intentar arrancárselas. Cuando a uno lo dejan así en tierra ya no es ni la mitad de rápido o ágil. Se pierde mucho control. Pierdes un neumático y toda la parte trasera de tu vehículo se arrastra por el polvo. A veces se desprenden las llantas enteras y acabas arrastrando todo el trasero.

»Estoy sobre todo emocionado -dice Knodel-. Llevo toda la vida queriendo hacer esto. Hoy es el día. Pero estoy nervioso. Anoche me costó dormirme -dice-. No recuerdo haberme perdido nunca un combate. En nuestra casa es un acontecimiento importante. Siempre bajamos al pueblo para el rodeo y el combate de cosechadoras. Es un sueño hecho realidad, está claro, el poder venir aquí esta tarde y conducir. Si ganas tu eliminatoria te dan trescientos dólares. Si quedas segundo en tu eliminatoria te dan doscientos y si quedas tercero cien. Pero si ganas todo el combate son mil dólares. Eso es bastante guita.

»No hay seguro -añade Knodel-. No firmamos nada, lo cual es asombroso. Lo normal sería que el Lions Club nos hiciera firmar algo diciendo que si alguien se hace daño ellos no se responsabilizan, pero yo no he firmado nada. Todos los que hemos venido estamos aquí para pasarlo bien. Nos damos cuenta de que estamos por nuestra cuenta y riesgo.

Las tribunas se van llenando. Al aparcamiento está llegando una larga hilera de coches y camiones. Un camión cisterna se dedica a mojar la arena de la plaza de rodeos.

Al principio del combate, las cosechadoras entran en la plaza y aparcan formando dos largas hileras. Mientras esperan, la multitud se pone de pie. La reina del rodeo de Lind durante tres años consecutivos, Bethany Thompson, vestida con lentejuelas rojas, blancas y azules y sosteniendo una bandera americana, galopa a lomos de su caballo cada vez más deprisa alrededor de las cosechadoras congregadas. A medida que Thompson gana velocidad, con su bandera ondeando al viento, los conductores de las cosechadoras permanecen de pie con la mano derecha sobre el corazón y los tres mil miembros del público recitan la jura de bandera. A la gente que ha venido de visita de la ciudad les dan palmadas o puñetazos en la espalda y les gritan por no quitarse el sombrero.

El combate consta de cuatro eliminatorias: la primera es para los que han participado antes en la competición, la segunda es para los novatos, la tercera vuelve a ser para conductores con experiencia y la cuarta empieza con una ronda de consolación para todas las cosechadoras perdedoras que todavía puedan funcionar. Después de las eliminatorias, los ganadores de las tres primeras entran en la plaza, y todo el que todavía se pueda mover -ganadores y perdedores- lucha a muerte.

Una vez terminada la jura, un juez lee un tributo escrito por el conductor Casey Neilson y el equipo de la cosechadora número 9, una McCormick International 503 de 1972 con luces giratorias de ambulancia azules y rojas en el techo. El amuleto de Neilson es la peluca afro que siempre lleva cuando conduce. La gente lo llama Afro Man. Y él llama a su cosechadora la Rambulancia.

Se oye por el sistema de megafonía:

– Al equipo de la Odessa Trading Company le gustaría dedicar un momento a dar las gracias a los hombres y mujeres del servicio de ambulancias y del departamento local de bomberos voluntarios por todo su duro trabajo y su dedicación. Si no fuera por vosotros, algunos no estaríamos aquí.