– Salimos de Logan, fuimos a Jackson, a Targee, a Sun Valley y hasta Big Sky en Montana, y desde allí vinimos aquí, y este sitio era el mejor con diferencia.
Ahora están aquí, en el condado de Bonner (Idaho), en lo alto de la estación de esquí de Schweitzer Mountain.
– Se pueden hacer planes por adelantado o se puede construir sin más -dice Roger-, Depende de dónde construyas. Las distintas ubicaciones, las distintas ciudades y los distintos condados tienen requisitos diferentes para obtener el permiso. Algunos tardan hasta dos años en darte un permiso. En otras partes solo diez minutos. Esa es una de las razones por las que nos gusta Idaho. No les cuesta nada dar permisos.
Dice:
– A la gente que anda buscando terrenos para un castillo les digo que vayan primero al departamento de planificación del condado y pregunten. Mucha gente pensará: «Quiero una torre de veinticinco metros de alto…». Así que necesitan averiguar si el condado tiene restringida la altura de los edificios a once metros o si hay algún requisito arquitectónico.
Al castillo de Idaho, Roger le puso de nombre castillo Kataryna por su hija, que nació en él. Tiene una escalera de caracol en el interior, carpintería de nogal y puertas y ventanas ojivales de estilo gótico, muchas de ellas con vidrieras.
Mientras nos enseña el castillo, Roger señala los marcos de nogal para las ventanas que hizo.
– En el segundo castillo -dice-, las ventanas se pusieron después de construir las paredes. En este tercer castillo, las ventanas se instalaron justo después del refuerzo de cemento armado y el aislamiento, antes de levantar la piedra a su alrededor. Eso nos dio un aspecto y un acabado mucho más auténticos. En el segundo castillo tuvimos que intentar cortar los tablones para ajustados y luego poner masilla alrededor. En el tercer castillo, las ventanas llegaron primero, envueltas en plástico para protegerlas, luego se construyó en piedra alrededor y le pusimos marco solamente a la capa exterior de piedra, que es la que puede moverse y expandirse. La capa de piedra de dentro siempre está a veintidós grados, mientras que la de fuera puede ir de quince bajo cero a treinta y ocho, con lo cual crece y decrece. Se las ponemos a la capa de fuera porque es la que queremos aislar del clima.
Otra mejora de este último castillo es el sistema de calefacción «hidrónico», donde una caldera hierve agua que circula por tuberías debajo del suelo. Es un calor uniforme que no hace ruido y la masa térmica de piedra del castillo permanece caliente durante tres días después de apagar la calefacción.
En una sala pequeña cerca de las cancelas del castillo, Roger me enseña la caldera y dice:
– Me gusta porque si pusiera zócalos o calderas de aire forzado me romperían el aspecto de castillo. Esto lo esconde, así que es invisible, y además, no hay que aguantar el ruido de los ventiladores.
Entre las paredes de piedra aisladas y el calor hidrónico, Roger DeClements ha desarrollado su fórmula perfecta para un castillo habitable. Bueno, casi perfecta…
– En el primer castillo -dice-, no preví el problema del moho. Que ahora es un problema candente. Hace unos años era el radón y ahora es el moho en las casas. Hacen las cosas tan herméticas que dejan un montón de humedad encerrada dentro, y tan pronto como la humedad llega a una superficie fría se condensa. Con nuestro nuevo método, que es la capa de aislamiento dentro de las paredes, la humedad nunca tiene oportunidad de acercarse. Así que mi mujer se queja de que este castillo es demasiado seco. Fuera tenemos seis metros de nieve y ella dice que esto es «demasiado seco».
Para solucionar el problema del aire seco, ha construido una piscina climatizada en la escalera. Allí va a poner una cascada cuya agua caerá desde lo alto de un poste de arranque de piedra. Habrá velas en las cornisas de piedra y la bomba y los filtros estarán escondidos en una gruta subterránea.
Igual que Jerry Bjorklund, Roger se encontró con que su mujer tenía sus propias ideas en materia de castillos. Al empezar las obras en junio de 1999, había planeado construir el tercer castillo usando una grúa para la construcción -muy parecida al trípode de enganches de remolque que construyó Jerry-, pero su mujer no le dejó cortar los árboles que necesitaba quitar para que pudiera girar el brazo de la grúa. Así pues, igual que con el segundo castillo, Roger tuvo que cargar con las piedras una a una.
Ahora, gracias a su mujer, el castillo está rodeado de alerces de Canadá, cedros, pinos y campos rocosos de matas de arándanos. Los ciervos, los alces y los osos merodean por el vecindario. La vista abarca hasta las montañas Rocosas y Canadá. Es una vista que Roger ha tenido mucho tiempo para disfrutar.
– Subí todas las piedras hasta aquí de una en una -dice-. El segundo castillo se construyó todo a mano, cargando con las piedras por aquel puente en carretilla. Mientras construíamos aquellas paredes dobles de piedra, fuimos poniendo troncos que sobresalían por ambos lados de las paredes. Luego fuimos poniendo planchas sobre esos troncos. Poníamos troncos atravesados en las paredes y los íbamos sacando a medida que íbamos subiendo. Así era como hacían los antiguos castillos. Hasta les pusieron nombre: los llamaban «troncos de apoyo». Si miras fotos antiguas de castillos europeos verás un montón de agujeros en las paredes. Por supuesto, algunos eran para disparar flechas por ellos, pero los más pequeños eran donde ponían aquellos troncos para no tener que construir andamios hasta lo alto de las paredes. Yo no tenía ni idea de que se hacía así.
Después de quitar los «troncos de apoyo» que hacían de andamios, Roger se dedicó a llenar la mayoría de los agujeros pequeños con piedras cuadradas. Algunos los dejó abiertos a modo de ventilación.
A fin de seguir trabajando todo el invierno, edificó alrededor de su plataforma de construcción un cobertizo de contrachapado que lo protegiera de los vientos y la nieve de la alta montaña y del hecho de estar erigiendo una pared vertical que se elevaba cinco pisos por encima de una ladera abrupta.
– Aunque estábamos a doce grados bajo cero -dice Roger-, me pasé el invierno entero poniendo piedras.
Con ayuda de otro hombre levantó las largas y mal cortadas vigas de abeto de veinte por veinte -primero de un lado y después del otro- hasta los espacios preparados para ellas. Tachonó las paredes interiores de trozos de piedras semipreciosas. Amatista. Cuarzo citrino. Cuarzo rosa. Calcita verde. Cristales claros de cuarzo. Labró a mano dibujos decorativos en los armarios de la cocina e incrustó mosaicos de cristal de colores en las paredes de mampostería. En el segundo piso me señala una estatua metálica que hay en la repisa de la chimenea.
– ¿Ve el dragón? -dice Roger-, Todos los castillos deben tener un dragón.
Bajo la brillante luz de las montañas, las vidrieras despiden destellos parecidos al neón rojo, azul y amarillo. En algunas ventanas el cristal de colores está sellado en el interior de la doble hoja transparente. En otras, la vidriera es el único cristal que hay en el marco.
– En algunas ventanas -dice Roger- tuve que volver al sistema tradicional, según el cual solo tenía que tocar la vidriera. Intenté evitar la doble hoja tanto como pude. Cuando uno mira a la luna, lo que ve es más bien una doble luna. Si uno puede usar simplemente cristal macizo, se ve la luna tal como es.
Las almenas están bordeadas de afiladas agujas de basalto del río Hudson. Los techos miden tres metros y medio de altura. Todas las ventanas de las paredes de piedra tienen arcos ojivales de estilo gótico.
– Vas siguiendo el contorno de la ventana con las piedras hasta que llegas a un punto en que las piedras se caen -explica Roger-. Por encima de ese punto, las piedras se apoyan en palos. Con las ventanas más grandes, cuando llego a la parte alta, tengo que hacer un pequeño molde para la punta del arco. Se pueden aguantar unas cuantas piedras con un puñado de palos, pero es mucho más rápido usar un molde. Colocas todas las piedras en su sitio y luego quitas el molde.