Uno está rodeado de tuberías y válvulas de colores. El púrpura quiere decir refrigerador. El azul, agua limpia. El verde, agua de mar. El naranja, fluido hidráulico. El marrón, dióxido de carbono. El blanco, vapor. El marrón claro, aire a baja presión.
De acuerdo con Hanlon, Smith y el jefe de embarcación de la Tripulación Dorada Ken Biller, la percepción de profundidad no es un problema a pesar del hecho de que uno nunca enfoca la vista más lejos de la longitud del compartimento central de misiles. Dice un miembro de la tripulación que está bebiendo café en la cubierta comedor que el primer día que sales a la luz del sol vas con los ojos fruncidos y tienes que llevar gafas de sol, y la Marina te recomienda que no conduzcas un coche durante los dos primeros días debido a posibles problemas con la percepción de profundidad.
Montadas en un par de tubos de misiles hay placas metálicas que señalan el lugar y el momento en que se disparó un misil. En el tubo número cinco, una placa señala el lanzamiento de un misil el 18 de diciembre de 1997, a las 15.00 horas, en el marco de la operación Demonstration and Shakedown. Lo disparó la Tripulación Azul.
– De vez en cuando -dice el teniente Smith, de la Tripulación Dorada -, una nave tiene la suerte de poder disparar su misil.
La Tripulación Dorada nunca ha disparado ninguno.
No hay ni ventanas ni ojos de buey ni cámaras instaladas en la parte exterior del casco. Salvo por el sonar, uno es ciego en el caso de que alguna vez te ataque…
– ¿…un calamar gigante? -dice el teniente Smith, completando mi pensamiento con las cejas levantadas-. De momento no ha pasado nunca.
– Una vez chocamos contra una ballena -dice el primer oficial de máquinas Cedric Daniels-, Bueno, por lo menos se cuenta esa historia.
Las abolladuras sin explicar en el casco se han atribuido a las ballenas. Con el sonar, en las profundidades del mar, se oyen las llamadas de las ballenas, los delfines y las marsopas. El claqueteo que hacen los bancos de gambas. Se trata de los ruidos que la tripulación denomina «biológicos».
Uno se hace a la mar con trescientos sesenta kilos de café, quinientos setenta litros de leche en cajas, novecientas docenas de huevos grandes, tres mil kilos de harina, seiscientos kilos de azúcar, trescientos cincuenta kilos de mantequilla y mil setecientos cincuenta kilos de patatas. Todo se empaqueta en «módulos de alimentación», cajones de metro y medio por metro y medio por dos metros que se llenan en almacenes del puerto y se meten en la nave por una escotilla. Uno viaja con seiscientos vídeos, trece torpedos, ciento cincuenta tripulantes, quince oficiales y ciento sesenta y cinco «cajas de la Noche del Medio».
Antes de partir, la familia de cada hombre a bordo le da al jefe de embarcación Ken Biller un paquete del tamaño de una caja de zapatos, y la noche que marca el punto medio exacto del período de patrulla, que se llama la Noche del Medio, Biller reparte las cajas. La mujer de Smith le envía fotos y cecina y una moto de juguete para recordarle la que tiene en tierra. Greg Stone recibe una funda de almohada donde hay impresa una foto de su mujer, Kelley. La mujer de Biller le envía fotos de su perro y de su colección de armas de fuego.
Además, en la Noche del Medio se puede pujar por un oficial, ya que los oficiales salen a subasta. El dinero va a parar al Fondo de Ocio, y los oficiales subastados tienen que trabajar durante la siguiente guardia para los ganadores de la subasta.
Otra tradición de la Noche del Medio es la subasta de tartas. El ganador de la subasta puede elegir al hombre que quiera, sentarlo en una silla delante de toda la tripulación y darle un tartazo.
Todo el mundo a bordo llama al oficial de suministros Smith «Chuleta» por las insignias doradas que lleva en el cuello del uniforme, que deberían parecerse a hojas de roble pero que recuerdan más a chuletas de cerdo. Al jefe de embarcación Keller lo llaman «Mazorca». Al oficial ejecutivo jefe Hanlon lo llaman «OEJ». De los miembros de la tripulación original, como la especialista en dirección de comedores Lonnie Becker, se dice que tienen «tabla propia». Uno no ve películas, sino que «quema pelis». Las puertas son «trampillas». Los gorros, «tapas». Los misiles son «chuzos». En la nueva Marina políticamente correcta, los monos de color azul oscuro que lleva la tripulación cuando está de patrulla ya no se llaman «cagaderos». Los tripulantes que sirven en la cubierta comedor ya no se llaman «basureros». El Sauerbraten ya no es «polla de burro». Los raviolis no son «almohadillas de la muerte». La carne de buey picada con crema sobre una tostada ya no es «mierda en una teja». La carne en conserva al maíz ya no es «culo de babuino».
No de forma oficial. Pero aún se oye.
Las hamburguesas, solas o con queso, siguen siendo «grasas». Las hamburguesas de pollo siguen siendo «ruedas de pollo». Las literas se llaman «ganchos», por los que se usaban para sujetar las hamacas en los barcos de vela. Los baños siguen siendo «agujeros», por los que había en la proa de aquellos barcos. Dos agujeros para la tripulación y uno para los oficiales, perforados en la cubierta bamboleante y bañada por el oleaje, por encima de la quilla.
Como dice OEJ Hanlon, «a aquellos tipos no les hacía falta papel higiénico».
Otra noche señalada durante el viaje de patrulla es el «Café del Jefe», con la palabra «jefe» en español. Se trata de la noche en que los oficiales cocinan para la tripulación. Se apagan las luces de la cubierta comedor y los oficiales sirven a los tripulantes con barritas de fósforo incandescentes en las mesas en lugar de velas. Hasta hay un maître.
Para fines religiosos, hay «líderes seglares» en la tripulación que pueden llevar a cabo servicios católicos o protestantes. En Navidad, los marineros cuelgan lucecitas en sus dormitorios y ponen pequeños árboles plegables de papel de aluminio. Decoran el salón de cenas de los oficiales, llamada Sala de Oficiales, con nieve artificial y guirnaldas.
Cuando uno se hace a la mar en el USS Louisiana, esta es su vida. Los tripulantes viven en ciclos de dieciocho horas. Seis horas de guardia. Seis horas de sueño. Y seis horas libres de guardia en que uno se puede relajar, hacer ejercicio o estudiar cursos por correspondencia en el ordenador destinados a sacarse una diplomatura. Una vez por semana más o menos uno duerme una noche «de equilibrio» de ocho horas. La edad media de los tripulantes es de veintiocho años. Del dormitorio al agujero vas vestido con calzoncillos o con una toalla. Por lo demás, casi todos los tripulantes llevan su mono.
Los oficiales viven en un ciclo de veinticuatro horas. Mientras se está de patrulla no se hace el saludo militar a los oficiales.
– Cuando nos meten en el tubo bajo llave -dice el teniente Smith-, esta es nuestra familia y así es como los tratamos.
Smith señala el juramento de servicio enmarcado que hay en la pared de la cubierta comedor y dice:
– Un tipo puede haber tenido un día muy bueno, pero si viene aquí a comer y el servicio es malo, la comida no está buena o los platos no están calientes, si no le damos esa atmósfera casera, le podemos estropear el día entero.
Los últimos días de patrulla todo el mundo coge «fiebre de canal». Nadie quiere dormir. Todo el mundo quiere llegar a casa. Llegado ese punto, siempre hay películas puestas y se comen pizzas y aperitivos las veinticuatro horas.
En puerto, las mujeres y las novias se están rifando el «primer beso». El dinero de las tartas, las subastas y las rifas se invierte en la fiesta de la tripulación para celebrar la vuelta a casa.
Y el día en que el USS Louisiana llegue a casa, las familias estarán en el muelle con carteles y banderitas. El oficial al mando siempre es el primero en poner el pie en tierra para saludar al oficial de flota, pero después…
Se anuncia a los ganadores de la rifa y ese hombre y esa mujer se besan delante de todo el mundo. Y todos los demás aplauden.