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»La obediencia les deja claro que tú estás al mando -dice-. Luego les escondes juguetes. Yo todavía lo hago. Y les encanta. Hacen carreras para ver quién lo encuentra primero. Lo siguiente que haces es que alguien sujete al perro mientras tú vas y te escondes. Y así vas planteando situaciones cada vez más complejas. Ellos buscan un rastro. Si no han visto adonde has ido, te pueden oler.

Mira la foto de un grupo de hombres y dice:

– Esta es la brigada de bomberos venezolana. Decíamos que éramos el equipo de rescate panamericano.

Señalando otra foto, dice:

– Esta es la zona que llamábamos el «cementerio de coches».

Refiriéndose a una enorme ladera derrumbada de lodo, dice:

– Este es el campo de fútbol que se hundió.

Sobre otra foto del interior de una casa llena de barro, dice:

– Dentro de esta casa que había sido saqueada las paredes estaban llenas de huellas de manos. Por todas partes donde los saqueadores habían apoyado las manos para mantener el equilibrio.

Formando una amplia cenefa a lo largo de las paredes hay incontables huellas perfectas de manos impresas en barro marrón.

En otras fotos aparecen las salas donde Yogi encontró cuerpos enterrados bajo las paredes caídas, bajo los colchones.

Una foto muestra un vecindario de casas desplomadas por la ladera de un abrupto barranco de lodo.

– Esto es en la colina donde las casas se habían derrumbado -dice-. Había cientos de historias por las cuales la gente no quería marcharse. No querían que los saqueadores se llevaran sus cosas. Una mujer con niños dijo que su marido se había ido a un bar y le había dicho que se quedara allí. Historias trágicas y terribles.

Otra foto muestra a Valerie durmiendo en la parte de atrás de una camioneta. Parece pequeña en comparación con el enorme montón de bolsas de plástico negras que tiene al lado.

Michelle dice:

– Esta es Valerie con las bolsas de transporte de cadáveres, agotada.

Me habla de su primera búsqueda y me cuenta:

– Fue en Kelso, donde había desaparecido la esposa de un tipo. Se rumoreaba que la mujer tonteaba con toda clase de gente que pasaba por su casa. Así que nos dirigimos a su granja, que estaba impecablemente cuidada. Con caballos y pastos y un toro. Los perros emitieron una impresionante alerta de muerte en el establo. Bajaron la cola y se mearon. No paraban de tragar saliva. La reacción natural es defecar, además de mear, gemir y llorar. Creo que es algo que les da náuseas. Yogi se apartó. No quería ni acercarse. Valerie fue hacia allí y se puso a cavar sin dejar de ladrar, y se puso frenética porque estaba intentando comunicar algo: «¡Está aquí!».

»El niño de aquella familia, que tenía unos cuatro años, dijo a su abuela algo así como: “Papá ha puesto a mamá bajo el agua”, luego se lo llevaron y ya nadie consiguió quedarse a solas con él.

En otra foto de Tegucigalpa hay una larga tira de cemento volcada de lado en medio del lecho de un río.

– Esto era un puente -dice Michelle.

En todas las fotos hay paquetitos de manteca rancia tirados por todas partes, diseminados por el agua.

– La búsqueda más profunda, que todavía me provoca un nudo en la garganta, fue la de un niño autista -dice-. El chaval tenía cuatro años y lo tenían encerrado, pero encontró una forma de abrir la puerta mientras su madre estaba planchando en el piso de arriba. En cuanto salió por la puerta se quitó toda la ropa. Se presentó un montón de gente voluntaria para ir en su busca. Y eso no es bueno, porque cada vez que alguien pasa sobre el rastro, el olor se desvía hacia otra parte.

En las fotos más antiguas, Michelle está trabajando con Rusty, otro golden retriever. Las fotos muestran un denso bosque rodeando un cenagal oscuro de agua estancada.

– Al cabo de una hora de llegar allí, llegamos al cenagal. Aquel era el punto de partida de la búsqueda, porque al niño le gustaba tirar un juguete y recogerlo una y otra vez. Era un pequeño terraplén situado por encima de la ciénaga y rodeado de raíces y árboles.

Dice:

– Para entonces Rust estaba muy angustiado y triste. Aquel era el primer sitio donde el niño se había metido, así que el olor allí no era tan fuerte como cuando nos pusimos a seguir la corriente todavía débil de la ciénaga hasta la parte donde se volvía más y más fuerte. Entonces fue cuando llamamos a los buzos. Había una alcantarilla entre dos partes del cenagal.

Mira las fotos y dice:

– Lo que pasó fue que el cuerpo se había quedado atrapado en aquella alcantarilla y estaba cubierto de barro.

Acaricia a Yogi y dice:

– Se trataba de una zona de agua bastante extensa, y yo iba de un lado a otro, recibiendo alertas de muerte por toda aquella enorme zona pantanosa. Me dedicaba a marcar todos los sitios donde el perro reaccionaba. Toda el agua que había estado en contacto con el cuerpo estaba impregnada de olor a muerte. A veces uno puede triangular y calcular dónde está el cuerpo a partir de las alertas que recibe.

»Fuimos etiquetando y calculando de dónde venía el viento -dice-. Cuál era la temperatura. Quién era yo. Qué hora era. Todo lo poníamos en un mapa. Para intentar averiguar adonde había sido arrastrado el cadáver.

»Oler el aire… En caso de no saber exactamente por dónde entró la persona, sigue habiendo el olor del aire. Hay un cono de olor que va así. -Hace un gesto con las manos en el aire-. Y se puede hacer que el perro avance en zigzag. Es posible que lo haga de forma natural. Debemos conseguir que vayan hacia la fuente del olor.

Sin dejar de acariciar a Yogi, Michelle parpadea y las lágrimas brillan en sus ojos.

– Levanté la vista y lo estaban sacando de la alcantarilla. Es la única víctima que he visto, porque la mayoría de las veces, como en Honduras, vienen a desenterrar los cadáveres después de que nos hayamos ido. Pero me quedé en un profundo estado de shock en cuanto lo vi, y sentí un impulso tremendo de abrazar al pobrecillo.

Dice:

– Fuimos a la casa e hicimos varias entrevistas, y luego entramos para reconfortar a la familia, porque se supone que los perros reconfortan a las familias, y fue como adentrarse en un aura, en una energía, era como algo ambiental, como entrar en la niebla.

»No digerimos aquello como hubiéramos debido -dice Michelle-. Volví a casa, puse a Rusty con los otros dos perros para que jugara y me fui a trabajar. Siempre me ha parecido que tardó demasiado en recuperarse porque no me hice cargo de él, y creo que es porque no sabía cómo digerir aquello. Creo que no entendí lo que estaba pasando, a consecuencia del profundo shock, hasta que fui a Honduras.

»Se supone que tienes que soltarlos para que encuentren a alguien vivo, y eso lo hice. También tienes que asegurarte de que lo lavas todo. Su chaleco. Mi ropa. Todo lo que llevaran puesto. Lavar todo lo que haya en el coche. Todo lo que haya entrado en contacto con el olor a muerte. Una pizca de ese olor y vuelven a deprimirse.

Dice:

– Al volver a casa, el olor impregnó en gran medida el coche, y es que también debería haberlo limpiado.

Ahora Rusty y Murphy, el perro mezcla de collie de pelo largo y pastor de Michelle, ya están muertos, igual que todas las víctimas que encontraron. A Murphy lo sacrificaron cuando tenía catorce años y medio, después de tres años de sufrir problemas de espalda. A Rusty lo sacrificaron cuando empezaron a fallarle los riñones.

Michelle mira fotos de niños, niños que están abrazando a Yogi en una foto detrás de otra, y me cuenta que conoció a una niña en Tegucigalpa. Tenía las piernas cubiertas de infecciones de estafilococos y estaba cogiendo agua de un charco de aguas residuales. Michelle le puso tabletas desinfectantes en el agua. Un periodista le untó las piernas de crema antibiótica.

– Teníamos que ir andando a la mayoría de los sitios porque había barro y todo el mundo que veía a Yogi sonreía -dice-, Y si parábamos en algún sitio se agolpaban a su alrededor y decían en españoclass="underline" «¡Dámelo, dámelo!». Y él estaba entusiasmado. Le encantaba la atención. Sé que entendía lo importante que era el trabajo y yo intentaba explicárselo por el camino: «Esto es muy importante. Estás haciendo cosas buenas por la gente».