En una foto del campo de fútbol hundido, Michelle señala una multitud que está de pie en la otra punta.
– La gente se quedaba de pie al final del campo y se nos quedaba mirando, y un niño pequeño nos dijo «Gracias» en inglés.
Dice:
– Aquellas cosas me dejaban hecha polvo. Era demasiado desgarrador tener contacto humano como aquel.
Mira una foto, sonriendo, y me dice:
– Fuimos a un orfanato para animar a los perros. Un niño corría a esconderse y los perros lo encontraban.
Mira la siguiente foto y dice:
– Esto es una isla. Viajamos dos horas por carreteras llenas de baches y curvas cerradas en la parte de atrás de un volquete para llegar hasta allí. Esta es la parte de atrás del volquete, estaba llena de polvo. Encontramos tres cadáveres.
Acaricia a Yogi y dice:
– Creo que aquello le hizo envejecer. Vio y olió cosas que un cachorro de dos años no tendría que ver nunca.
En otro álbum de fotos Yogi está sentado con unos hombres muy flacos y sonrientes.
– Creo en los Bodhisattvas -dice Michelle-. En el budismo existen seres que están iluminados y que vuelven para ayudar a los demás. Creo que la intención de Yogi al estar conmigo es ayudarme a ser una persona mejor y a hacer cosas. Para mí, ir a Our House habría sido difícil sin él, pero con él me sentí como en casa.
Refiriéndose a la residencia para enfermos desahuciados de sida donde ahora lleva a Yogi, Michelle dice:
– Yo buscaba algo que me llenara y que tuviera sentido, y la gente no paraba de hablarme de Our House. Al principio les pregunté si querían a alguien que hiciera reiki, y me dijeron que no. Luego dije que tenía un perro muy bueno y listo, y entonces me dijeron que me pasara por allí. Y eso es todo. Empezamos a ir todas las semanas.
»Muchos de ellos acaban de perder a su animal de compañía -dice-. A veces ese es el factor de mitigación: “Bueno, como tengo un animal no me puedo mudar a Our House”. Luego el animal se muere y eso les causa mucho dolor. Y todo el mundo que vive allí es un poco como un refugiado. Han perdido por lo menos a un amante. Y en el plano material han perdido su casa.
Michelle rasca las orejas de Yogi y dice:
– Forma parte de su trabajo. Reconfortar a la gente. A eso me refiero con lo del Bodhisattva, a que le interesa ayudar y reconfortar a veces más que su propio bienestar.
Dice:
– El viaje a Honduras fue un momento realmente fundamental para mí. Uno de esos momentos que marcan un hito. En cierto sentido, un punto álgido. Mientras estabas allí nunca te preguntabas cuál era el sentido de tu vida porque resultaba obvio. Podías estar completamente inmerso en él.
Ahora los dos perros están dormidos en sus sillones de fumar en este rancho de color gris de los barrios residenciales. El patio está al otro lado de unas puertas correderas de cristal, salpicado del barro que dejan los perros al correr.
– Antes de ir a Honduras, acababa de terminar la universidad -dice Michelle-, Me había sacado mi máster y había dejado la Hewlett-Packard. Me decía: «Eh, hay todo un mundo multidimensional ahí fuera, mucho más importante que intentar amoldarse a la estúpida cultura de la empresa. ¿Qué sentido tiene eso?». Un día de búsqueda en Honduras, y mientras estuve allí fui muy consciente de ello, tiene cien veces más significado que veinte años en el mundo de la empresa.
»Es hermoso -dice Michelle-. Una parte de mí todavía llora cuando veo trabajar a un perro, sea un perro lazarillo o Yogi en sus mejores momentos. Simplemente me apabulla.
Cierra el álbum de Tegucigalpa, Honduras -las fotos del huracán Mitch-, y lo guarda entre una pila de álbumes.
Y dice:
– Solamente fueron ocho días. Creo que hicimos lo que pudimos.
Error humano
Es probable que hayan visto a Brian Walker por televisión. Si no, lo habrán oído por la radio. Lo habrán visto charlando con Conan O’Brien, o en Good Morning America. También estuvo una mañana con Howard Stern.
Es aquel tío. Ya saben, el primero que se puso a construir su propio cohete -sí, en el jardín de su casa en Bend (Oregón)-, para lanzarse al espacio exterior.
Se hace llamar el Hombre Cohete.
Ah, sí. Claro. Aquel tío.
Ahora se acuerdan. Oyeron ustedes los detalles en cientos de espacios de televisión y radio, los leyeron en periódicos y revistas. Se enteraron de que su cohete es de fibra de vidrio y que obtiene la energía de una solución de peróxido de hidrógeno al noventa por ciento expuesta a una pantalla recubierta de plata.
– Es como cuando uno mezcla vinagre y bicarbonato -cuenta el Hombre Cohete-. Es una reacción química. El peróxido toca la plata y causa una conversión catalítica que lo convierte en vapor. Luego el vapor se expande. Básicamente, el peróxido se convierte en vapor supercaliente a unos ciento cincuenta grados y se expande hasta multiplicar su volumen por seis.
Una explosión de aire comprimido ayudará al lanzamiento. El cohete subirá ochenta kilómetros en línea recta y luego caerá, controlado por un paracaídas.
Es el rico inventor de juguetes. Comprometido con la hermosa mujer rusa a la que conoció por internet y con la que estuvo saliendo mientras se entrenaba con cosmonautas rusos.
Sí, por supuesto que han oído hablar de él y de su proyecto RUSH, que quiere decir Rapid Up Super High [Sube Rápido y Súper Alto]. El tío solo tiene estudios hasta la secundaria. Probablemente lo hayan oído en el programa de radio de Art Bell y luego le hayan enviado un e-mail. Si lo han hecho, habrán obtenido respuesta. El Hombre Cohete ha respondido miles de los e-mails de ustedes. E-mails en que le pedían consejo sobre sus inventos. Donde le contaban cómo les encantan sus juguetes a los hijos de ustedes. Y lo más asombroso es que él les ha respondido. Tal vez incluso les haya enviado un juguete.
Es su héroe. O bien piensan que es un fraude y un bocazas.
Sí, aquel tipo. ¿Qué fue de él?
Oh, sigue ahí. Bueno, sí y no.
Si le enviaron un e-mail -a www.rocketguy.com- lo más probable es que todavía lo tenga en el ordenador. Si le enviaron un e-mail, son ustedes una pequeña parte del problema.
Es diciembre de 2001 y el Hombre Cohete está en su taller, trabajando en el elevador hidráulico del camión que tiene que llevar su cohete hasta el lugar del lanzamiento. Fuera la temperatura está por debajo de los cero grados y en el desierto alto la nieve le llega a uno a los tobillos. Los doce acres donde vive Brian Walker, tan cerca del centro del pueblo que solamente da tiempo a escuchar una canción en el estéreo del coche, son en su mayor parte pinos y roca volcánica. Vive en una enorme cabaña de troncos. Un poco más allá colina abajo están su garaje y los edificios de sus talleres. Junto a los mismos está su «Jardín Espacial», un montón de equipamiento que ha construido para entrenarse para su viaje a la atmósfera.
Se pueden ver prototipos de misiles, de cápsulas y de cohetes, de colores rojo brillante y amarillo, de espuma y de fibra de vidrio. En su taller, las paredes blancas están cubiertas de prototipos de juguetes que ha inventado. Brian Walker es un tipo corpulento y barbudo, mientras que su ayudante a tiempo parcial, Dave Engeman, es un tipo pequeño y bien afeitado, y entre la nieve, los juguetes, los pinos y la cabaña de troncos, los dos hombres dan la impresión de estar en un taller en algún sitio cercano al polo norte. Más como si fueran elfos que astronautas.
Si se lo piden, el Hombre Cohete bajará de la pared y demostrará el funcionamiento de los juguetes que nunca pudo vender.