Hasta la atención mediática se ha convertido en un obstáculo. A su puerta han llegado unas dos mil personas pidiendo ir en el cohete.
– Me cuesta muchísimo decir que no -dice-. Lo que me ha retrasado más durante los últimos tres años es mi deseo de satisfacer las peticiones de la gente. Ya sea en los medios de comunicación. Ya sea leyendo y contestando e-mails o invitando a gente a ver las instalaciones. O participando en actos de recaudación de fondos para escuelas. Voy mucho a dar charlas por las escuelas.
Ha sido toda una experiencia. Dinero. Fama. Amor. Y todo antes de que el cohete llegue siquiera a la rampa de lanzamiento.
Saltamos ahora a julio de 2003, y, día a día, Brian Walker está regresando al mundo. Un amigo le presentó a una mujer, norteamericana, agente inmobiliaria y de su misma edad. Se llama Laura y ya tiene su voz en el mensaje del contestador. Se han tirado juntos en caída libre. Incluso hablan de casarse otra vez, cuando el divorcio de Brian sea efectivo.
Y sigue recibiendo cartas, cientos de cartas de niños, de padres y de maestros a los que les encantan sus juguetes.
Y allí en Bend (Oregón), el trabajo continúa en el Jardín Espacial. Está la centrifugadora donde Brian se entrena para soportar la fuerza gravitatoria. Está la torre donde pone a prueba los motores del cohete. Dentro de un par de meses planea lanzarse a cinco kilómetros de altura en un cohete de prueba. Planea terminar la cúpula geodésica que ha empezado. Y el observatorio que ha construido sobre la misma. Dentro de la cúpula, el cohete espera, pintado con dos tonos distintos, azul claro y azul oscuro. Listo ya y montado en el camión que estaba preparando en diciembre de 2001. Cuando todo parecía posible. El amor. La fama. La familia.
En cierto modo, todo sigue siendo posible.
En lugar de instrumentos de navegación dentro del cohete quiere un monitor de vídeo de pantalla plana conectado a cámaras exteriores. O llevar visores de vídeo.
Quiere construir un trineo para cohetes montado en una rampa que salga de un costado de la cúpula.
Quiere diseñar una especie de nave planeadora que pueda ser catapultada de ciudad a ciudad.
Está construyendo un kart que funciona con dos motores a reacción.
Y en cuanto al motor a reacción que ha comprado en e-Bay y ha arreglado para que su emisión a novecientos grados funda la nieve de la entrada para coches…
– Cuando esta cosa cobre vida, las pelotas te van a subir hasta el estómago -dice-. Verlo en funcionamiento es casi aterrador.
Y hay que buscar empresas patrocinadoras.
– Me encantaría que me patrocinara Viagra -dice Brian Walker-. Porque el cohete es un símbolo perfecto para el Viagra -dice Brian Walker-, Mucho mejor que un coche de carreras.
Queda mucho trabajo por hacer.
Sigue necesitando destilar las cuatro toneladas y media de peróxido de hidrógeno. Y contestar muchos e-mails. En la cabaña de troncos le espera su traje espacial hecho en la Unión Soviética.
El mundo entero espera.
Sí, tendrán ustedes noticias del Hombre Cohete.
Muchas noticias.
Si él no es el primer individuo que va por su cuenta al espacio, entonces quiere ser el pionero de la caída libre a grandes altitudes desde cohetes. Quiere lanzar el turismo espacial, que permitirá a la gente orbitar la Tierra en una estación, parecida a un crucero, y bajar desde el cielo para visitar cualquier lugar, como un puerto. Planea escribir un libro que explique su éxito como inventor. Está diseñando un cañón de fibra de carbono que disparará globos llenos de mil doscientos litros de agua para apagar incendios forestales a ocho kilómetros de distancia.
Dentro de su cúpula geodésica de catorce metros de ancho, Brian Walker habla de las luces halógenas rojas, verdes y amarillas que planea instalar. Habla de sus otros sueños. De ser el «Hombre Teletransporte» y teletransportarse al instante a Rusia. O de ser el «Viajero del Tiempo».
De momento dice:
– La única cosa razonable que creo poder hacer es lanzarme al espacio. No puedo viajar en el tiempo. No puedo tele- transportarme.
Dentro de la cúpula fría y oscura, lejos del sol del desierto, a solas con su cohete, dice:
– Quiero tener una iluminación y unos efectos especiales extraordinarios, y quiero tener altavoces que reverberen para poder llevar a cabo unas presentaciones fantásticas.
Fíjense en que, tal como lo explica el Hombre Cohete, la meta -el viaje espacial, el viaje en el tiempo y el teletransporte- no es la verdadera recompensa. Es lo que uno descubre por el camino. Igual que llevar a un hombre a la Luna nos dejó las sartenes de teflón.
– Y quiero -dice Brian Walker- hacer mi propio rollo al estilo de Made in USA de John Landis. ¿Y te acuerdas del programa de la tele Túnel del tiempo?
Dice:
– Quiero hacer Túnel del tiempo 2001, protagonizada por el «Hombre Tiempo», y las misiones del Hombre Tiempo consisten en viajar al pasado para tirarse a chatis importantes de la historia y poder diseminar sus genes genéticos en el futuro. Así que viaja a Egipto para hacérselo con Cleopatra, pero nada más llegar se gira y está a punto de ser aplastado por una cuadriga y lo tienen que transportar de vuelta al futuro. Después se va a Francia para montárselo con María Antonieta y se materializa en la guillotina justo cuando está bajando la cuchilla. Así que el pobre tío viaja en el tiempo y llega siempre a un punto donde le falta un segundo para morir. Y al final resulta que el pobre tío nunca puede hacer nada…
Querido señor Levin
En la universidad nos hicieron leer una vez sobre una gente a la que les enseñaron fotografías de enfermedades de las encías. Se trataba de fotografías de encías podridas y deformes y de dientes manchados, y la idea era ver cómo esas imágenes afectaban a la forma en que la gente cuidaba sus dientes.
A un grupo le enseñaron fotografías de bocas solamente un poco podridas. Al segundo grupo le enseñaron fotos de encías moderadamente podridas. Al tercer grupo le enseñaron bocas horriblemente ennegrecidas, con las encías descarnadas, en carne viva y sangrantes, y los dientes de color marrón o caídos.
El primer grupo de estudio siguió cuidándose la boca como siempre. El segundo grupo empezó a cepillarse y pasarse el hilo dental un poco más. El tercer grupo simplemente renunció. Dejaron de cepillarse y de pasarse hilo dental y se limitaron a esperar que los dientes se les volvieran negros.
A ese efecto el estudio lo llamó «narcotización».
Cuando el problema parece demasiado grande, cuando nos enseñan demasiada realidad, tendemos a cerrarnos en banda. Nos resignamos. No hacemos nada porque el desastre parece inevitable. Estamos atrapados. Eso es la narcotización.
En una cultura donde la gente tiene demasiado miedo para afrontar las enfermedades de las encías, ¿cómo se puede conseguir que afronten las demás cosas? Como la polución o la igualdad de derechos. ¿Y cómo se consigue que luchen?
Eso es lo que usted, señor Ira Levin, hace a la maravilla. Hechiza a la gente.
Sus libros no son tanto relatos de terror como fábulas con moraleja. Escribe usted una versión inteligente y actualizada de la clase de leyendas tradicionales que las culturas han usado siempre -como los poemas infantiles y las vidrieras- para enseñarle alguna idea básica a la gente. Sus libros, entre ellos El hijo de Rosemary, Las poseídas de Stepford y La astilla, cogen algunos de los asuntos más espinosos de nuestra cultura y nos hechizan para que afrontemos el problema. Como forma de ocio. Convierte usted esa clase de terapia en diversión. En nuestras pausas para el almuerzo, mientras esperamos el autobús o tumbados en la cama, usted hace que afrontemos esos Grandes Problemas y que los combatamos.