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Tomar notas.

Todos mis amigos con sus agendas electrónicas y sus teléfonos móviles no paran nunca de llamarse a sí mismos y de dejarse recordatorios de lo que va a pasar. Dejamos post-its para nosotros mismos. Vamos a la tienda del centro comercial, esa donde te graban cualquier cosa que te dé la gana en una cajita con baño de plata o en una pluma, y pedimos un recordatorio para cada acontecimiento especial que no conseguimos recordar porque la vida pasa demasiado deprisa. Compramos esos marcos de foto donde se puede grabar un mensaje en un chip de audio. ¡Lo grabamos todo en vídeo! Ah, y ahora hay esas cámaras digitales, así que podemos enviar nuestras fotos por e-mail a todas partes: el equivalente de este siglo al tedioso pase de diapositivas de las vacaciones. Organizamos y reorganizamos. Grabamos y archivamos.

No me sorprende que a la gente le guste Memento. Me sorprende que no ganara todos los premios de la Academia y luego destruyera todo el mercado de consumo de discos compactos grabables, libros en blanco, dictáfonos, agendas personales y todos los demás chismes que usamos para llevar a cabo un seguimiento de nuestras vidas.

Mi sistema de archivo es mi fetiche. Antes de irme de la Freightliner Corporation compré una pared entera de archivadores de acero negro de cuatro cajones a cinco pavos cada uno como restos de oficina. Ahora, cuando se acumulan los recibos, las cartas, los contratos y todo lo demás, cierro las persianas, pongo un cedé de sonidos de lluvia y me siento a archivar como un loco. Uso carpetas colgantes y etiquetas plásticas para archivador especiales de colores. Soy Guy Pearce sin el cuerpo estilizado y sin la cara bonita. Me dedico a organizar las fechas y la naturaleza de los gastos. Organizo ideas para relatos y datos desparejados.

Este verano, una mujer de Palouse (Washington), me contó que se puede plantar semilla de colza para conseguir comida o lubricante. Hay dos variedades distintas de semilla. Por desgracia, el tipo lubricante es venenoso. Por esa razón, cada condado del país tiene que decidir si permite a los granjeros plantar la variedad comestible o la lubricante de la semilla de colza. Si en algún condado se equivocaran con unas cuantas semillas podría morir gente. También me contó que la gente que costea el movimiento supuestamente popular para acabar con las presas hidroeléctricas son en realidad la industria norteamericana del carbón: no los militantes ecologistas cumbayás ni los practicantes del rafting por rápidos, sino los mineros del carbón que se oponen a la energía hidroeléctrica. Lo sabe, me dice, porque ella les diseña las páginas web.

Igual que pasa con los pájaros robóticos, se trata de datos interesantes, pero ¿qué puedo hacer con ellos?

Los puedo archivar. Algún día les encontraré un uso. Igual que mi padre y mi abuelo llevaban a casa leña y coches rotos, cualquier cosa gratis o barata que pudiera tener algún uso en el futuro, yo ahora apunto datos y cifras y me los guardo para algún proyecto futuro.

Imaginen la casa en Nueva York de Andy Warhol, abarrotada de montañas de objetos kitsch, botes de galletas y revistas viejas, y se harán una idea de cómo es mi mente. Los archivos son un anexo a mi cabeza.

Los libros son otro anexo. Los libros que escribo son mi sistema de retención de sobrecargas de las historias que ya no puedo conservar en mi memoria reciente. Los libros que leo sirven para reunir datos para más historias. Ahora mismo estoy mirando un ejemplar de Fedro, una conversación ficticia entre Sócrates y un joven ateniense llamado Fedro.

Sócrates está intentando convencer al joven de que el habla es mejor que la comunicación escrita o que cualquier comunicación grabada, como las películas. De acuerdo con Sócrates, el dios Toth del antiguo Egipto inventó los números, el cálculo, el juego, la geometría y la astronomía… y también inventó la escritura. Luego le presentó sus inventos al gran rey-dios Tamus y le preguntó cuál de ellos tenía que enseñar al pueblo egipcio.

Tamus dictaminó que la escritura era un pharmakon. Igual que la palabra «droga», el concepto podía usarse para cosas buenas y para cosas malas. Para cosas que curaban o para venenos.

De acuerdo con Tamus, escribir permitía a los humanos ampliar sus recuerdos y compartir información. Pero lo que es más importante, la escritura permitiría a los humanos apoyarse demasiado en aquellos medios externos de memoria. Nuestras memorias personales se marchitarían y empezarían a fallar. Nuestras anotaciones y registros reemplazarían a nuestras mentes.

Peor que eso, la información escrita no puede enseñar, de acuerdo con Tamus. No se puede cuestionar y tampoco se puede defender cuando la gente no la entiende bien o no la representa bien. La comunicación escrita le da a la gente lo que Tamus llamaba «el falso engreimiento del conocimiento», una certeza falsa de que comprenden algo.

Así que todas las cintas de vídeo de vuestra infancia, ¿acaso os dan una mejor comprensión de vosotros mismos? ¿O simplemente apuntalan los recuerdos defectuosos que tenéis? ¿Pueden sustituir vuestra capacidad para sentaros y hacerle preguntas a vuestra familia? ¿Para aprender de vuestros abuelos?

Si Tamus estuviera aquí, yo le diría que la memoria misma es un pharmakon.

La felicidad de Guy Pearce se basa por completo en su pasado. Tiene que terminar algo que apenas recuerda. Algo que tal vez esté recordando mal porque le resulta demasiado doloroso.

Guy y yo estamos unidos por la cadera.

Mis dos noches en Carson (California) las puedo recordar mirando el recibo de la tarjeta de crédito. Más o menos. Estuve posando para una sesión de fotos para la revista GQ. Su idea original era hacerme posar acostado sobre un montón de consoladores, pero llegamos a un acuerdo. Era la noche en que se daban los premios Grammy, así que todas las habitaciones de hotel decentes de Los Ángeles estaban ocupadas. Otro recibo muestra que me costó setenta pavos llegar en taxi al sitio donde se iban a hacer las fotos.

Ahora me acuerdo.

La estilista de moda me contó que su chihuahua se podía chupar el pene a sí mismo. Que a la gente le encantaba su perro, hasta que se plantaba en el centro de todas las fiestas y empezaba a hacerse mamadas allí mismo. Aquello había hecho que más de una vez se vaciaran las fiestas celebradas en su casa. La fotógrafa me contó historias de terror sobre fotografiar a Minnie Driver y a Jennifer López.

En una sesión de fotos parecida para el catálogo de Abercrombie & Fitch, el fotógrafo me cuenta que su chihuahua tiene un «trastorno de retracción eréctil». Siempre que al bicho se le pone dura, el tipo -el fotógrafo de Abercrombie- tiene que poner la mano y asegurarse de que el prepucio del perro no esté demasiado tirante.

Ah, ahora me vienen los recuerdos a mares.

Ahora, día y noche, el mensaje que aparece en primer plano de mi mente es: nunca tengas un chihuahua.

Después de la sesión de fotos para GQ -en la que me vistieron con ropa cara y me hicieron posar en un plato que imitaba el lavabo de un avión-, un productor cinematográfico me llevó a un hotel en primera línea de mar de Santa Mónica. Era un hotel grande y caro, con un bar elegante que daba a la puesta de sol sobre el océano. Faltaba una hora para que empezaran los Grammy y los famosos con sus caras bonitas, sus trajes y sus vestidos de noche se dedicaban a mezclarse entre ellos, cenar, tomar copas y llamar a sus limusinas. La puesta de sol, la gente, yo un poco borracho y todavía maquillado para la sesión de GQ, con una dirección artística muy profesionaclass="underline" era como si hubiera muerto y estuviera en el paraíso de Hollywood… hasta que algo cayó en mi plato.

Una horquilla.

Me toqué el pelo y palpé docenas de horquillas, todas sobresaliendo de mi masa de pelo embadurnada de laca. Allí enfrente de la aristocracia de la música, yo era como la Olivia de Popeye pero borracha, repleta de horquillas y dejando caer varias cada vez que movía la cabeza.