Frieda, la mujer que le afeitó la cabeza a Brad, me prometió el pelo para mis felicitaciones de Navidad, pero luego se olvidó, así que usé el pelo del golden retriever de un amigo. Otra mujer, amiga de mi padre, me llama hecha un manojo de nervios. Está segura de que los asesinos eran supremacistas blancos y quiere «infiltrarse hasta el fondo» de su mundo en las inmediaciones de Hayden Lake y de Butler Lake en Idaho. Quiere que yo vaya con él y que le «sirva de apoyo». Que le «cubra las espaldas».
Así que mis aventuras no cesan. Iré al corredor de Idaho. O bien me sentaré en casa como quiere la policía, tomaré Zoloft y esperaré su llamada.
O no lo sé.
Mi padre era un yonqui de las apuestas, y todas las semanas me llegan premios de poca importancia por correo. Relojes de pulsera, tazas de desayuno, toallas de golf, calendarios, nunca los grandes premios, los coches o los barcos, siempre los pequeños. A otra amiga, Jennifer, se le murió hace poco su padre de cáncer y también le llegan los mismos regalos de poco valor de concursos en que él la inscribió meses atrás. Collares, sopa de sobre, salsa para tacos, y cada vez que llega uno, ya sean videojuegos o cepillos de dientes, a ella se le rompe el corazón.
Premios de consolación.
Unas noches antes de que muriera mi padre, mantuvimos una conferencia a larga distancia de tres horas sobre una casa que nos había construido a mi hermano y a mí en lo alto de un árbol. Hablamos de una carnada de pollos que yo estaba criando, de cómo construirles un corral, y de si el cajón para que las gallinas pusieran los huevos tenía que llevar tela metálica en el suelo.
Y él me dijo que no, que los pollos no se cagan en su propio nido.
Hablamos del tiempo y del frío que hacía por las noches. Él me dijo que en el bosque donde él vivía los pavos salvajes acababan de criar, que los pavos macho desplegaban las alas y acogían en su seno a todas sus crías, ya que eran demasiado grandes para que las hembras las protegieran. Para que estuvieran calientes.
Yo le dije que ningún animal macho podía ser tan maternal.
Ahora mi padre ha muerto y mis gallinas tienen sus nidos.
Y ahora parece que tanto él como yo nos equivocábamos.
posdata: El día después de que Holly Watson me llamara para darme la noticia era el día que mi hermano tenía que llegar de Sudáfrica. Venía para encargarse de unos asuntos bancarios y de impuestos. Sin embargo, lo que hicimos fue ir en coche a Idaho para ayudar a identificar un cadáver que la policía decía que podía ser el de nuestro padre. El cuerpo fue encontrado tiroteado, junto al cuerpo de una mujer, en un garaje quemado en las montañas a las afueras de Kendrick (Idaho). Corría el verano de 1999. El verano en que se estrenó la película El club de la lucha. Fuimos a la casa de mi padre en las montañas de Spokane para buscar unas radiografías que mostraran las dos vértebras soldadas en la espalda de mi padre después de que un accidente de tren lo dejara inválido.
La casa de mi padre en las montañas era hermosa, cientos de acres repletos de pavos salvajes y alces y ciervos. En la carretera que llevaba a la casa había un cartel nuevo. Estaba al lado de una roca enorme colocada junto a la carretera. Decía «Roca de Kismet». No teníamos ni idea de qué significaba aquel cartel.
Antes de que mi hermano y yo pudiéramos encontrar las radiografías, la policía llamó para decir que el cadáver era de mi padre. Habían usado las fichas dentales que les habíamos enviado.
En el juicio del hombre que lo había asesinado, Dale Shackleford, salió a la luz que mi padre había contestado un anuncio clasificado puesto por una mujer cuyo ex marido había amenazado con matarla a ella y a cualquier hombre al que encontrara con ella. El epígrafe del anuncio clasificado era «Kismet». Mi padre fue uno de los cinco hombres que respondieron. Y fue el que la mujer eligió.
De acuerdo con los agentes del condado de Latah, Shackleford aseguró que yo lo estaba acosando y enviándole copias de la película El club de la lucha. Aquello fue en enero de 2000, cuando las únicas copias existentes eran las copias para los miembros del jurado de los Oscar.
La mujer muerta cuyo cuerpo fue encontrado junto a mi padre era la mujer que había puesto el anuncio, Donna Fontaine. Estaban solamente en su segunda o tercera cita. Ella y mi padre habían ido a casa de Donna para dar de comer a los animales antes de ir a casa de mi padre, donde él iba a darle una sorpresa con el cartel de «Roca de Kismet». Una especie de hito que tomaba el nombre de su reciente relación.
Su ex marido la estaba esperando y los siguió con el coche hasta la entrada de la casa. Según el veredicto del tribunal, los mató y pegó fuego a sus coches en el garaje. Hacía menos de dos meses que se conocían.
Dale Shackleford ha apelado su sentencia de muerte.
Chuck Palahniuk