Dentro del estadio, las colchonetas están colocadas una sobre otra, en pilas de a dos, a modo de preparación para el torneo de lucha grecorromana.
– A mucha gente le da miedo la grecorromana -dice Michael Jones-, Yo tardé años en que me gustara, porque me daba miedo. Es por los lanzamientos. Hay algunos lanzamientos tremendos.
Phil Lanzatella se viste para el combate, con la cicatriz de su operación a corazón abierto recorriéndole el centro del pecho. Explica que por lo menos la tercera y última rotura de válvula cardíaca tuvo lugar probablemente mientras estaba practicando lucha grecorromana con Jeff Green en el Centro de Entrenamiento Olímpico en 1997.
– Yo pesaba unos ciento treinta kilos y Green venía a pesar unos ciento veinte, así que entre los dos sumábamos unos doscientos cincuenta volando por los aires a no sé cuántos kilómetros por hora. Retorciéndonos y dando vueltas. Y estábamos al lado de unos tipos más pequeños. En aquel sitio estábamos todos muy pegados. Y ellos levantaron las manos y los pies -dice-. Y nosotros veníamos volando y girando por el aire y yo aterricé justo en el pie de un tío.
Lanzatella dice:
– Lo sentí. Me di cuenta de lo que había pasado, pero no me detuve a pensar mucho en ello. Me había llevado porrazos peores que aquel.
Hoy hay quien habla del lado oscuro de la lucha, de cómo alguien entró con una cámara escondida en los pesajes del torneo de las Midlands unos años atrás y los mejores luchadores del mundo acabaron saliendo desnudos en internet. La gente cuenta que los luchadores amateurs son acosados por fans obsesionados. Que los han llamado de madrugada. Que los han seguido. Que los han matado.
– Sé que se ha hablado mucho -dice Butch Wingett-. DuPont se pasó mucho tiempo yéndole detrás a Dave Schultz.
El antiguo luchador universitario Joe Valente dice:
– Este deporte no es nada respetado. La gente cree que son un montón de maricas que solo quieren sobarse.
En el momento de empezar la competición grecorromana no hay nadie en la tribuna.
Keith Wilson gana su primer combate y pierde el segundo, pero a pesar de todo irá a las finales preolímpicas porque ya se había clasificado en el torneo nacional.
Chris Rodrigues gana un solo combate y se clasifica para las finales preolímpicas de lucha grecorromana. El único estudiante de secundaria que se clasifica.
Ya con su padre después del combate, dice:
– Es genial. Todavía voy al instituto. Voy a volver a casa y contaré a todos mis amigos que voy a ir a los preolímpicos de Dallas.
Phil Lanzatella gana su primer combate por tres a cero.
En su segundo combate, Phil empata a cero en el primer tiempo, cede un punto a su oponente en el segundo y pierde el combate en la prórroga.
Ya quedan pocos luchadores en el evento. La gente se está marchando, cogiendo aviones. Mañana es lunes y todo el mundo tiene que estar de vuelta en el trabajo. Sean Harrington es contratista de pintores. Tyrone Davis es operador de una planta de aguas en la localidad de Hempstead (Nueva York). Phil Lanzatella es portavoz de la empresa que le instaló la válvula en el corazón y representante de cuentas publicitarias para la Time Warner.
Lanzatella está sentado en el extremo más alejado de la arena mientras terminan los últimos combates de consolación. Sus zapatillas de lucha están tiradas a unos metros.
– Tengo lo que merecía -dice-. No he estado entrenando lo bastante duro. Ahora tengo otras prioridades. Mi mujer. Mis hijos. Mi trabajo.
Dice:
– Es la última vez que estas zapatillas entran en acción.
Dice:
– A lo mejor me paso al golfo algo así.
Sheldon Kim dice:
– Probablemente esto se ha acabado para mí. Tengo otras prioridades. Tengo una niña. Después de esto, se acabó. Ya he aprendido lo bastante de este deporte como para saber hasta dónde he llegado.
Los luchadores abandonan «la familia» para concentrarse en sus familias.
Ya casi no queda nadie en el Young Arena.
– La lucha tiene una especie de culto de seguidores -dice William R. Graves, que esta noche se vuelve en coche a la Universidad Estatal de Ohio, donde está terminando el último año de su doctorado en física-. Vienen tus amigos. Viene tu familia. Y creo que mucha gente ve la lucha como un deporte aburrido.
Justin Petersen dice:
– Es un deporte que agoniza. He oído decir que el boxeo está un poco peor, pero la lucha le anda a la zaga. Hay muchas universidades que están cerrando sus programas de lucha. También está perdiendo popularidad en los institutos. No le quedan muchos años, por lo que dice la gente.
– Sobre todo está muriendo en el ámbito universitario -dice Sean Harrington-, Pero he leído que en el infantil, entre los niños, es más popular que nunca. Hay muchos niños que están entrando en la lucha porque los padres saben lo que les puede dar a sus hijos.
Dice:
– Es todo culpa del Apartado Nueve.
En los veinticinco años desde que se aprobó la ley federal que obliga a las universidades a ofrecer igualdad de oportunidades en el deporte para hombres y mujeres, un total de cuatrocientas sesenta y dos escuelas cancelaron sus programas de lucha.
– El Apartado Nueve es un factor importante -dice Mike Engelmann-. A todas esas universidades les están jodiendo los programas de lucha porque tenemos que tener igualdad en el número de deportes. No quiero parecer sexista ni nada así, pero yo no creo en eso.
Incluso el campeón olímpico Kevin Jackson dice:
– Tengo un hijo que está empezando a luchar un poco, pero ya practica taekwondo, fútbol y baloncesto, y no veo claro lo de presionarlo para que luche porque es mucho trabajo a cambio de una recompensa muy pequeña.
Todavía sentado junto a sus zapatillas en el estadio casi vacío, Phil Lanzatella habla de sus hijos:
– Es más, yo los pondría a jugar al golfo al tenis. Algo sin contacto físico que dé un montón de dinero.
Jackson dice:
– Hay mucha gente por todo el país que ha luchado o que conoce a alguien que ha luchado. Y que tiene algún vínculo con la lucha. Simplemente tenemos que promocionar mejor a nuestros deportistas para que la gente que ve la tele pueda establecer ese vínculo.
– Esos tipos… -dice Engelmann-. Estoy seguro de que sus hijos también van a luchar. Y por eso va a sobrevivir el deporte. Yo quiero tener hijos, y no los voy a presionar ni nada, pero confío en que quieran dedicarse a la lucha.
Phil Lanzatella también tiene que coger un avión.
– Tal vez toda esa energía se pueda canalizar en forma de beneficios monetarios -dice. Ha recibido una oferta para escribir un libro-. Ahora tengo tiempo para reflexionar y está claro que tengo historias. Desde mil novecientos setenta y nueve hasta ahora. Presentarme a legislador estatal… Salir con la hija de Móndale cuando boicoteamos los Juegos Olímpicos en mil novecientos ochenta… Formar parte de cinco equipos olímpicos… Algo que nadie ha hecho. Sí, hay muchas historias.
Recoge sus zapatillas y dice:
– Todavía tengo que llamar a mi mujer…
– Es estupendo cuando lo dejas -dice el entrenador de lucha en institutos Steve Knipp-. Tu vida es tan dura cuando estás en activo que cuando dejas de controlarte el peso y te pones a comer, disfrutas de la comida como nunca en tu vida. O cuando simplemente te sientas, nunca has disfrutado tanto de ese sillón. O cuando bebes un vaso de agua, nunca has disfrutado tanto del agua.
Y ahora Lanzatella, Harrington, Lewis, Kim, Rodrigues, Jackson y Petersen, con sus orejas, y Davis, Wilson, Bigley, con sus orejas deformes como estalactitas, se dispersan por el ancho mundo y empiezan a integrarse en él. En sus trabajos. En sus familias.
Donde solamente serán reconocidas por otros luchadores.
Keith Wilson dice: