»Tal vez, no sé… tal vez haya una explicación freudiana que pueda aclararlo todo… -Volvió a reírse-. Por Dios, te lo ruego, hazme callar. Estoy diciendo muchos disparates esta noche. Debe de ser que vuelvo a los tiempos de Oxford.
– Cuando estudiabas en Oxford no eras para nada así -repuso Swift-. Eras muy práctico, muy americano, y no hacías ostentación de tu capacidad intelectual. Eras inteligente sin ser pretencioso. Esto es lo que me atrajo de ti.
Entre él y Swift había un acuerdo en lo referente al sexo: si no había nadie en sus vidas, dormían juntos. De todas formas, siempre era mejor no dar nada por sentado. Jack tenía que lograr llevársela a la cama antes de que viera el fósil.
Swift preparó café y lo llevó al salón en una bandeja de bordes de latón indio que Jack le había regalado al regresar a casa después de haber ascendido al Dunagiri, una montaña de siete mil metros de altura que se halla en el norte de la India y que fue el primer pico de la cordillera del Himalaya que él escaló, junto con Didier, cuando ambos se entrenaban para ascender al Changabang al año siguiente. Jack advirtió, súbitamente sobresaltado, que desde aquello habían transcurrido exactamente diez años. Tal vez ella tuviera razón; tal vez era ya demasiado viejo para andar escalando montañas.
Estaban sentados en el sofá. Tras un largo silencio, Swift se inclinó hacia él y le acarició la mejilla con el dorso de su mano cargada de anillos.
– ¿En qué estás pensando?
Jack le contó los pensamientos que se habían desatado en él al ver la bandeja.
– Me pregunto quién será mi nuevo compañero de cordada ahora que Didier ha muerto -añadió.
Swift se pegó a él y Jack le rodeó la cintura con los brazos, apretándola suavemente, y posó sus labios sobre los de ella como si anhelara que su amiga le devolviera el soplo vital, porque se sentía en verdad exánime.
Pasaron varios minutos. De pronto Swift se apartó y se lo quedó mirando muy concentrada, como si estuviera reflexionando sobre qué era aquello que le atraía de su rostro.
Se puso en pie sin vacilar, se bajó la cremallera de la falda, la tiró al suelo y dejó al descubierto ante los ojos de Jack, impresionado al ver que no llevaba ropa interior, el dorado tepe cortado en forma triangular, pero vuelto hacia abajo, en el nadir de su vientre.
– Antes me ha parecido oírte decir que no eras Sharon Stone -le reprochó él apretando su cara contra el cuerpo de ella.
Swift le acarició el pelo, feliz de sentir que él siguiera deseándola tanto.
Jack fue tras ella hasta el vestíbulo sin apartar la vista de las curvas perfectas de sus nalgas. Swift subió la escalera que llevaba al dormitorio, volviendo la cabeza de vez en cuando con aire provocativo como para cerciorarse de que él la seguía. Y fue entonces cuando sus ojos se posaron de pronto en la jaula de madera que él había traído.
Swift se paró en seco.
– ¡Eh! -exclamó-. ¿Y el regalo?
Se volvió, se sentó en un escalón y dejó que él metiera la cabeza entre las piernas hasta que le cogió por los pelos y lo apartó.
– Después -acertó a decir él mientras deslizaba la mano entre sus piernas.
Swift se levantó entre risas huyendo de sus torpes caricias, y subió otro peldaño.
– Ni hablar. Primero el tributo, después la recompensa.
– ¿No puede esperar? -le preguntó Jack con voz quejumbrosa.
– ¿Para que luego cambies de opinión y no me lo quieras dar? -Su comportamiento infantil le producía a Swift un extremo placer-. Ni soñarlo. Además, tú quieres que cuando nos acostemos yo me entregue totalmente, ¿verdad? Pues yo no podré hacerte el amor si tengo la cabeza en otra parte.
– No lo entiendes, Swift. De eso se trata precisamente, es justamente eso lo que me preocupa. Que no te entregues totalmente.
Swift lo empujó con suavidad y lo llevó de nuevo al vestíbulo.
– Te falta mucho que aprender sobre psicología femenina -le soltó; la evidente decepción de él la divertía mucho-. Tenías que haber dejado el regalo en el coche.
– ¡No te falta razón, mierda! -repuso, enfadado-. Pero tienes que saber que esto es… no es un regalo normal… no es una bandeja india, ni tampoco una alfombra.
– De eso ya me he dado cuenta.
– Lo que quiero decir es que se trata de algo relacionado con la ciencia y que quizá ahora no sea el momento más adecuado para dártelo.
– Ahora sí me tienes intrigada -se rió Swift-. ¿Qué es?
– Mierda.
Jack aceptó su derrota. Fue hacia la puerta y recogió la jaula del suelo.
– No puedes ni figurarte lo que me costó pasar la aduana -gruñó Jack.
– Es un fósil, ¿verdad? ¡Oh, Jack! ¡Me has traído un fósil!
Ella le siguió hasta la cocina y Jack, fastidiado, dejó la caja sobre la mesa, buscó un cuchillo e hizo palanca para abrirla. Cuando lo hubo conseguido, sacó un puñado de paja y Swift reconoció en seguida que lo poco que se veía era el cráneo de un homínido. Se estremeció, entusiasmada.
– Dios mío -exclamó sin aliento-. Es un cráneo.
– Venga, vamos -le apremió-. Sácalo. No se va a romper, es muy resistente.
– Espera. Un momento, un momento.
Swift salió precipitadamente de la cocina y al segundo volvió a entrar con la falda puesta.
Jack hizo un esfuerzo por no mostrar su contrariedad, aunque, a decir verdad, al cabo de nada, Swift le había contagiado su entusiasmo y ardió en deseos de saber qué haría ella con su hallazgo.
Con mucho cuidado, al igual que haría una madre al coger a su hijo recién nacido, Swift extrajo el cráneo de la jaula y se lo quedó mirando fijamente un buen rato sin abrir la boca.
– Es precioso, Jack -declaró al fin.
– ¿Lo dices de veras? En la caja hay un fragmento del maxilar inferior. Lo encontré más tarde. Y también te he traído una muestra de tierra y de roca. Espero que te ayude a datarlo.
– ¿Cómo es que sabes en qué consiste la geocronología? -le preguntó Swift sin apartar los ojos del cráneo.
Jack se encogió de hombros.
– No sé por qué te sorprende. Me he pasado veinticinco años trepando por las rocas. Me parece que no es nada extraño que tenga algunas nociones de geología.
– Sí, claro, claro -repuso ella abstraída.
Jack cruzó los brazos y se apoyó en la encimera de madera; disfrutaba al verla tan fascinada. Tras un prolongado silencio, hizo una mueca y comentó:
– Pareces Hamlet.
– Basta que te lo quedes mirando atentamente un buen rato para que empiece a hablarte -murmuró-. Exactamente igual que el pobre Yorick.
– Así pues, ¿cuál es el veredicto?
– ¿El veredicto?
– ¿Es una pieza interesante?
– Una se pasa la mayor parte de la vida en busca de fósiles aguzando la vista para ver si encuentra algunos viejos fragmentos. Puedes acabar con la espalda destrozada y quedarte ciega a fuerza de buscar trocitos de huesos fosilizados. O fragmentos rotos de un esqueleto. O pedazos irregulares de un todo esparcidos por el suelo. Tal vez sólo dos o tres de ellos. Unos cuantos huesos malares. Un fragmento de un maxilar. Con mucha suerte, medio maxilar entero. Pero ¿esto? Es fantástico, Jack. Un cráneo prácticamente entero. E intacto. Es el hallazgo con el que sueña todo el mundo.
– ¿En serio crees que puede ser importante?
– Jack, jamás había visto un resto fósil en tan buenas condiciones.
Swift meneaba la cabeza como queriendo hacerle comprender su absoluta fascinación, y Jack vio que se le saltaban las lágrimas.
– Es fabuloso. ¿Dónde lo encontraste?