– Ccccc-oooo-mmm…
– No doy crédito a mis oídos -dijo Cody.
– Comida -dijo Swift-. Dilo.
– Cccccc-ooooo-mmmmm…
– Anda, puedes decirlo. Cooo-miii-daaa.
Rebeca volvió a hacer un movimiento afirmativo con la cabeza.
– ¡Cooo-meee-daaa! ¡Cooo-meee-daaa!
Swift aplaudió, emocionadísima, para gran satisfacción de Rebeca.
– Muy bien -dijo Swift.
– Increíble -admitió Cody.
Swift le lanzó una mirada llena de ansiedad a Mac, cuyos ojos estaban aún pegados al visor de su cámara de vídeo.
– ¿Mac? Lo vas grabando todo, ¿verdad?
– ¡Cccc-oooo-mmm-eee-da!
– ¡Jjjj-oder! No me he dejado ni una sola consonante -refunfuñó.
– ¡C-ooo-m-eee-da!
– Señor, esto se está poniendo como el orfanato de Oliver Twist.
Swift no dejaba de aplaudir.
– Nada, que eres un encanto.
– ¡Naa-daa! ¡Naa-daa!
– No es ninguna casualidad que se dedique a la docencia -dijo Jack.
– ¿Os habéis fijado? -exclamó Cody-. Rebeca ha doblado su vocabulario en menos de una hora. Ojalá dispusiéramos de más tiempo para estudiarla. A lo mejor podemos averiguar cuántas palabras es capaz de aprender. El método de aprendizaje ¿es vocal o facial? Swift, necesitamos más tiempo.
– ¡Coo-me-da!
– Lo haces muy bien -dijo Swift-. Tienes razón, Byron. Necesitamos más tiempo. ¿Qué opinas, Miles? Jameson se encogió de hombros.
– Claro, pero no podemos retenerla aquí para siempre. No sería justo.
– A lo mejor, mientras la estudiamos, podemos averiguar por qué está contaminada -comentó Swift.
Mac se rió.
– Buena idea. Adelante, pregúntaselo.
– Quería decir que… -Swift frunció el ceño y después se rió. Estaba demasiado emocionada para discutir con Mac-. Ya sabes lo que quería decir. Me refería a que a lo mejor podemos averiguar por qué Boyd ha intentado largarnos mentiras.
– Por cierto, ¿dónde está? -preguntó Mac.
– Se ha ido a su refugio -contestó Warner.
– No me sorprende -intervino Jutta-. Has sido muy dura con él, Swift.
– ¡Coo-ooo-me-da! ¡Naa-daa!
– Parece que Rebeca demuestra estar muy dispuesta a dominar los elementos básicos de la sintaxis -dijo Cody.
– Si Boyd es capaz de dominarlos, estoy segura de que Rebeca también lo es -señaló Swift.
Jack soltó una sonora carcajada y tuvo que apretarse las costillas, arrepentido.
– No digas esas cosas. Me duele mucho cuando me río.
– Sigo diciendo que me gustaría saber por qué nos ha largado esa mentira de la radiactividad.
– Yo también he estado dándole vueltas -dijo Jack, quejumbroso-. Y acabo de acordarme de algo. Algo que quizá lo explique todo.
Hustler. Yo tenía razón. El yeti puede ayudarnos. Creo que estamos a punto de solucionarlo todo. Pero al mismo tiempo, tenemos aquí un grave problema. Una situación de conflictos de intereses que supongo que querréis que se resuelva a favor nuestro. Me temía que ocurriera algo por el estilo. Por el bien de la misión y de la seguridad de Estados Unidos he llegado a la conclusión de que se puede prescindir de mis colegas que se encuentran aquí, en el santuario. Creedme, he intentado amoldarme a todo, pero todo tiene un límite. Naturalmente, procuraré que el daño sea el menor, pero es evidente que van a oponer resistencia a lo que yo haga y tendré que coger a uno de ellos y utilizarlo de ejemplo. Pour encourager les autres. Castorp.
– En el bosque, justo antes de que el jefe del grupo de Rebeca me atacara, me encontré algo en el suelo. En realidad sólo le eché una ojeada. En seguida me embistieron y lo había olvidado del todo hasta ahora. En mi casa, en Danville, tengo unas placas solares en el tejado. Lo que vi en el bosque era exactamente igual que un trozo de placa solar. Recuerdo que me pregunté si no se me habría caído algo del traje climatizado cuando me atacaron la primera vez. Pero no podía ser ninguna pieza del traje. Era demasiado grande y demasiado plana.
– Pues si no cayó de tu traje, ¿de dónde salió? -preguntó Swift.
– No cayó de ningún tejado, eso por descontado -dijo Cody.
Jack se frotó la barbilla, pensativo, como si acabara de ocurrírsele algo.
– En realidad, me imagino que sea lo que sea debió de haber aterrizado allí -opinó Jack.
– ¿Que aterrizó allí? -preguntó Mac-. ¿Quieres decir que aterrizó allí como una de esas dichosas aeronaves espaciales?
– Sí, ¿por qué no? Justo antes del alud que mató a Didier, a los dos nos pareció haber oído un ruido que provenía del cielo. Pensamos que era un meteorito. Pero los meteoritos no son los únicos objetos que vuelan por el espacio y caen sobre la tierra. Y desde luego no son aparatos que funcionen con energía solar. Se me acaba de ocurrir que debía de ser un satélite, puede que fuera incluso un satélite militar. Ya me entendéis, un satélite espía. Como mínimo tiene que ser el tipo de satélite que puede ser muy importante recuperar. Eso explicaría por qué de repente nos financiaron la expedición, cuando la National Geographic Society nos había denegado la solicitud. ¡Claro! Por eso Boyd está aquí. Es su hombre. Es lo que querían. Su cometido debe de ser recuperar el satélite.
– ¿El hombre de quién? -preguntó Warner-. ¿De quién hablas?
– De la CIA.
– Anda, Jack, me parece que nos estamos excediendo un poquitín, ¿no te parece? -dijo Warner.
– No, tiene todo mucha lógica. -Echó una mirada a su alrededor, incómodo-. ¿Estáis seguros de que está en su refugio?
Jutta asintió.
– Pero no entiendo por qué un satélite iba a dejar a Rebeca contaminada de radiactividad -dijo la alemana.
– Yo no soy ningún ingeniero espacial. Pero sí sé que las placas solares de algunos satélites son sólo la mitad de la historia. Tiene que haber una segunda fuente de energía, para el momento en que el satélite queda eclipsado por la tierra. Sobre todo si incluye los dos polos. La energía que necesita un aparato de ésos es considerable. No sé. Algo así como un reactor nuclear, quizá.
– El tío Sam no utilizaría eso -dijo Warner-. En la actualidad ya no construimos esta clase de satélites. Desde que el Skylab cayó sobre la tierra en 1979 nos hemos vuelto muy ecológicos. Además, en este caso no se requerirían placas solares. No, supongo que lo más probable sería que se utilizara una especie de generador termonuclear, tal vez calentado por un pequeño isótopo radiactivo, que no tiene por qué ser más grande de los que se utilizan en radiología. Creo que eso sería más que suficiente para que el radiómetro detectara la contaminación de Rebeca.
– Sobre todo si ella lo estuvo tocando -agregó Cody-. Sabemos que le gustan mucho los objetos brillantes. Cogió el anillo de Didier, ¿no?
– Mirad, hay una manera muy sencilla de comprobar mi teoría -dijo Jack-. ¿Sabe alguien dónde están los guantes que llevaba yo cuando me trajisteis aquí?
El sirdar se fue hacia un montón de ropa inservible que había apilado en un rincón de la concha.
– Están aquí, Jack sahib. -Hurgó en el montón y extrajo los guantes, triunfante.
– Claro que sólo lo tuve en las manos unos segundos.
Jack cogió el guante de la mano derecha, con el cual había cogido el trozo de placa solar, y se lo puso.
– Pasa el radiómetro por el guante, Byron, haz el favor.
Cody así lo hizo y la aguja se movió.
– Resultado positivo -dijo Cody-. El mismo que ha dado Rebeca.
– Quod erat demostrandum -dijo Jack, que se quitó el guante y lo arrojó junto con el resto del traje.
– ¿Qué vamos a hacer? -preguntó Mac.
– No lo sé -respondió Jack.
– ¿Por qué no se lo preguntamos a él? -apuntó Jutta-. A Boyd, quiero decir. Cuando vuelva, se lo preguntamos.
– De acuerdo -convino Swift, escrutando, interrogativa, los rostros de sus colegas-. ¿Estamos todos de acuerdo? En cuanto entre, se lo preguntamos.