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»Nuestra primera conjetura, en cuanto a la localización, fue que había caído en algún punto del trayecto de la órbita inicial. Estuvimos rastreando las señales automáticas de emergencia en la frecuencia existente todo el tiempo que pudimos, pero perdimos el contacto cuando el satélite entró en el espacio aéreo nepalés. Nos figuramos que había caído en algún lugar del Himalaya. Pero ¿dónde? Enviamos unos cuantos aviones espía para que intentaran localizarlo, pero sin ningún resultado. Finalmente, ¿quién creéis que nos facilitó las cosas y nos dio la mejor pista? El National Geographic, la revista. Un articulito sobre Jack y su compañero de escalada, que murió arrastrado por un alud que se desprendió a causa de un meteorito justo en el mismo momento en que habíamos calculado que el pájaro estaba sobrevolando el lugar. ¿A que es increíble? Aviones de quinientos millones de dólares habían sobrevolado el Nepal, palmo a palmo, en busca de un satélite que se había perdido y resulta que hallamos la pista en un despreciable articulito de una revista. ¡Eso sí que fue darles una bofetada bien dada a los del Pentágono!

»Pero, ¡eh!, si me dejo la mejor parte de la historia. Lo que hacía que la situación fuera de emergencia fue que antes del reingreso, el ordenador que había a bordo de Peary mandó todas las imágenes de reconocimiento que había recogido a nuestro complejo de rastreo situado en el monte Cheyenne. Y descubrieron que la misma avería había provocado que el ordenador no fotografiase las bases de las fuerzas aéreas de misiles nucleares de la India y Pakistán y su movilización general, sino emplazamientos estratégicos de los países situados en las antípodas del subcontinente indio que se hallan en el mismo paralelo. Es decir, Estados Unidos y Canadá. Doble peligro. Nuestro propio satélite nos espiaba a nosotros. Pero lo que era de verdad un coñazo es que Peary está diseñado para volver a ser usado. En otras palabras, no se destruiría al reingresar en la atmósfera. Y como existía la posibilidad de que los sistemas del ordenador que había a bordo del satélite hubieran guardado nuestra propia información secreta estratégica, era imperioso destruir el pájaro cuanto antes. Un problema de cojones. Al haber caído muy cerca de la frontera china en un momento en que la situación política es la que es, podéis imaginaros el pánico de la gente de Washington. Figuraos qué podría ocurrir si los asiáticos pudieran alcanzar todos nuestros emplazamientos. Cosas así. Bueno, ahora ya lo sabéis.

Boyd se puso en pie y volvió a acercarse a la puerta para echar un vistazo y ver cómo estaba el tiempo.

– Así que durante todo este tiempo -dijo Warner- en lugar de buscar muestras de sondaje del glaciar…

– Exacto, Link. He estado buscando algún rastro del satélite.

– Pero ¿por qué no nos lo contaste todo desde el primer día? -le preguntó Jack-. Por el amor de Dios, estamos en el mismo bando, ¿no?

– En teoría, sí. Pero pregúntatelo a ti mismo. ¿Qué hubiera pasado si entre mi misión y la vuestra surgían conflictos de intereses? Vuestra nueva especie contra mi satélite. No nos hubiéramos entendido en absoluto. No, no hubiera funcionado. Mi misión tenía… tiene absoluta prioridad. En todo momento y cualquiera que sean las circunstancias. No creo que la doctora Swift lo aceptara, ¿verdad? ¿Me equivoco, Swifty? Tú no estás dispuesta a permitir que tu preciosa especie nueva corra ningún peligro, ¿verdad?

– ¿De qué hablas? -le preguntó Swift en un tono apagado.

Boyd parecía incómodo.

– No puedo ponerme el pájaro debajo del brazo y llevármelo a Washington, ¿no te parece? Cuando lo lanzaron pesaba más de mil ochocientos kilos. Supongo que ahora pesará un poco menos. Pero sigue pesando lo suyo. No, tengo que hacerlo estallar. Aunque eso signifique aniquilar a unos cuantos hermanos y hermanas de Rebeca.

– Cabrón -dijo Swift.

– ¿Lo ves? A eso me refería cuando os he hablado de conflicto de intereses. No les deseo ningún mal a… ¿cómo los has llamado, Link?

– Homo vertex. Significa «hombre que habita las cumbres».

– ¡Bii-eh! ¡Bii-eh!

– Sí, muy bonito, hasta a Rebeca parece gustarle el nombre. El hecho es que no deseo hacerles ningún daño al señor y a la señora hombre que habitan las cumbres. Pero si están de por medio, qué se le va a hacer. A lo mejor tendrán suerte. A lo mejor estarán en otra parte cuando estalle el pájaro. Hay cuestiones de seguridad nacional que espero no ocupen ni un minuto de vuestro tiempo. Además, será sólo una pequeña explosión. No tengo intención de arrasar vuestro bosque entero, Jack. No voy a necesitar más de dos kilos y medio de plástico.

– Pero ¿por qué tienes que hacerlo estallar? -le preguntó Cody-. Tiene que haber una forma más sencilla de cargarse los bancos de memoria del ordenador del satélite y eliminar la información que han almacenado. Probablemente yo podría hacerlo.

– Buena idea, Byron. Pero sigues sin entenderlo -repuso Boyd-. Recuperar las fotografías del patio trasero del tío Sam es sólo la mitad del objetivo. En este pájaro hay cantidad de tecnología secreta capaz de recoger información. Me refiero a lo último de lo último. No es chatarra que uno deja arrojada en el suelo para que otro venga, la encuentre y la desmonte en mil pedazos. No podemos permitirnos echarles una mano a esos científicos amarillos para que construyan satélites espía mejores. Así que, en cuanto lo halle, me aseguraré de que queda completamente destruido.

– Espera un momento -dijo Warner-. Has dicho que había un pequeño generador termonuclear a bordo, ¿verdad?

– Sí. La fuente de energía es un isótopo radiactivo, como ha dicho Jack. Jack, te has equivocado de carrera, tendrías que dedicarte a lo que me dedico yo.

– Un momento -insistió Warner-. Si lo haces estallar, podría ser catastrófico. Incluso una pequeña explosión tendría consecuencias medioambientales catastróficas.

– ¡Cooo-meee-da!

– Sí, ya te he oído antes.

– No, no me estás escuchando. Esto es algo diferente, ¿no lo entiendes? La explosión dispersaría el isótopo radiactivo por el valle en el que habitan los yetis como… como un aerosol. Los envenenaría a ellos y su medio ambiente. ¿Sabes qué clase de isótopo es?

Boyd negó con la cabeza, malhumorado. Empezaba a arrepentirse de haber iniciado aquella conversación. El cielo estaba ahora casi sereno. Había llegado el momento de marcharse.

– No importa -dijo Warner-. Aun en el caso de que no sea plutonio, digamos que aun en el caso de que sea un isótopo de los menos potentes, como el cobalto 60, con una vida media de sólo cinco años, una explosión convertiría el valle entero en un lugar inhabitable para cualquier ser vivo, animal o vegetal.