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Además habías guardado, por motivos que sólo tú podías aclarar, dos cajas de alfileres (una de imperdibles y otra de los de costura, con la cabeza de colores), unas tijeras rotas, una vieja caja de caramelos que contenía botones de todas las formas y tamaños, una goma de borrar, un tubo de cola seco, una caja de cerillas sueca, un prospecto de la sociedad de los latinistas aficionados, un horario de trenes de posguerra, recortes de recetas de cocina y una Biblia a la que el tiempo, o los ratones, habían quitado las tapas.

A juzgar por el polvo, la maleta no se había abierto en años. Está claro que tú no te habías aventurado a subir desde hacía tiempo y a mí nunca se me había ocurrido hacerlo. El deseo de mirar hacia atrás y explorar el pasado surge sólo cuando las cosas, de repente, cambian por un imprevisto o por algo terrible: una enfermedad, un vacío; entonces se coge la escalera y el valor, ambos son necesarios para subir hasta el polvo y abrir la maleta: ahí dentro -comprimidas- hay palabras no dichas, acciones no realizadas, personas no conocidas y basta un impacto mínimo para que se desaten los fantasmas.

No fue el fantasma de mi padre el primero que me vino al encuentro (de todas formas no habría podido reconocerlo) sino el de mi madre. Lo vi de repente, estaba escondido entre un diario, un paquete de cartas y unas fotos sueltas.

Lo cogí todo, con mucha cautela, y bajé al salón; no quería quedarme arriba, en su territorio, me sentía demasiado vulnerable. Para hacer como si no estuviera sola, encendí la televisión y me senté en un sillón.

El diario era de cartón de Florencia, con pequeños lirios. En la primera página alguien había escrito con bolígrafo rojo y en mayúsculas REBELIÓN -subrayándolo tres veces- y rematado con un número impreciso de signos de exclamación.

14 de septiembre del 69

Exaltación de la Santa Cruz

¿Qué habrá de exaltante en una cruz? ¡Bah! ¡Lo único exaltante de este día es que es mi primer día de libertad! Lejos de los miasmas de Trieste, lejos de la reclusión de la familia.

No ha sido fácil imponer mi decisión. Las mismas facultades las hay también en Trieste, ¿por qué asumir los gastos de un traslado a otra ciudad?

Sin embargo, la momia ha cedido antes de lo que yo pensaba, la palabra mágica ha sido «autonomía»:

«¡Quiero poner a prueba mi autonomía!» Se le iluminó el rostro. Si es por eso, dijo, estoy de acuerdo. Podría haberle dicho que me habría ido de todas maneras. Soy mayor de edad y hago lo que me da la gana.

Vine aquí en julio y encontré enseguida una casa, contestando a las ofertas del tablón de anuncios. Es un auténtico agujero y lo comparto con Tiziana, que es de Comelico y estudia medicina.

De todas formas estoy poco en casa, me siento como un perro que al cabo de muchos años ha logrado saltar la valla, voy siempre olfateando el aire, con los ojos abiertos de asombro, con ganas de probarlo todo, de comprenderlo todo.

21 de septiembre

Compra hecha -¡debe ser suficiente para una semana!

27 de septiembre

La mitad de lo que he comprado ha desaparecido de la nevera. He interrogado a T., que lo niega todo. Evito discutir.

2 de octubre

Llamada de m. Cuando ha sonado el teléfono estaba todavía durmiendo. Dice que el viento del norte sopla muy fuerte y que ha partido el tronco de un árbol. «¿Y a mí qué más me da?» Le contesto y cuelgo. Sé perfectamente que es sólo una manera de controlarme.

13 de octubre

Primera clase. El aula está abarrotada, llego tarde y me toca quedarme de pie. El profesor es viejo y tiene fama de fascista. Mientras habla hay tensión en el ambiente, vuelan pelotas de papel de un lado a otro. Cuando al final expone el programa del curso un pequeño grupo se levanta y empieza a silbarle, seguido por la mayoría de los presentes. Él sale enfurecido dando zancadas, acompañado por un coro de risas.

15 de octubre

T. no hace nunca la compra, espera que la haga yo para vivir como un parásito. Es una tacaña y un día de éstos se lo voy a decir.

30 de octubre

Llamada de m., siempre de madrugada, debe de estar convencida de que la vida de los estudiantes se parece a la de los campesinos. «Se acerca el puente de San Justo», ha dicho, «¿por qué no vienes?» He sido generosa, he contestado: «porque tengo que estudiar», me he dado la vuelta al otro lado y seguido durmiendo.

4 de noviembre

Hoy, al despertarme, he pensado en los tiempos que estamos viviendo. Increíble. Todo cambia a una velocidad de vértigo, ya no hay espacio para la hipocresía, para el conformismo, para la injusticia, es como si todos nosotros, de repente, hubiésemos abierto los ojos y comprendido que no se puede seguir así. ¡Basta con los simulacros! ¡Basta con la esclavitud! ¡El amo ya no puede explotar al obrero! ¡El hombre ya no puede explotar a la mujer! La religión no puede seguir oprimiendo u los hombres.

Libertad es la «palabra» para los tiempos venideros. Libertad para los trabajadores, libertad para las mujeres, libertad para los niños que no deberán seguir enjaulados en la estrecha rigidez de la educación. ¡No hay que cortarles las alas, sólo de la espontaneidad y de la libertad puede nacer un mundo diferente y seremos nosotros -precisamente nosotros- los protagonistas de este cambio revolucionario!

18 de noviembre

Han empezado las clases de filosofía del lenguaje. Las da un asistente que tiene unas cuantas canas pero eso lo hace todavía más fascinante. Es el único profesor con barba. Todos lo escuchan con atención. Saliendo del aula le he dicho a C, mi nueva compañera de estudios: no está nada mal el profesor Ancona. Ha sonreído con malicia: «¿Crees que eres la única que se ha dado cuenta?»

2 de diciembre

C. ha logrado arrastrarme a un grupo de conciencia personal. Al principio me sentía un poco intimidada, todas hablaban de su cuerpo.

Según ellas era sólo gracias a la desintegración del atávico sentimiento de culpa como finalmente habían aprendido a conocerlo y a reconocer, también, la inaudita violencia perpetrada contra su imaginario con la obligación infantil de tener que jugar sólo con muñecas y cacerolitas.

«¡El preludio de la esclavitud!», gritó una de ellas y todas aplaudieron.

Se acercaba mi turno y no sabía qué decir, pero me vino un flash a la mente, un episodio con mi padre: tendría yo seis o siete años y, después de comer caminando con mucho cuidado, le llevé el café al salón. «¡Qué buena mujercita de su casal», comentó sonriéndome.

Ahora lo veía claro, había vivido hasta ahora con ese estigma dentro, con ese peso, con el destino trazado. ¿Y si hubiera querido ser neurocirujana o ir al espacio? Mis palabras suscitaron atención y consenso. ¡Al diablo las buenas mujercitas y todos los cortadores de alas! Saliendo de la reunión tuve la impresión de sentirme más ligera.

27 de diciembre

Para no transformar la guerrilla en guerra me tocó pasar la Navidad en casa. Estaba la acostumbrada corte de amigas viudas, de mujeres deprimidas, de parientes lejanos que no saben con quién pasar la Nochebuena, así al menos estamos todos juntos y además nos sentimos todos tan buenos.