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– Súbeme la manga -le susurré a Judy.

Me arremangó el smoking, y cambié de lado para aguantar a la mayor de las Asquith.

– Está bien -dijo Judy cuando hubo terminado la operación-. Ya te la vigilo. No te des prisa.

Mientras, Bill se había largado con las botellas.

– ¿Dónde hay agua, por aquí? -le pregunté a Judy.

– En la casa. Ven, podemos pasar por detrás.

La seguí por el jardín arrastrando a Jean, que tropezaba a cada paso con la gravilla del camino. ¡Dios mío, lo que pesaba esa chica! Tenía con qué entretener mis manos. Judy me precedió en la escalera y me condujo hacia el primer piso. Los otros estaban ya armando jaleo en el living, cuya puerta cerrada amortiguaba afortunadamente sus gritos. Subí a tientas en la oscuridad, guiándome por la mancha clara que era Judy. Al llegar arriba consiguió encontrar un interruptor, y entré en el cuarto de baño. Había una alfombra de goma espuma frente a la bañera.

– Échala ahí encima -dijo Judy.

– Nada de bromas. Qultale la falda.

Accionó la cremallera y la libró de la prenda en un abrir y cerrar de ojos. Le enrolló las medias hasta los tobillos. A decir verdad, yo no supe lo que era una mujer bien hecha hasta que vi a Jean Asquith desnuda, tendida en la alfombra del baño. Era un sueño. Había cerrado los ojos y babeaba un poco. Le limpié la boca con un pañuelo. No por ella, sino por mí. Judy revolvía en el botiquín.

– He encontrado lo que necesita, Lee. Que se beba esto.

– No puede beber nada ahora. Duerme. Ya no tiene nada en el estómago.

– Entonces, adelante, Lee. No te preocupes por mí. Puede que cuando se despierte ya no le interese.

– Le das fuerte, ¿eh, Judy?

– ¿Te molesta que esté vestida?

Se dirigió a la puerta y la cerró con llave. Luego se quitó el vestido y el sostén. Le quedaron sólo las medias.

– Toda para ti, Lee.

Se sentó al borde de la bañera, con las piernas separadas, y me miró. Yo ya no podía esperar. Me desprendí de todos mis trapos.

– Pégate a ella, Lee. Date prisa.

– Judy -le dije-, eres una guarra.

– ¿Por qué? Me divierte verte con esa chica. Venga, Lee, venga ya…

Me dejé caer sobre la muchacha, pero esa maldita Judy me habla cortado el aliento. El asunto no funcionaba. Me quedé de rodillas, con ella entre mis piernas. Judy se acercó. Sentí su mano que me guiaba al lugar indicado. Y no retiró la mano. Estuve a punto de chillar, de tan excitado como me encontraba. Jean Asquith permanecía inmóvil, y cuando la miré vi que seguía babeando. Abrió los ojos un poco, luego los volvió a cerrar, y entonces sentí que empezaba a moverse un poco, a mover las caderas, y Judy seguía mientras tanto, y con la otra mano también me acariciaba los bajos.

Luego Judy se levantó. Noté que caminaba por la habitación, y entonces se apagó la luz. Al final no se atrevía a hacerlo todo a plena luz. Regresó, y pensé que volvía a empezar, pero se inclinó sobre mí y me palpó. Yo seguía en mi lugar, y ella se tendió boca abajo sobre mi espalda, pero en sentido contrario, y ahora en vez de su mano era su boca.

CAPÍTULO VI

Al cabo de una hora conseguí darme cuenta, pese a todo, de que los demás iban a extrañarse de nuestra ausencia, y logré librarme de las dos chicas. No sabría decir en qué lugar de la habitación nos encontrábamos. La cabeza me daba vueltas, y me dolía la espalda. Tenía rasguños en las caderas, donde las uñas de Jean Asquith me hablan herido, sin piedad. Me arrastré hasta la pared, y allí me orienté y pude dar con el interruptor. Judy seguía moviéndose. Al abrir la luz la vi sentada en el suelo frotándose los ojos. Jean Asquith estaba tendida boca abajo en la alfombra de espuma, con la cabeza entre los brazos, parecía dormir. ¡Dios mío, qué caderas las de esa chica! Me puse a escape la camisa y los pantalones. Judy se acicalaba frente al espejo. Luego cogí la toalla y la mojé en agua. Levanté la cabeza de Jean Asquith para despertarla -tenía los ojos bien abiertos- y, puedo jurarlo, se estaba riendo. La así por la cintura y la senté en el borde de la bañera.

– Una buena ducha te iría bien.

– Estoy demasiado cansada… -respondió ella-. Creo que he bebido un poco.

– Yo también lo creo -dijo Judy.

– ¡Oh! ¡No tanto! -dije yo-. Lo que necesitabas sobre todo era dormir un poco.

Entonces se levantó y se colgó de mi cuello, y también sabía besar. Me separé suavemente de ella y la metí en la bañera.

– Cierra los ojos y echa la cabeza hacia atrás.

Abrí los grifos del mezclador y recibió el chorro de la ducha. Bajo el agua tibia, su cuerpo se tendía, y yo veía sus pezones que se hacían más oscuros y se endurecían poco a poco.

– Me está sentando muy bien…

Judy se estaba subiendo las medias.

– Daos prisa, vosotros. Si bajamos en seguida, quizá encontremos algo de beber.

Cogí el albornoz. Jean cerró los grifos y la envolví en la tela esponjosa. Estoy seguro de que le gustaba.

– ¿Dónde estamos? -preguntó-. ¿En casa de Dexter?

– No, en la de otros amigos -respondí-. En casa de Dexter era muy aburrido.

– Me parece muy bien que me hayas traído aquí. Aquí se está mejor.

Estaba ya seca del todo. Le tendí su vestido de dos piezas.

– Ponte esto. Arréglate un poco y ven.

Me dirigí a la puerta. La abrí para dejar paso a Judy, que salió zumbando escaleras abajo. Yo me disponía a seguirla.

– Espérame, Lee…

Jean se había vuelto hacia mí para que le abrochara el sostén. La mordí con cuidado en la nuca. Ella echó la cabeza hacia atrás.

– ¿Volverás a acostarte conmigo?

– Con mucho gusto -le aseguré-. Cuanto tú quieras.

– ¿Ahora mismo?

– Tu hermana te estará buscando.

– ¿Lou está aquí?

– ¡Pues claro!

– ¡Oh! Qué bien -dijo Jean-, así podré vigilarla.

– Me parece que le será muy útil que la vigiles -afirmé.

– ¿Qué opinas de Lou?

– Con ella también me gustaría acostarme -le contesté.

Se rió de nuevo.

– A mí me parece fantástica. Quisiera ser como ella. Si la vieras desnuda…

– No pido otra cosa -dije yo.

– Eres un perfecto maleducado…

– Usted me perdonará, pero no tuve tiempo de aprender buenos modales.

– Me encantan tus modales -dijo, acariciándome con la mirada.

Le ceñí la cintura con el brazo y la llevé a la puerta.