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Apareció otra imagen sonárica en colores, compuesta por puntos finos en vez de líneas.

– Como pueden ver, la aleta parece estar unida a un objeto cilindrico sepultado debajo del coral. El objeto tiene un diámetro de cincuenta y siete metros y se extiende en una longitud de ochocientos veintiséis metros con veinte centímetros, hacia el oeste, antes de ahusarse y rematar en una punta.

Hubo más murmullos en el grupo de espectadores.

– Así es -continuó Barnes-: ese objeto cilindrico tiene media milla marina de largo. Su forma es semejante a la de un cohete o una nave espacial, y por cierto que se le parece; pero, desde el principio, tuvimos el cuidado de referirnos a este objeto como «la anomalía».

Norman echó un vistazo a Ted, quien sonreía mientras miraba la pantalla. Pero al lado de Ted, en la oscuridad, Harry Adams frunció el entrecejo y se empujó las gafas hacia el puente de la nariz.

Después, la luz del proyector se apagó y la sala quedó sumida en la oscuridad. Se oyeron protestas y Norman escuchó que Barnes decía:

– ¡Maldita sea, otra vez, no!

Alguien se apresuró para llegar a la puerta y entonces hubo un rectángulo de luz.

Beth se inclinó hacia Norman y dijo:

– Aquí se les corta la corriente todo el tiempo. Reconfortante, ¿eh?

Instantes después, volvió la luz, y Barnes prosiguió:

– El veinticinco de junio, un vehículo SCARAB, que se controla a distancia, cortó un trozo de aleta de cola y lo trajo a la superficie. Se analizó y se descubrió que era de una aleación de titanio, dentro de un panal de resina epóxica. La tecnología necesaria para efectuar la adhesión de esos materiales metálico-plásticos es, hasta este momento, desconocida en la Tierra. Los expertos confirmaron que la aleta no pudo tener su origen en este planeta…, si bien dentro de diez o veinte años es probable que sepamos cómo fabricarla.

Harry Adams gruñó, se inclinó hacia adelante e hizo una anotación en su libreta.

– Mientras tanto -siguió explicando Barnes- se utilizaron otras naves robots para colocar cargas sísmicas en el lecho marino; los análisis sísmicos demostraron que la anomalía sepultada era de metal, que era hueca y que tenía una estructura interna compleja. Después de dos semanas de estudio intensivo llegamos a la conclusión de que la anomalía era alguna clase de nave espacial. La verificación final llegó el veintisiete de junio, por parte de los geólogos: las muestras testigo que habían extraído del fondo marino indicaban que el lecho oceánico había sido mucho menos profundo en el pasado, quizá de no más de veinticuatro o veintisiete metros de profundidad. Esto explicaría la presencia del coral, que cubría la nave con un espesor promedio de nueve metros. Los geólogos afirmaron que, por consiguiente, la nave había estado en nuestro planeta durante trescientos años, como mínimo, y tal vez desde mucho antes: quinientos y hasta cinco mil años.

»Aunque a regañadientes, la Armada llegó a la conclusión de que, en verdad, habíamos encontrado una nave espacial procedente de otra civilización. La decisión del Presidente, dada a conocer ante una asamblea especial del Consejo Nacional de Seguridad, fue que se debía abrir la nave espacial. De modo que, a partir del veintinueve de junio, se convocó a los miembros del equipo FDV. El día primero de julio, el habitáculo submarino DH-7 fue bajado hasta su emplazamiento previsto, cerca del sitio en el que estaba la nave espacial. El DH-7 albergaba nueve buzos de la Armada, quienes trabajaron en un ambiente saturado con gas exótico. Esos buzos procedieron a efectuar tareas preliminares de perforación… Y creo que lo dicho les pone al tanto de las novedades -concluyó Barnes-. ¿Preguntas?

– ¿Se ha llegado a conocer la estructura interna de la nave espacial? -inquirió Ted.

– Por el momento, no. La nave parece estar construida de tal manera que las ondas de choque se transmiten alrededor de la coraza exterior, que es tremendamente fuerte y está bien diseñada, lo cual impide que las cargas sísmicas brinden una imagen clara del interior de la nave.

– ¿Y si se emplean en este caso técnicas pasivas para ver lo que hay dentro?

– Lo hemos intentado -respondió Barnes-. Análisis gravimétrico, negativo. Termografía, negativa. Trazado de correspondencias de resistividad, negativo. Magnetómetros protónicos de precisión, negativos.

– ¿Dispositivos de escucha?

– Desde el día uno tuvimos hidrófonos en el fondo del mar, pero no se registran sonidos procedentes de la nave…, por lo menos hasta ahora.

– ¿Y qué sucedería con otros procedimientos de inspección a distancia?

– La mayoría de ellos entrañan el empleo de radiaciones, y no nos atrevemos a irradiar la nave en estos momentos.

Harry dijo:

– Capitán Barnes, observo que la aleta no parece haber experimentado daños, y que el casco da la impresión de ser un cilindro perfecto. ¿Cree usted que este objeto se estrelló en el océano?

– Sí -respondió Barnes, quien daba la impresión de estar inquieto.

– ¿Así que este objeto soportó un impacto contra el agua, a elevada velocidad, y no sufrió ni un raspón ni una abolladura?

– Bueno, es de una extraordinaria fortaleza.

Harry asintió con la cabeza.

– Ya lo creo que tiene que serlo…

– ¿Qué están haciendo, exactamente, los buzos que ahora se encuentran allí abajo? -preguntó Beth.

– Buscan la «puerta de calle» -sonrió Barnes-. Por el momento tuvimos que volver a los procedimientos arqueológicos clásicos: estamos cavando zanjas exploratorias en el coral, en busca de algún tipo de entrada o escotilla. Confiamos en hallarla dentro de las próximas cuarenta y ocho horas. Una vez que la hayamos descubierto, entraremos. ¿Alguna otra pregunta?

– Sí -dijo Ted-. ¿Cuál fue la reacción de los rusos ante este descubrimiento?

– No se lo hemos dicho a los rusos -respondió Barnes.

– ¿No se lo han dicho?

– No, no lo hicimos.

– Pero éste es un acontecimiento increíble, un hecho sin precedentes en la historia de la Humanidad. No sólo en la historia de Norteamérica. No cabe duda de que deberíamos compartirlo con todas las naciones del mundo. Esta es la clase de descubrimiento que podría unir a la totalidad de la especie humana.

– Tendría usted que hablar con el Presidente dijo Barnes-. Desconozco las razones que hay detrás de ella, pero ésa fue la decisión que él tomó. ¿Alguna otra pregunta?

Nadie dijo nada; pero todos los miembros del equipo intercambiaron miradas.

– Entonces, supongo que eso es todo -concluyó Barnes.

Las luces se encendieron y se oyó el ruido de las sillas cuando los asistentes se pusieron de pie y se desperezaron. En ese momento, Harry Adams dijo:

– Capitán Barnes, debo manifestarle que me siento muy ofendido por esta reunión informativa.

Barnes quedó sorprendido.

– ¿Qué quiere decir, Harry?

Los demás se detuvieron y miraron a Adams, que permanecía sentado en su silla, con una expresión de irritación:

– ¿Fue decisión suya revelarnos la noticia con delicadeza?

– ¿Qué noticia?

– La noticia relativa a la puerta.

Barnes rió con nerviosismo.

– Harry, les acabo de decir que los buzos están cavando zanjas exploratorias en busca de la puerta…

– Yo diría que desde hace tres días, es decir, desde que empezaron a traernos en avión, ustedes ya tienen idea de dónde está la puerta. Es más: yo diría que en estos momentos ya lo saben con exactitud. ¿Me equivoco?

Barnes no dijo una palabra; sólo mantuvo en el rostro una sonrisa congelada.

«¡Por Dios! -pensó Norman, mirando a Barnes-, Harry tiene razón.» Se sabía que Harry poseía un cerebro tremendamente lógico, de una capacidad deductiva sorprendente y fría; pero Norman nunca lo había visto en acción.

– Sí -dijo al fin Barnes-, tiene razón.