– Ah, sí, claro.
– Su informe tendrá que tener eso en cuenta.
Norman prometió que así sería.
Un miembro del personal de la Casa Blanca le dijo:
– Usted comprenderá que el Presidente deseará hablar en persona con esos extra-terrestres: él es así.
– Ya -dijo Norman.
– Y lo que quiero decir es que el valor publicitario que hay aquí, en la aparición ante el público, es incalculable: el Presidente se encuentra con los extra-terrestres en Camp David. ¡Qué importante para los medios de comunicación!
– Importantísimo -volvió a coincidir Norman.
– Por tanto, los extra-terrestres necesitarán que un hombre, que vaya como avanzada, les informe de quién es el Presidente y cuál es el protocolo para hablar con él, pues no se puede permitir que el Presidente de Estados Unidos hable por televisión con gente de otra galaxia, o de donde fuere, sin preparación previa. ¿Cree usted que los extra-terrestres hablen inglés?
– Es dudoso -respondió Norman.
– Así que es posible que alguien necesite aprender el idioma de ellos. ¿No es así?
– Resulta difícil de decir.
– Quizá los extra-terrestres se sientan más cómodos si se encuentran con un hombre de avanzada que pertenezca a una de nuestras minorías étnicas -dijo el hombre de la Casa Blanca-. De todos modos, es una posibilidad. Piénselo.
Norman prometió que lo pensaría.
El enlace con el Pentágono, un general de División, llevó a Norman a almorzar y, durante el café, le preguntó, como de pasada:
– ¿Qué clase de armamento cree usted que pueden tener estos seres?
– No estoy seguro-contestó Norman.
– Bueno, pues ése es el quid de la cuestión, ¿no? ¿Y qué piensa respecto a los puntos vulnerables que puedan tener? Quiero decir si estima que los extra-terrestres son siquiera seres humanos.
– Es cierto. Podrían no serlo.
– A lo mejor son como insectos gigantes. Y nuestros insectos pueden soportar mucha radiación atómica.
– Sí -convino Norman.
– Podríamos ser incapaces de tocar esos seres -planteó el hombre del Pentágono con tono lúgubre; después, se le iluminó el rostro-. Pero dudo de que puedan resistir el impacto directo de un dispositivo nuclear de gran número de megatones. ¿No lo cree usted?
– No -contestó Norman-. No creo que puedan.
– Eso los desintegraría.
– Por supuesto.
– Las leyes de la física…
– Exacto.
– El informe que usted elabore tiene que dejar bien en claro este punto: la vulnerabilidad de los extra-terrestres a un ataque nuclear.
– Sí-dijo Norman.
– No queremos que cunda el pánico -advirtió el hombre del Pentágono-. Sería un disparate hacer que todo el mundo se inquietase. ¿No es cierto? Sé que el JCS se va a tranquilizar cuando se les diga que estos seres son vulnerables a nuestras armas termonucleares.
– Tendré eso presente -prometió Norman.
Después de un tiempo, las reuniones terminaron y lo dejaron tranquilo para escribir su informe. Mientras pasaba revista a las conjeturas que se habían publicado respecto a la vida extra-terrestre, consideró que el general de División del Pentágono no estaba tan equivocado, después de todo: la verdadera cuestión relativa al contacto con seres de otros planetas (si es que había alguna verdadera cuestión) era la referente al pánico. El pánico psicológico. La única experiencia humana importante con seres extra-terrestres había sido la emisión radiofónica hecha por Orson Welles, en 1938, de La guerra de los mundos… y la respuesta humana fue inequívoca: la gente se había aterrorizado.
Norman presentó su informe, titulado Contacto con posibles formas de vida extra-terrestre. El NSC [ [6]] se lo devolvió, con la sugerencia de que modificara el título para que «sonase más técnico», y de que eliminara «cualquier sugerencia de que el contacto con seres de otros planetas sólo era una posibilidad, ya que, en algunos sectores del gobierno, ese contacto se tenía por cierto».
Una vez corregido, el trabajo de Norman fue clasificado como «Ultrasecreto», bajo el título: Recomendaciones para las distintas actuaciones del equipo humano de contacto con formas desconocidas de vida (FDV). Norman consideraba que ese Equipo de Contacto con las FDV exigía personas muy equilibradas. En su informe, el psicólogo había afirmado que…
Barnes abrió una carpeta y dijo:
– No sé si reconocerá esta cita: «Los equipos de contacto que se encuentren con una Forma Desconocida de Vida (FDV) tienen que estar preparados para recibir un serio impacto psicológico. Es casi seguro que se produzcan reacciones de ansiedad extrema. Hay que establecer cuáles son los rasgos de personalidad de quienes son capaces de soportar una angustia extrema, y esos individuos deben ser relacionados para componer con ellos el equipo.
»No hubo suficiente evaluación de la angustia que se podría generar al ocurrir la confrontación con formas desconocidas de vida. Se desconocen los miedos que puede desencadenar el contacto con una nueva forma de vida, y no se pueden predecir por completo. Pero la consecuencia más probable de ese contacto es el terror absoluto.» -Barnes cerró la carpeta con un movimiento brusco-. ¿Recuerda quién dijo eso?
– Sí -repuso Norman-. Lo recuerdo.
También recordaba por qué lo había dicho.
Como parte de las tareas para el NSC, Norman había dirigido estudios sobre dinámica de grupo referentes a la ansiedad psicológica. Siguiendo los procedimientos de Asch y Milgram, preparó varios ambientes para diversos ensayos; ninguno de los integrantes de los grupos sabía que estaba siendo sometido a una prueba. En uno de los casos, a un grupo de sujetos se le dijo que tomara un ascensor para ir a otro piso, donde participarían de una experiencia. El ascensor quedó detenido entre dos pisos; entonces, mediante un cámara oculta de televisión, se observó a quienes se hallaban dentro.
Hubo muchas variaciones de este tipo de prueba: en ocasiones, al ascensor se le ponía un cartel que decía: «En reparación.» Unas veces, existía comunicación telefónica con un supuesto mecánico; en otras, no. Hubo casos en que se cayó el techo y las luces se apagaron; en otros, el suelo del ascensor estaba hecho de una resina acrílica transparente.
Un experimento consistía en que se hacía subir a los sujetos a un camión, y un «líder experimentado» los llevaba al desierto. Una vez allí, el líder se quedaba sin combustible y, después, sufría un «ataque cardíaco» y dejaba a todos desamparados.
En la versión más grave, a los sujetos se los hacía viajar en un avión privado y, en pleno vuelo, era el piloto quien sufría un «ataque cardíaco».
A pesar de las quejas tradicionales que se producían a causa de tales pruebas (que eran sádicas, que eran artificiales y que, de alguna manera, los sujetos percibían que las situaciones no eran reales), Johnson adquirió considerable información sobre el estrés que en esos grupos causaba la ansiedad.
Descubrió que las reacciones de miedo eran mínimas cuando se trataba de un grupo pequeño (cinco sujetos, o menos); cuando los miembros se conocían bien entre sí; cuando los integrantes del grupo se podían ver los unos a los otros y no estaban aislados; cuando compartían metas comunes definidas y límites fijos de tiempo; cuando en los grupos había gente de diferentes edades y de ambos sexos; y cuando los integrantes presentaban una personalidad con elevado grado de resistencia fóbica, medida a través de los tests de LAS [ [7]] correspondientes a la ansiedad, lo que, a su vez, se relacionaba con la condición atlética.
Con los resultados de estos estudios se elaboraron densas tablas estadísticas, si bien, en esencia, Norman sabía que se había limitado a verificar lo que dictaba el sentido común: si uno quedara atrapado en un ascensor, sería preferible compartir ese problema con unas cuantas personas atléticas y relajadas, a las que uno conociera, y también que las luces se mantuvieran encendidas, y saber que alguien estaba trabajando para librarnos de esa situación. A pesar de ello, se daba cuenta de que los resultados que había obtenido contradecían lo que indicaba la intuición, como ocurría con la composición del grupo. Los integrados sólo por hombres o sólo por mujeres reaccionaban peor al estrés que los grupos mixtos; los conjuntos de personas que tenían más o menos la misma edad se desenvolvían mucho peor que los de gente de diferentes edades. Y quienes actuaban todavía peor eran los grupos preexistentes, los constituidos para el cumplimiento de otro propósito. En un momento dado, Norman había hecho participar a un equipo de baloncesto que luchaba por el campeonato, y ese grupo perdió su control emocional casi apenas comenzada la prueba.