Aunque sus investigaciones eran interesantes, Norman continuaba intranquilo respecto al objetivo subyacente a su trabajo (la invasión extra-terrestre), al que, desde su punto de vista personal, consideraba una conjetura que lindaba con lo absurdo. Norman se sentía turbado por tener que presentar su trabajo; sobre todo después de haberlo reescrito a fin de que pareciese más importante de lo que él sabía que era.
Se sintió aliviado cuando el gobierno de Carter se mostró en desacuerdo con el informe. No fue aprobada ninguna de las recomendaciones que había hecho el doctor Johnson. En el gobierno no estaban de acuerdo con él respecto a que el miedo representara un problema: opinaban que las emociones humanas predominantes serían el asombro y el respeto reverencial. Más aún: en las áreas gubernamentales se prefería que el contacto lo hiciera un equipo numeroso integrado por treinta personas entre las que debía haber tres teólogos, un abogado, un médico, un representante del Departamento de Estado y otro del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas, un grupo selecto del poder legislativo, un ingeniero aero-espacial, un exobiólogo, un físico nuclear, un antropólogo cultural y un periodista popular de la televisión, para que coordinara todas las informaciones.
Fuese como fuese, el presidente Cárter no salió reelegido en 1980, y Norman no volvió a oír hablar de su propuesta FDV. No oyó absolutamente nada durante seis años.
Hasta ese momento.
Barnes dijo:
– ¿Se acuerda del equipo FDV que propuso?
– Por supuesto.
Norman había propuesto un equipo integrado por cinco miembros: un astrofísico, un zoólogo, un matemático, un lingüista y un psicólogo. La tarea de este último consistía en controlar la conducta y las actitudes de los integrantes del equipo de trabajo.
– Déme su opinión sobre esto -pidió Barnes, y le tendió una hoja de papel.
EQUIPO PARA INVESTIGACIÓN DE ANOMALÍAS
– -personal de la USN [ [8]] / miembros de apoyo
1. Harold C. Barnes, capitán USN, comandante del proyecto.
2. Jane Edmunds, O.S. USN 1C, técnica en procesamiento de datos.
3. Tina Chan, O.S. USN 1C, técnica en electrónica.
4. Alice Fletcher, O.S. USN, jefe de apoyo habitáculo Satprof.
5. Rose C. Levy, 2C USN, apoyo habitáculo Satprof.
– -miembros civiles del equipo
1. Theodore Fielding, astrofísico y geólogo planetario.
2. Elizabeth Halpern, zoóloga y bioquímica.
3. Harold J. Adams, matemático y especialista en Lógica.
4. Arthur Levine, biólogo marino y bioquímico.
5. Norman Johnson, psicólogo.
Norman leyó la lista:
– Con excepción de Levine, éste es el equipo FDV civil que propuse originariamente. Hasta los entrevisté y los sometí a pruebas, en aquel entonces.
– Exacto.
– Pero usted mismo dijo que no era probable que hubiese supervivientes. Ni que existiese vida dentro de esa nave espacial.
– Sí -reconoció Barnes-. Pero ¿qué pasaría si estuviese equivocado? -El militar echó un vistazo a su reloj-. A las mil cien horas daré instrucciones a los miembros del equipo. Quiero que venga y me diga qué opina de ellos. Después de todo, obedecimos las recomendaciones que usted hizo en su informe sobre FDV.
«Ustedes obedecieron mis recomendaciones -pensó Norman, con una sensación angustiosa-. ¡Dios mío, si yo sólo lo hacía para pagar una casa!»
– Sabía que usted no desaprovecharía la oportunidad de ver sus ideas puestas en práctica -dijo Barnes-. Esa es la razón de que lo haya incluido como psicólogo del grupo, aunque un hombre más joven sería más apropiado.
– Aprecio eso -manifestó Norman.
– Estaba seguro de que lo haría-dijo Barnes, sonriendo con alegría, y le tendió una mano musculosa-. Bienvenido al equipo FDV, doctor Johnson.
BETH
Un alférez llevó a Norman hasta su camarote, que era pequeño y gris, más parecido a la celda de una prisión que a cualquier otra cosa. La bolsa que había traído estaba sobre la litera; en un rincón se hallaba una consola y un teclado de ordenador y, al lado, un grueso manual con tapas azules.
Se sentó sobre la dura e incómoda cama, y se reclinó contra una tubería de la pared.
– Hola, Norman -dijo una voz suave-. Me alegra ver que te metieron en esto a la fuerza. Todo este asunto es culpa tuya, ¿no?
En el vano de la puerta había una mujer de pie.
Beth Halpern, la zoóloga del equipo, era un paradigma de contrastes: alta y angulosa, de treinta y seis años, se le podía llamar bella, a pesar de sus rasgos fuertes y de las características casi masculinas de su cuerpo. En los años transcurridos desde que Norman la vio por última vez, Beth parecía haber acentuado aún más sus facetas masculinas. Era levantadora de pesas y también corredora pedestre, de manera que las venas y los músculos le resaltaban en el cuello y los antebrazos. Por debajo de los pantalones cortos asomaban unas poderosas piernas. Llevaba el cabello corto, apenas un poco más largo que el de un hombre. Pero al mismo tiempo usaba joyas y maquillaje, y se movía de modo seductor. Su voz era suave y los ojos grandes y límpidos, en especial cuando hablaba sobre los seres vivos que estudiaba; en esos momentos, Beth se volvía casi maternal. Uno de sus colegas de la Universidad de Chicago se había referido a ella como «madre naturaleza con músculos».
Norman se puso de pie y ella le dio en la mejilla un beso rápido e indiferente.
– Mi cuarto es contiguo al tuyo. Oí que habías llegado. ¿Cuándo entraste?
– Hace una hora. Me parece que todavía soy presa del shock -comentó Norman-. ¿Crees todo esto? ¿Crees que es real?
– Sí, lo creo.
Beth señaló el grueso manual azul que estaba al lado del ordenador.
Norman lo cogió y leyó el título: Reglas que rigen la conducta del personal durante las operaciones militares secretas. Hojeó páginas de denso texto jurídico.
– Viene a decir -resumió Beth- que debes mantener la boca cerrada o pasarás mucho tiempo en una prisión militar. Y nada de llamadas, ni internas ni al exterior. Sí, Norman, creo que tiene que ser real.
– ¿Hay una nave espacial ahí abajo?
– Hay algo ahí abajo. Es muy emocionante. -Beth empezó a hablar con más rapidez-. ¡Vamos! Nada más que para la Biología, las posibilidades producen vértigo. Todo lo que sabemos sobre la vida es resultado de estudiar la que hay en nuestro propio planeta; pero en cierto modo toda la vida que hay en la Tierra es lo mismo: todo ser vivo, desde las algas hasta los seres humanos, está construido, básicamente, según el mismo plan, con el mismo ADN. Ahora tenemos la oportunidad de ponernos en contacto con vida que es por completo diferente. En todos los sentidos. Resulta emocionante. ¡Vaya si lo es!