Muy cerca del límite.
Pasó por debajo de los grandes pilones de soporte, situados debajo del habitáculo.
– Así que has vuelto, Norman -dijo Beth a través del intercomunicador.
– Sí, Beth.
– ¡Gracias a Dios! -exclamó ella, y empezó a llorar.
Norman estaba debajo del Cilindro A y la oyó sollozar a través del intercomunicador. Encontró la tapa de la escotilla y giró el volante para abrirla, pero estaba trabada.
– Beth, abre la escotilla.
Se la oía llorar por el intercomunicador, pero no respondió.
– Beth, ¿me oyes? Abre la escotilla.
Lloraba como una niña y sollozaba de modo histérico.
– Norman -suplicó-, por favor, ayúdame. Por favor.
– Estoy tratando de ayudarte, Beth. Abre la escotilla.
– No puedo.
– ¿Qué quieres decir con eso de que no puedes?
– De nada servirá.
– Beth, vamos, no hables así.
– No lo puedo hacer, Norman.
– Claro que puedes. Abre la escotilla, Beth.
– No debiste haber venido, Norman.
No había tiempo para esto, ahora.
– Beth, recobra tu ánimo. Abre la escotilla.
– No, Norman. No puedo.
Y empezó a llorar otra vez.
Probó con todas las escotillas, una tras otra: Cilindro B, trabada; Cilindro C, trabada; Cilindro D, trabada.
– Atención, por favor. Trece minutos, y contando.
Estaba junto al Cilindro E, que se había inundado durante un ataque anterior. Norman vio la rasgadura de bordes irregulares, abierta como una boca que bosteza, en la superficie externa del cilindro. El agujero era lo bastante grande como para que Norman entrara por él, pero los bordes eran cortantes, y si se desgarraba el traje…
Consideró que resultaba demasiado peligroso. Se metió debajo del Cilindro E. ¿Tendría escotilla?
Encontró una y giró el volante; se abrió con facilidad. Empujó hacia arriba la tapa circular y la oyó golpear, con ruido metálico, contra la pared interior.
– ¿Norman? ¿Eres tú?
Norman se izó al interior del Cilindro E. Estaba jadeando, como consecuencia del esfuerzo; sus manos y rodillas ya estaban sobre la cubierta del Cilindro E. Cerró la escotilla y la volvió a trabar; después se tomó un instante para recuperar el aliento.
– Atención, por favor. Doce minutos, y contando.
«Jesús -pensó-. ¿Ya?»
Algo blanco que pasó flotando frente a su luneta lo asustó. Se echó hacia atrás y se dio cuenta de que era una caja de copos de maíz. Cuando la tocó el cartón se le desintegró en las manos y los copos cayeron como una nieve amarilla.
Estaba en la cocina. Más allá del fogón vio otra escotilla, que conducía al Cilindro D. El D no estaba inundado, lo que quería decir que, de alguna manera, Norman tenía que restituir la presión en el E.
Alzó la vista y, en lo alto del mamparo, vio una escotilla que conducía al salón de estar en el que se abría la gran rasgadura de bordes filosos e irregulares. Trepó con rapidez. Necesitaba hallar algún tanque de gas. El salón estaba a oscuras, salvo por un reflejo que provenía de los reflectores exteriores y que se filtraba a través de la rasgadura. Cojines y trozos de acolchado flotando en el agua. Algo lo tocó. Giró sobre sí mismo y vio una cabellera oscura que tremolaba alrededor de un rostro y, cuando el cabello se apartó, Norman vio que parte del rostro faltaba, arrancado de modo grotesco.
Tina.
Norman sintió escalofríos. Alejó el cuerpo de un empujón y el cadáver flotó hacia el mar abierto; después, derivó hacia la superficie.
– Atención, por favor. Once minutos, y contando.
«Todo está sucediendo demasiado rápido», pensó. Apenas si quedaba tiempo. Necesitaba estar dentro del habitáculo ya mismo.
No había tanques en el salón de estar. Volvió a descolgarse a la cocina y cerró la escotilla de arriba. Miró el fogón y el horno. Abrió la puerta del horno y una ráfaga de gas burbujeó: aire atrapado.
No podía creer lo que veía, pero el gas seguía saliendo. Del horno abierto proseguía surgiendo un hilillo de burbujas.
Un hilillo continuo.
¿Qué había dicho Barnes respecto a cocinar bajo presión? Había algo fuera de lo común, en relación con eso. Norman no lo podía recordar con exactitud. ¿Usaban gas? Sí, pero también necesitaban más oxígeno. Eso quería decir…
Tiró del fogón para separarlo de la pared. Gruñó por el esfuerzo. En ese momento encontró lo que buscaba: una rechoncha botella de propano y dos grandes tanques azules.
Tanques de oxígeno.
Giró las válvulas en estrella, sus dedos enguantados se movían con desmaña. El gas empezó a salir con un rugido. Las burbujas ascendían velozmente hacia el techo, donde el gas quedaba atrapado: la gran burbuja de aire se estaba formando.
Abrió el segundo tanque de oxígeno. El nivel de agua descendía con rapidez; ahora le llegaba a la cintura, y pronto le llegó a las rodillas. Después se detuvo: los tanques tenían que estar vacíos. No importaba, el nivel ya era suficientemente bajo.
– Atención, por favor. Diez minutos, y contando.
Norman abrió la puerta del mamparo que conducía al Cilindro D y entró para dirigirse al habitáculo.
La luz era mortecina. Un extraño moho, verde y viscoso, cubría las paredes.
Harry yacía inconsciente sobre el sofá, con la intubación endovenosa todavía puesta en el brazo. Norman sacó la aguja de un tirón, lo que hizo salir un chorro de sangre. Sacudió a Harry, para tratar de reanimarlo.
Los párpados del matemático se agitaron con rapidez pero, aparte de eso, no reaccionaba. Norman lo levantó, lo cargó sobre un hombro y se lo llevó.
Por el intercomunicador oyó que Beth seguía llorando:
– Norman, no debiste haber venido.
– ¿Dónde estás, Beth?
En los monitores leyó:
SECUENCIA DE DETONACIÓN 09:32.
Cuenta regresiva. Los números parecían moverse con demasiada rapidez.
– Coge a Harry y vete, Norman. Marchaos los dos. Dejadme aquí.
– Dime dónde estás, Beth.
Norman estaba desplazándose desde el Cilindro D al C, pero no veía a Beth por ninguna parte. Harry era un peso muerto que llevaba al hombro, lo que le dificultaba el paso por las puertas de los mamparos.
– De nada va a servir, Norman.
– Vamos, Beth…
– Sé que soy mala, Norman. Sé que eso no se puede remediar.
– Beth…
La estaba oyendo a través de la radio del casco, por lo que no podía localizar de dónde venía el sonido; pero no se podía arriesgar a quitarse el casco.
– Merezco morir, Norman.
– Acaba con eso, Beth.
ATENCIÓN, POR FAVOR. NUEVE MINUTOS, Y CONTANDO.
Sonó una nueva alarma, era un sonido agudo e intermitente que se volvía más alto y más intenso a medida que pasaban los segundos.
Norman estaba en el Cilindro B, un dédalo de tuberías y equipos. El otrora limpio y multicolor cilindro mostraba ahora todas sus superficies cubiertas por un moho viscoso. De algunos sitios pendían hebras de fibra llenas de musgo. El cilindro tenía el aspecto de un pantano en medio de la jungla.
– Beth…
Ahora estaba callada. «Tiene que hallarse en este cuarto», pensó Norman. El Cilindro B siempre había sido el sitio favorito de Beth, el lugar desde el que se controlaba el habitáculo. Puso a Harry sobre la cubierta, apoyado contra una pared; pero como ésta se hallaba muy resbaladiza, Harry se deslizó hacia abajo y se golpeó la cabeza. Tosió y abrió los ojos.
– ¡Jesús! ¿Norman?
Norman alzó la mano para indicar a Harry que debía permanecer callado.
– Beth… -llamó.
No hubo respuesta. Norman avanzó entre las viscosas tuberías.
– ¿Beth?
– Déjame, Norman.
– No puedo hacer eso. Te llevaré a ti también.
– No, yo me quedo, Norman.