Выбрать главу

Observó que los miembros del equipo ponían ostentosamente sus naipes sobre un cajón de madera para embalaje; los vio reír y gesticular mientras se desarrollaba el juego. Esos hombres nunca echaban un vistazo en dirección a Norman; no miraban la cámara de descompresión. No los entendía. ¿Acaso no tenían que estar prestando atención a la descompresión? Le daban la impresión de ser muy jóvenes e inexpertos. Concentrados en su juego de cartas, parecían ajenos a la enorme cámara metálica que tenían al lado, indiferentes a los tres supervivientes que había dentro de ella…, e indiferentes también al significado más importante de la misión: las noticias que estos supervivientes habían traído de regreso a la superficie. A aquellos alegres jugadores de naipes de la Armada parecía importarles un comino la misión de Norman. Aunque quizá no estaban al tanto.

El psicólogo se alejó de la portilla y se sentó a la mesa. Le latía la rodilla y la piel estaba tumefacta alrededor del blanco vendaje. Cuando fueron transferidos del submarino a la cámara de descompresión lo había atendido un médico naval. Los sacaron del mini-submarino Deepstar III en una campana de inmersión con presión interior, y desde allí fueron trasladados a la cámara grande que estaba sobre la cubierta del barco. (La Armada le llamaba CDS, cámara de descompresión en superficie.)

Allí debían pasar cuatro días. Norman no sabía bien cuánto tiempo llevaban en la CDS, pues todos se habían ido a dormir enseguida, y no había reloj en la cámara. La esfera del reloj de Norman estaba destrozada, aunque él no recordaba cuándo se había roto.

En la mesa que tenía frente a él, alguien había hecho raspones para escribir «U.S.N. engaña». Norman pasó los dedos sobre las estrías y recordó las que había en la esfera plateada. Pero ahora él, Harry y Beth estaban en manos de la Armada.

Y pensó: «¿Qué vamos a decir?»

– ¿Qué vamos a decir? -preguntó Beth.

Habían transcurrido varias horas. Beth y Harry habían despertado, y ahora los tres estaban sentados alrededor de la raspada mesa de metal. Ninguno de ellos hizo en ningún momento intento alguno por hablar con el personal de fuera. Norman pensaba que era como si los tres compartieran un acuerdo tácito de permanecer aislados un tiempo más.

– Creo que tendremos que decirles todo -opinó Harry.

– No considero que debamos hacerlo -se opuso Norman, sorprendido por la fuerza de su convicción y por la firmeza de su propia voz.

– Coincido con él -declaró Beth-. No estoy segura de que el mundo esté preparado para la esfera. Yo no lo estaba.

Miró a Norman con vergüenza. Él le puso la mano sobre el hombro.

– Lo que decís es razonable -dijo Harry-; pero vedlo desde el punto de vista de la Armada. Montó una operación grande y costosa; seis personas murieron y dos habitáculos fueron destruidos. Van a querer respuestas… y van a seguir haciendo preguntas hasta que las obtengan.

– Podemos negarnos a hablar -sugirió Beth.

– No importará demasiado -dijo Harry-. Recordad que la Armada tiene todas las cintas de vídeo.

– Es cierto, las cintas -reconoció Norman.

Se había olvidado de las cintas que habían traído en el submarino. Docenas de cintas de vídeo que documentaban todo lo que había ocurrido en el habitáculo mientras estuvieron bajo el mar. Habían grabado el calamar, las muertes, la esfera… Habían grabado todo lo ocurrido.

– Debimos haber destruido esas cintas -se lamentó Beth.

– Quizá así debió ser -admitió Harry-. Pero ahora es demasiado tarde. No podemos impedir que la Armada obtenga las respuestas que desea.

Norman suspiró: Harry tenía razón. Una vez que se hubo llegado a este punto, comprendió que no había manera de ocultar lo sucedido, ni de evitar que la Armada descubriera la existencia de la esfera y el poder que ésta transmitía. Ese poder representaría una especie de arma finaclass="underline" la facultad de vencer a los enemigos, nada más que con imaginar que eso había ocurrido. Era aterrador por lo que entrañaba, y no había absolutamente nada que los tres científicos pudieran hacer al respecto. A menos que…

– Creo que podemos impedirles que se enteren -dijo Norman.

– ¿Cómo? -preguntó Harry.

– Todavía tenemos el poder, ¿no?

– Supongo que sí.

– Y ese poder -dijo Norman- consiste en la facultad de hacer que ocurra cualquier cosa, con sólo pensar en ella.

– Sí…

– Entonces, es posible evitar que la Armada se entere, ya que podemos decidir olvidar todo el asunto.

Harry frunció el entrecejo.

– Ésa es una cuestión interesante: si tenemos el poder de olvidar el poder.

– Creo que deberíamos olvidarlo -propuso Beth-. Esa esfera es demasiado peligrosa.

Quedaron en silencio, sopesando lo que entrañaba olvidar la esfera. Porque olvidar no solamente evitaría que la Armada llegase a saber nada sobre la esfera, sino que también borraría todo conocimiento relativo a la esfera, incluyendo el que tenían los tres científicos. Hacerla desaparecer de la consciencia humana, como si nunca hubiese existido… Eliminarla de la percepción de la especie, para siempre.

– Es una decisión difícil -objetó Harry-. Después de todo lo que hemos pasado, simplemente olvidarlo…

– Es precisamente por todo lo que hemos pasado, Harry -argüyó Beth-. Enfrentémonos a ello: nosotros mismos no fuimos capaces de manejarlo muy bien.

Norman se dio cuenta de que ahora Beth hablaba sin rencor, que había desaparecido su mordacidad combativa de antes.

– Me temo que es así -dijo Norman-. La esfera se construyó para someter a prueba a cualquier forma de vida inteligente que pudiera encontrar, y nosotros fracasamos en esa prueba.

– ¿Crees que la esfera fue hecha para eso? -preguntó Harry-. Yo no pienso lo mismo.

– ¿Para qué fue creada, entonces?

– Pues enfócalo así: imagina que fueras una bacteria inteligente que flota en el espacio, y te encontraras con uno de nuestros satélites de comunicaciones puesto en órbita alrededor de la Tierra. Pensarías: «¡Qué objeto extraño! Es de otro planeta. Explorémoslo.» Supongamos que lo abres y que te arrastras por su interior: encontrarías que es muy interesante estar allí dentro, con montones de cosas enormes que te harían devanarte los sesos. Pero, con el tiempo, podrías meterte en una de las células de combustible y el hidrógeno te mataría. Y tu último pensamiento sería: «Es obvio que este dispositivo de otro planeta fue construido para someter a prueba la inteligencia de las bacterias, y para matarnos si damos un paso en falso.» -Harry continuó-: Ahora bien: eso sería correcto desde el punto de vista de la bacteria que está muriendo. Pero no lo sería, en modo alguno, desde el punto de vista de los seres que fabricaron el satélite, pues desde nuestro sistema de referencia el satélite de comunicaciones nada tiene que ver con bacterias inteligentes. Ni siquiera sabemos que existan bacterias inteligentes ahí fuera. Tan sólo estamos tratando de comunicarnos, y hemos elaborado lo que consideramos que es un dispositivo bastante común y corriente para ese efecto.

– ¿Quieres decir que la esfera podría no ser ni un mensaje, ni un trofeo, ni una trampa, en absoluto?

– Así es -dijo Harry-. Es posible que la esfera no guarde ninguna relación con la búsqueda de otras formas de vida, ni con someter a prueba a seres vivos, según imaginamos que pueden tener lugar esas actividades. Tal vez sea sólo un accidente que la esfera ocasione esos profundos cambios en nosotros.

– Pero ¿por qué construiría alguien una máquina así? -preguntó Norman.

– Esa es la misma pregunta que una bacteria inteligente formularía respecto a un satélite de comunicaciones: ¿por qué alguien construiría una cosa así?