– Muy bien -dijo Norman-. Coincidamos en lo que ocurrió. ¿Por qué vinimos aquí?
– Yo creía que se trataba de la caída de un avión.
– Yo también.
– Muy bien. Decidamos que fue por la caída de un avión.
– Excelente. ¿Y qué pasó?
– La Armada envió gente al fondo del mar para investigar el accidente, y hubo un problema…
– Espera un momento, ¿qué clase de problema?
– ¿El calamar?
– No. Mejor un problema técnico.
– ¿Algo relacionado con la tormenta?
– ¿Los sistemas de mantenimiento de la vida fallaron durante la tormenta?
– Sí, está bien. Los sistemas para mantenimiento de la vida fallaron durante la tormenta.
– ¿Y varias personas murieron como consecuencia de eso?
– Un momento. No vayamos tan rápido. ¿Qué hizo que fallaran los sistemas para mantenimiento de la vida?
– En el habitáculo se produjo una filtración, y el agua de mar corroyó los cartuchos depuradores que había en el Cilindro B, lo que hizo que se liberara un gas tóxico.
– ¿Pudo haber pasado eso? -preguntó Norman.
– Sí, fácilmente.
– Y varias personas murieron como consecuencia de ese accidente.
– Muy bien.
– Pero nosotros sobrevivimos.
– Sí.
– ¿Por qué? -preguntó Norman.
– ¿Estábamos en el otro cilindro?
Norman negó con la cabeza y dijo:
– El otro cilindro también fue destruido.
– Quizá fue destruido después, con explosivos.
– Demasiado complicado -objetó Norman-. Hagámoslo sencillo: fue un accidente que se produjo de forma súbita e inesperada. En el habitáculo, la mayor parte del personal murió, pero nosotros no porque…
– ¿… estábamos en el submarino?
– De acuerdo -dijo Norman-. Estábamos en el submarino cuando los sistemas fallaron, de modo que nosotros sobrevivimos y los demás, no.
– ¿Por qué estábamos en el submarino?
– Nos hallábamos trasladando las videocintas, siguiendo el cronograma establecido.
– ¿Y con respecto a las cintas? -preguntó Harry-. ¿Qué van a mostrar?
– Las cintas confirmarán nuestro relato -dijo Norman-. Todo será coherente con el relato, incluyendo al personal de la Armada, que nos envió allá abajo, en primer lugar, e incluyéndonos a nosotros: no recordamos otra cosa que no sea este relato.
– ¿Y ya no tendremos más el poder? -preguntó Beth, frunciendo el entrecejo.
– No -les respondió Norman-. Ya no lo tendremos
– Muy bien -dijo Harry.
Beth se mordía los labios; parecía necesitar más tiempo para decidirse, pero al final asintió con la cabeza y repitió:
– Muy bien.
Norman hizo una profunda inspiración y miró a Beth y a Harry:
– ¿Estamos listos para olvidar la esfera, así como el hecho de que una vez tuvimos el poder de hacer que las cosas ocurran, sólo con pensar en ellas?
Asintieron con la cabeza.
De repente, Beth se mostró inquieta, y se revolvió en su silla.
– Pero ¿de qué modo lo tenemos que hacer?
– Solamente lo haremos -dijo Norman-, cierra los ojos y te dices que lo olvidas.
– ¿Pero estáis seguros de que debemos hacer esto? ¿Absolutamente seguros? -preguntó Beth, que continuaba excitada y se movía con nerviosismo.
– Sí, Beth. Tú limítate… a desistir del poder.
– Entonces, todos tenemos que hacerlo juntos -estableció ella-. Al mismo tiempo.
– Muy bien -aprobó Harry-. Cuando cuente tres. Cerraron los ojos.
– Uno…
Con los ojos cerrados, Norman pensó: «De todos modos, la gente siempre olvida que tiene poder.»
– Dos…
Entonces, Norman concentró su mente: con súbita intensidad, volvió a ver la esfera, brillante como una estrella, perfecta y pulida, y pensó: «Quiero olvidar que la he visto.»
Y en la visión de su mente la esfera de desvaneció.
– Tres -dijo Harry.
– ¿Tres qué? -preguntó Norman.
Los ojos le dolían y le ardían; se los frotó con el pulgar y el índice, y después los abrió. Beth y Harry también estaban sentados alrededor de la mesa en la cámara de descompresión. Todos tenían aspecto de hallarse cansados y deprimidos. «Pero eso es lo que cabía esperar -pensó Norman-, teniendo en cuenta por todo lo que hemos pasado.»
– ¿Tres qué? -volvió a preguntar Norman.
– Oh, solamente estaba pensando en voz alta: sólo quedamos tres -dijo Harry.
Beth suspiró. Norman vio lágrimas en sus ojos. La mujer hurgó en su bolsillo, sacó un pañuelo de papel y se sonó la nariz.
– No podéis culparos -dijo Norman-. Fue un accidente. No había nada que pudiéramos hacer.
– Lo sé -contestó Harry-. Pero esa gente que se asfixiaba, mientras estábamos en el submarino… sigo oyendo sus alaridos… ¡Dios, ojalá nunca hubiera pasado!
Se produjo el silencio. Beth volvió a sonarse la nariz.
Norman también deseaba que jamás hubiese ocurrido. Pero el deseo no iba a cambiar nada ahora.
– Lo sé -dijo Beth.
– Poseo gran experiencia respecto al trauma que ocasionan los accidentes -dijo Norman-. Lo único que tienes que hacer es repetirte que no tienes motivo alguno para sentirte culpable. Lo que ocurrió, ocurrió; algunas personas murieron, y a ti no te tocó. No es culpa de nadie; no es más que una de esas cosas que suceden. Fue un accidente.
– Eso ya lo sé -dijo Harry-; pero sigo sintiéndome mal.
– Continúa repitiéndote que es una de esas cosas que pasan. No dejes de pensarlo -le aconsejó Norman; se levantó de la mesa y pensó «debemos alimentarnos, tenemos que pedir comida»-. Voy a pedir algo para comer.
– No tengo hambre -manifestó Beth.
– Ya lo sé, pero debemos comer de todos modos.
Norman fue hacia la portilla. Un solícito marino lo vio de inmediato y apretó el intercomunicador.
– ¿Puedo hacer algo por usted, doctor Johnson?
– Sí -contestó Norman-. Necesitamos comer algo.
– De inmediato, señor.
Norman vio compasión en el rostro de los miembros del equipo de la Armada que los atendía. Aquellos hombres mayores entendían el golpe que tenía que representar aquello para los tres supervivientes.
– Doctor Johnson, ¿está su gente lista para hablar ahora?
– ¿Hablar?
– Sí, señor. Los expertos de inteligencia estuvieron revisando las videocintas del submarino y tienen algunas preguntas que formular a ustedes.
– ¿Sobre qué? -preguntó Norman sin mucho interés.
– Bueno, pues cuando fueron transferidos a la CDS, el doctor Adams mencionó algo sobre un calamar.
– ¿Ah, sí?
– Sí, señor. Pero no parece haber ningún calamar grabado en las cintas.
– No recuerdo ningún calamar -dijo Norman, perplejo. Se volvió hacia Harry-: ¿Recuerdas algo acerca de un calamar, Harry?
El matemático frunció el entrecejo.
– ¿Un calamar? No tengo ni idea.
Norman volvió a mirar al marino y le preguntó:
– ¿Qué muestran las videocintas?
– Bueno, las cintas llegan justo hasta el momento en que el aire del habitáculo…, ya sabe, el accidente…
– Sí -dijo Norman-. Recuerdo el accidente.
– Basándonos en las cintas, creemos saber lo que sucedió: al parecer se produjo una filtración en una de las paredes y los cilindros depuradores se mojaron. Se volvieron inoperantes y la atmósfera se contaminó.
– Entiendo.
– Tuvo que haber ocurrido de forma muy repentina, señor.
– Sí -respondió Johnson-. Así fue.
– Entonces, ¿están listos ahora para hablar con alguien?
– Creo que sí.
Norman se apartó de la portilla. Metió las manos en los bolsillos de su chaqueta y tocó un trozo de papel. Sacó una foto y la contempló con curiosidad.
Era la fotografía de un Corvette rojo. Norman se preguntó de dónde habría salido aquella foto. Era probable que fuese el coche de alguna otra persona, de alguien que había usado la chaqueta antes que él. Probablemente alguno de los marinos que habían muerto en el desastre ocurrido bajo el agua.