— Dottora, usted es psiquiatra, mientras que yo estudié psicología y no fui un alumno especialmente brillante. Las psicopatías más agudas de Fowler se revelaron demasiado tarde como para que leyera literatura sobre el tema, así que dígame: ¿es cierto que los asesinos en serie son muy inteligentes?
Paola se permitió media sonrisa irónica y miró a Pontiero, quien le devolvió la mueca.
—Creo que el subinspector responderá más contundentemente a la pregunta.
—La ispettora siempre dice: Lecter no existe y Jodie Foster debería ceñirse a los dramas de época.
Todos rieron, no por la gracia del chiste sino para aliviar un poco la tensión.
—Gracias, Pontiero. Padre, la figura del superpsicópata es un mito creado por las películas y por las novelas de Thomas Harris. En la vida real no podría haber nadie así. Ha habido asesinos reincidentes con coeficientes altos y otros con coeficientes bajos. La gran diferencia entre ambos es que los que tienen coeficientes altos suelen actuar durante más tiempo porque son más precavidos. Lo que sí que se les reconoce unánimente a nivel académico es una gran habilidad para ejecutar la muerte.
—¿Y a nivel no académico, dottora?
—A nivel no académico, padre, le reconozco que alguno de éstos hijoputas es más listo que el diablo. No inteligente, sino listo. Y hay algunos, los menos, que tienen un elevado coeficiente, una habilidad innata para su despreciable tarea y para disimular. Y en un caso, en un solo caso hasta la fecha, estas tres características coincidieron con que el criminal era una persona de gran cultura. Estoy hablando de Ted Bundy.
—Su caso es muy famoso en mi país. Estranguló y sodomizó con el gato de su coche a unas 30 mujeres.
—36, padre. Que sepamos —le corrigió Paola, que recordaba muy bien el caso de Bundy, ya que era materia de estudio obligada en Quantico.
Fowler, asintió, triste.
—Como le decía, dottora, Viktor Karoski vino al mundo en 1961 en Katowice, irónicamente a pocos kilómetros del lugar de nacimiento del papa Wojtyla. En 1969 la familia Karoski, compuesta por él, sus padres y dos hermanos se trasladan a Estados Unidos. El padre consiguió trabajo en la fábrica de General Motors en Detroit, y según todos los registros era un buen trabajador, aunque muy irascible. En 1972 hubo un reajuste ocasionado por la crisis del petróleo y Karoski padre fue a la calle el primero. En aquel momento el padre había conseguido la ciudadanía americana, así que se sentó en el estrecho apartamento donde vivía toda la familia a beberse su indemnización y el subsidio de desempleo. Se empleó a fondo en la tarea, muy a fondo. Se convirtió en otra persona, y comenzó a abusar sexualmente de Viktor y de su hermano pequeño. El mayor, de 14 años, se largó un día de casa, sin más.
—¿Karoski le contó todo esto? —dijo Paola, intrigada y extrañada a la vez.
—Sólo después de intensas terapias de regresión. Cuando llegó al centro su versión era que había nacido en una modélica familia católica.
Paola, quien anotaba todo con su menuda letra de funcionaria, se pasó la mano por los ojos, intentando arrastrar fuera el cansancio antes de hablar.
—Lo que relata, padre Fowler, casa perfectamente con indicios comunes a una psicopatía primaria: Encanto personal, ausencia de pensamiento irracional, escasa fiabilidad, mentiras y falta de remordimientos. Las palizas paternas y el consumo generalizado de alcohol en los progenitores también se han observado en más del 74% de psicópatas violentos conocidos[8].
—¿Es la causa probable? —preguntó Fowler.
—Más bien un condicionante más. Puedo citarle miles de casos de personas que han crecido en hogares desestructurados mucho peores que ese que describe y han alcanzado una madurez bastante normal.
—Espere, ispettora. Apenas ha rozado la superficie del océano. Karoski nos contó como su hermano pequeño murió de meningitis en 1974, sin que a nadie pareciera importarle mucho. Me sorprendió mucho la frialdad con que narraba éste episodio en particular. A los dos meses de la muerte del joven, el padre desapareció misteriosamente. Viktor no ha contado si tuvo algo que ver en la desaparición, aunque creemos que no, ya que contaba sólo 13 años. Sí sabemos que en esa época comenzó a torturar pequeños animales. Pero lo peor para él fue quedarse a merced de una madre dominante, obsesionada con la religión, que incluso llegaba a vestirle de niña para “jugar juntos”. Al parecer le tocaba bajo las faldas, y solía decir que le cortaría sus “bultos” para que el disfraz estuviese completo. El resultado: Karoski aún mojaba la cama a los 15 años. Llevaba ropas de saldo, pasadas de moda o roídas, pues eran pobres. En el instituto sufrió burlas y estuvo muy solo. Un día un compañero hizo un comentario desafortunado sobre su atuendo al pasar él, y éste, enfurecido, le golpeó con un grueso libro repetidas veces en la cara. El otro niño llevaba gafas, y los cristales se le clavaron en los ojos. Quedó ciego de por vida.
—Los ojos... al igual que en los cadáveres. Ése fue su primer crimen violento.
—Al menos que sepamos, sí. Viktor fue enviado a un reformatorio en Boston, y lo último que le dijo su madre antes de despedirse de él fue “Ojala te hubiera abortado”. Meses después se suicidó.
Todos guardaron un horrorizado silencio. No hacía falta decir nada.
—Karoski estuvo en el reformatorio hasta finales de 1979. De ese año no tenemos nada, pero en 1980 ingresó en un seminario en Baltimore. Su expediente de ingreso en el seminario afirma que su historial estaba limpio y que provenía de una familia de tradición católica. Contaba entonces con 19 años, y parecía haberse enderezado. Desconocemos casi todo de su estancia en el seminario, sólo sabemos que estudiaba hasta desmayarse y que estaba profundamente asqueado por el ambiente abiertamente homosexual de la institución[9]. Conroy insistía en que Karoski era un homosexual reprimido que negaba su verdadera naturaleza, pero eso es incorrecto. Karoski no es ni homosexual ni heterosexual, no tiene una orientación definida. El sexo no está integrado en su personalidad, lo que ha causado graves daños a su psique, desde mi punto de vista.
—Explíquese, padre —pidió Pontiero.
—Cómo no. Yo soy sacerdote, y he decidido mantener el celibato. Ello no me impide sentirme atraído por la doctora Dicanti, aquí presente —dijo Fowler, señalando a Paola, quien no pudo evitar ruborizarse—. Se, por tanto, que soy heterosexual, pero elijo de manera libre la castidad. De esa forma he integrado la sexualidad a mi personalidad, aunque sea de una forma no práctica. En el caso de Karoski es muy diferente. Los profundos traumas de su infancia y adolescencia le crearon una psique escindida. Lo que Karoski rechaza de plano era su naturaleza sexual y violenta. Se odia y se ama profundamente a sí mismo, todo ello a la vez. Ello devino en brotes de violencia, esquizofrenia, y finalmente en el abuso de menores, repitiendo los abusos de su padre. En 1986, durante su año de pastoral,[10] Karoski tiene su primer incidente con un menor. Era un chico de 14 años, y hubo besos y tocamientos, nada más. Creemos que no fueron consentidos por el menor. En cualquier caso no hay constancia oficial de que éste episodio llegase a oídos del obispo, por lo que Karoski finalmente se ordena como sacerdote. Desde aquel día tiene una obsesión insana con sus manos. Se las lava entre treinta y cuarenta veces diarias y las cuida de manera excepcional.
Pontiero rebuscó entre el centenar de macabras fotografías expuestas en la mesa hasta dar con la que buscaba y se la lanzó a Fowler. Éste la cazó al vuelo con dos dedos, sin hacer apenas esfuerzo. Paola admiró secretamente la elegancia del movimiento.
—Dos manos, cortadas y lavadas, colocadas sobre un lienzo blanco. El lienzo blanco es símbolo en la Iglesia de respeto y reverencia. Hay múltiples referencias a él en el nuevo Testamento. Como saben, Jesús fue cubierto en su sepulcro con un lienzo blanco.
[8] Hasta ahora se conocen 191 asesinos en serie masculinos y 39 femeninos.
[9] El Seminario St. Mary de Baltimore era llamado en los años 80 el
[10] El seminario consta habitualmente de seis cursos, de los cuales el sexto, o año de pastoral, es un año de prácticas en distintos puntos donde el seminarista pueda prestar una ayuda, ya sea una parroquia, un hospital o una institución benéfica de ideario cristiano.