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—Creo que ha sido un día muy duro. Vayamos todos a casa y durmamos unas horas. Nos veremos aquí mismo a las ocho y media de la mañana. Empezaremos por los entornos de las víctimas. Revisaremos de nuevo los escenarios y esperaremos a que los agentes que Pontiero ha movilizado encuentren algún indicio, por ridícula que sea la esperanza. Ah, y Pontiero, llama a Dante e infórmale de la hora de la reunión.

—Será un placer —respondió éste, zumbón.

Haciendo como que no oía nada, Dicanti se acercó a Boi y le cogió por el brazo.

—Director, me gustaría hablar un minuto con usted en privado.

—Salgamos al pasillo.

Paola precedió al maduro científico, quien como siempre se mostró galante abriéndole la puerta y cerrándola tras de sí al pasar. Dicanti detestaba esas deferencias en su jefe.

—Dígame.

—Director, ¿cuál es exactamente el papel de Fowler en el asunto? No acabo de entenderlo. Y no me fío nada de sus vagas explicaciones.

—Dicanti, ¿ha oído usted alguna vez el nombre de John Negroponte?

—Me suena mucho. ¿Es ítaloamericano?

—Dios mío, Paola, levante alguna vez la nariz de los libros de criminología. Si, es americano pero de origen griego. Concretamente es el recientemente nombrado Director Nacional de Inteligencia de los Estados Unidos. A su cargo están todas las agencias de los norteamericanos: la NSA, la CIA, la DEA[16]... y un largo etcéra. Eso quiere decir que este señor, quien por cierto es católico, es la segunda persona más poderosa del mundo, por detrás sólo del presidente Bush. Bien, pues el señor Negroponte me ha llamado personalmente ésta mañana mientras estábamos con Robayra y hemos tenido una larga, larga conversación. Me ha avisado de que Fowler cogía un vuelo directo desde Washington para unirse a la investigación. No me ha dado opción. No se trata solo de que el propio presidente Bush esté en Roma, y por supuesto bajo aviso de todo. Es él quien le ha pedido a Negroponte que tome cartas en el asunto antes de que el tema salte a los medios de comunicación. Y Negroponte textualmente me ha dicho: “Le envío a uno de mis más íntimos colaboradores, tenemos la suerte de que conoce el tema a fondo”.

—¿Cómo se enteraron tan rápido? —dijo Paola, que miraba al suelo anonadada por la magnitud de lo que estaba escuchando.

—Ah, querida Paola... no subestime ni un momento a Camilo Cirin. Cuando apareció la segunda víctima, llamó personalmente a Negroponte. Según me dijo éste, jamás antes habían hablado y no tenía ni la más remota idea de cómo consiguió un número que existe sólo desde hace un par de semanas.

—¿Y cómo supo Negroponte tan rápido a quién enviar?

—Eso no es ningún misterio. El amigo de Fowler en el VICAP interpretó las últimas palabras registradas de Karoski antes de huir del Saint Matthew como una amenaza implícita a personalidades de la Iglesia, y así se lo comunicaron a la Vigilanza Vaticana hace cinco años. Cuando ésta mañana descubrieron a Robayra, Cirin rompió su política de lavar los trapos sucios en casa. Hizo unas llamadas y tiró de los hilos. Es un hijo de puta muy bien relacionado y con contactos al máximo nivel. Pero supongo que de eso ya se está dando cuenta, cara mía.

—Me hago una ligera idea —ironizó Dicanti.

—Según me dijo Negroponte, George Bush se ha interesado personalmente por el caso. El presidente cree que aún está en deuda con Juan Pablo II, quien hace años le miró a los ojos y le pidió que no invadiera Irak. Bush le dijo a Negroponte que le debían al menos eso a la memoria de Wojtyla.

—Dios Santo. ¿No va a haber equipo esta vez, verdad?

—Responda usted misma a la pregunta.

Dicanti no dijo nada. Si la prioridad era mantener el asunto en secreto, tendría que trabajar con lo que había. Sin más.

—¿Director, no cree que todo esto me supera un poco? —Dicanti estaba realmente cansada y abrumada por las circunstancias del caso. En su vida había dicho nada semejante, y durante mucho tiempo después se arrepintió de haber pronunciado esas palabras.

Boi le alzó la barbilla con los dedos y la obligó a mirar al frente.

—Nos supera a todos, bambina. Pero olvídese de todo. Simplemente piense que hay un monstruo matando personas. Y usted se dedica a cazar monstruos.

Paola sonrió, agradecida. Le deseó de nuevo, una última vez, allí mismo, aunque supiera que era un error y que le rompería el corazón. Por suerte fue sólo un momento fugaz, y enseguida hizo un esfuerzo por recuperar la compostura. Confiaba en que él no se hubiera dado cuenta.

—Director, me preocupa que Fowler revolotee a nuestro alrededor durante la investigación. Podría ser un estorbo.

—Podría. Y también podría ser de mucha utilidad. Ese hombre ha trabajado en las Fuerzas Aéreas y es un tirador consumado. Entre... otras aptitudes. Por no mencionar el hecho de que conoce a fondo a nuestro principal sospechoso y es sacerdote. Le será útil para moverse en un mundo al que no está usted muy habituada, al igual que el superintendente Dante. Piense que nuestro colega del Vaticano le abrirá las puertas y Fowler las mentes.

—Dante es un gilipollas insufrible.

—Lo se. Y también un mal necesario. Todas las potenciales víctimas de nuestro sospechoso están en su país. Aunque nos separen de él apenas unos metros, es su territorio.

—E Italia el nuestro. En el caso Portini actuaron de manera ilegal, sin contar con nosotros. Eso es obstrucción a la justicia.

El director se encogió de hombros, cínico.

—¿Qué habríamos ganado denunciándolos? Crearnos enemistades, nada más. Olvídese de la política y de que pudieran meter la pata en ese momento. Ahora necesitamos a Dante. Así que ya sabe, éste es su equipo.

—Usted es el jefe.

—Y usted mi ispettora favorita. En fin, Dicanti, voy a descansar un rato y mañana estaré en el laboratorio, analizando hasta la última fibra de lo que me traigan. Le dejo a usted construir su “castillo en el aire”.

Boi ya se alejaba por el pasillo, pero de repente se paró en seco y se dio la vuelta, mirándola de hito en hito.

—Solo una cosa más. Negroponte me ha pedido que cojamos a ése cabrón. Me lo ha pedido como favor personal. ¿Me sigue? Y no le quepa duda de que estaré encantado de que nos deba un favor.

Parroquia de Saint Thomas

Augusta, Massachusetts

Julio de 1992

Harry Bloom dejó la cesta con la colecta encima de la mesa del fondo de la sacristía. Echó una última ojeada a la iglesia. No quedaba nadie... No iba mucha gente a primera hora los sábados. Sabía que si se daba prisa llegaría a tiempo de ver la final de los 100 metros lisos. Solo tenía que dejar la casulla de monaguillo en el armario, cambiar los brillantes zapatos por las zapatillas deportivas y volar a casa. La señorita Mona, la maestra de cuarto grado, le reñía cada vez que corría en los pasillos del colegio. Su madre le reñía cada vez que corría dentro de casa. Pero en la media milla que separaba la iglesia de su casa estaba la libertad... podía correr todo lo que quisiera, siempre que mirara a ambos lados antes de cruzar la calle. Cuando fuera mayor sería atleta.

Dobló cuidadosamente la casulla y la colocó en el armario. Dentro estaba su mochila, de la que sacó las zapatillas. Se estaba quitando los zapatos con cuidado cuando sintió la mano del padre Karoski en el hombro.

— Harry, Harry... estoy muy decepcionado contigo.

El niño se iba a girar, pero la mano del padre Karoski no le dejó.

— ¿Es que he hecho algo malo?

Hubo un cambio de inflexión en la voz del padre. Como si respirase más deprisa.

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[16] La NSA (Nacional Security Agency) o Agencia de Seguridad Nacional es el cuerpo de inteligencia más grande del mundo, mucho más que la archifamosa CIA (Central Intelligence Agency). La DEA es la agencia para el control de drogas en los EEUU. A raíz de los atentados del 11S en las Torres Gemelas, la opinión pública norteamericana presionó para que las agencias de inteligencia estuvieran todas coordinadas por una sola cabeza pensante. La administración Bush afrontó este reto, y el primer Director Nacional de Inteligencia, desde febrero de 2005, es John Negroponte. En ésta novela se ofrece una versión literaria de éste polémico y controvertido personaje real.