Tras extender y firmar el documento, el doctor se lo tendió al cardenal Samalo, que acababa de entrar en la habitación. El purpurado tenía la penosa tarea de certificar oficialmente la muerte.
—Gracias, doctor. Con su permiso, procedo.
—Es todo suyo, Eminencia.
—No, doctor. Ahora es de Dios.
Samalo se acercó, despacio, al lecho de muerte. A sus 78 años había pedido al Señor muchas veces no ver éste momento. Era un hombre tranquilo y reposado, y sabía de la pesada carga y las múltiples responsabilidades y tareas que ahora recaían sobre sus hombros.
Miró el cadáver. Aquel hombre había llegado a los 84 años superando un balazo en el pecho, un tumor en el colon, y una complicada apendicitis. Pero el parkinson le debilitó día a día, y le dejó tan débil que su corazón, finalmente, no resistió más.
Desde la ventana del tercer piso del Palacio, el Cardenal podía ver como casi doscientas mil personas abarrotaban la Plaza de San Pedro. Las azoteas de los edificios circundantes estaban abarrotadas de antenas y cámaras de televisión. “Dentro de poco serán aún más —pensó Samalo—. La que se nos viene encima. La gente le adoraba, admiraba su sacrificio y su voluntad de hierro. Será un golpe duro, aunque todos lo esperaran desde enero... y no pocos lo desearan. Y luego está el otro asunto”.
Se oyó ruido junto a la puerta, y el jefe de seguridad del Vaticano, Camilo Cirin, entró precediendo a los tres cardenales que debían certificar la muerte. Se notaba en sus caras la preocupación y el sueño. Los purpurados se acercaron al lecho. Ninguno apartó la vista.
—Empecemos —dijo Samalo.
Dwisicz le acercó un maletín abierto. El Camarlengo levantó el velo blanco que cubría el rostro del difunto, y abrió una ampolla que contenía los santos óleos. Comenzó el milenario ritual en latín:
— Si vives, ego te absolvo a peccatis tuis, in nomine Patris, et Filii, et Spiritus Sancti, amén[1].
Samalo trazó la señal de la cruz sobre la frente del difunto y agregó:
— Per istam sanctam Unctionem, indulgeat tibi Dominus a quidquid... Amen[2].
Con gesto solemne, invocó la bendición apostólica:
—Por la facultad que me ha sido otorgada por la Sede Apostólica, yo te concedo indulgencia plenaria y remisión de todos los pecados... y te bendigo. En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo... Amén.
Tomó un martillo de plata del maletín que le tendía el obispo. Golpeó suavemente tres veces en la frente del muerto con él, diciendo después de cada golpecito:
—Karol Wojtyla, ¿estás muerto?
No hubo respuesta. El Camarlengo miró a los tres cardenales que estaban junto a la cama, quienes asintieron.
—Verdaderamente, el Papa está muerto.
Con la mano derecha, Samalo le quitó al difunto el anillo del Pescador, símbolo de su autoridad en el mundo. Con la derecha volvió a cubrir el rostro de Juan Pablo II con el velo. Respiró hondo, y miró a sus tres compañeros.
—Tenemos mucho trabajo que hacer.
ALGUNOS DATOS OBJETIVOS SOBRE LA CIUDAD DEL VATICANO
(extraídos del CIA World Factbook )
Superficie: 0,44 kilómetros cuadrados (el país más pequeño del mundo)
Fronteras: 3,2 Km. (con Italia)
Punto más bajo: La Plaza de San Pedro, 19 metros sobre el nivel del mar.
Punto más alto: Los jardines Vaticanos, 75 metros sobre el nivel del mar.
Temperatura: Inviernos moderados y lluviosos desde septiembre a mediados de mayo, veranos calurosos y secos de mayo a septiembre.
Uso del terreno: 100% áreas urbanas. Terrenos cultivados, 0%.
Recursos naturales: Ninguno.
Población: 911 ciudadanos con pasaporte. 3000 trabajadores durante el día.
Sistema de gobierno: Eclesiástico, monarquía absoluta.
Tasa de natalidad: 0%. Ningún nacimiento en toda su historia.
Economía: basada en las limosnas y en la venta de sellos de correos, postales, estampas y la gestión de sus bancos y finanzas.
Comunicaciones: 2200 líneas de teléfono, 7 emisoras de radio, 1 canal de televisión.
Ingresos anuales: 242 millones de dólares.
Gastos anuales: 272 millones de dólares.
Sistema legaclass="underline" Basado en el Código de Derecho Canónico. Aunque no se aplica oficialmente desde 1868, sigue vigente la pena de muerte.
Consideraciones especiales: El Santo Padre tiene una gran influencia en las vidas de más de 1.086.000.000 creyentes.
Iglesia de Santa María in Traspontina
Via della Conciliazione, 14
Martes, 5 de abril de 2005. 10:41 AM
La inspectora Dicanti entrecerró los ojos al entrar, intentando adaptarse a la oscuridad del lugar. Le había costado casi media hora llegar a la escena del crimen. Si Roma es siempre un caos circulatorio, tras la muerte del Santo Padre se había convertido en un infierno. Miles de personas llegaban cada día a la capital de la cristiandad para dar el último adiós al cadáver expuesto en la Basílica de San Pedro. Aquel papa había muerto con fama de santo, y ya circulaban por las calles voluntarios reuniendo firmas para iniciar la causa de beatificación. Cada hora, 18.000 personas pasaban delante del cuerpo. “Todo un éxito para la medicina forense”, ironizó Paola.
Su madre le había avisado, antes de salir del apartamento que compartían en la Via della Croce.
—No vayas por Cavour, que tardarás mucho. Sube hasta Regina Margherita y baja por Rienzo —dijo removiendo las gachas que le preparaba, como cada mañana desde hacía treinta y tres años.
Por supuesto ella había ido por Cavour, y había tardado mucho.
Llevaba aún el sabor de las gachas en la boca, el sabor de sus mañanas. Durante el año que pasó estudiando en la sede del FBI en Quantico, Virginia, había echado de menos esa sensación casi de manera enfermiza. Llegó a pedir a su madre que le enviara un tarro, que calentó en el microondas de la sala de descanso de la Unidad de Estudios del Comportamiento. No sabía igual, pero le ayudó a estar tan lejos de casa durante aquel año tan duro y sin embargo tan fructífero. Paola había crecido a dos pasos de Via Condotti, una de las calles más exclusivas del mundo, y sin embargo su familia era pobre. No supo lo que significaba esa palabra hasta que no viajó a Estados Unidos, un país con su propia medida para todo. Se alegró tremendamente de volver a la ciudad que tanto odió mientras crecía.
En Italia se creó una Unidad para el Análisis de Crímenes Violentos, especializada en asesinos en serie, en 1995. Parece increíble que el 5º país del mundo en el ranking de psicópatas no contara con una unidad para combatirlos hasta fecha tan tardía. Dentro de la UACV había un departamento especial llamado Laboratorio de Análisis del Comportamiento, fundado por Giovanni Balta, el maestro y mentor de Dicanti. Por desgracia, Balta murió a principios de 2004 en un trágico accidente de tráfico y la dottora Dicanti pasó a ser la ispettora Dicanti, al frente del LAC de Roma. Su formación en el FBI y los excelentes informes de Balta fueron su aval. Desde la muerte de su supervisor, el personal del LAC era bastante reducido: ella misma. Pero, como departamento integrado en la UACV, contaban con el apoyo técnico de una de las unidades forenses más avanzadas de Europa.