El muerto estaba vestido con el traje talar negro con ribetes rojos, propio de los cardenales.
Paola abrió mucho los ojos.
—Pontiero, dime que no es un cardenal.
—No lo sabemos, Dicanti. Lo estamos investigando, aunque no ha quedado gran cosa de su cara. Te estábamos esperando para que vieras el aspecto del lugar tal y como lo vio el asesino.
—¿Dónde está el resto del equipo de Análisis de la Escena del Crimen?
El equipo de Análisis era el grueso de la UACV. Todos ellos eran expertos forenses, especializados en recogida de rastros, huellas, pelos y cualquier cosa que un criminal hubiera dejado detrás. Funcionaban según la norma de que en todo crimen hay una transferencia: el asesino toma algo y deja algo.
—Están de camino. La furgoneta se les quedó atascada en Cavour.
—Deberían haber venido por Rienzo —intervino el técnico.
—Nadie le ha pedido su opinión —espetó Dicanti.
El técnico salió de la sala murmurando por lo bajo cosas poco agradables de la inspectora.
—Tienes que empezar a controlar ése carácter tuyo, Paola.
—Dios Santo, Pontiero, ¿por qué no me llamaste antes? —dijo Dicanti, haciendo caso omiso de la recomendación del subinspector—. Éste es un caso muy serio. El que ha hecho esto está muy mal de la cabeza.
—¿Ese es su análisis profesional, dottora?
Carlo Boi entró en la capilla y le dedicó una de sus miradas socarronas. Le encantaban éste tipo de entradas por sorpresa. Paola se dio cuenta de que él era una de las dos personas que conversaban de espaldas junto a la pila del agua bendita cuando ella entró en la iglesia y se recriminó a sí misma por haber dejado que la pillara desprevenida. El otro estaba cerca del director, pero no dijo una palabra ni accedió a la capilla.
—No, director Boi. Mi análisis profesional lo tendrá en su mesa en cuanto esté listo. Por lo pronto le avanzo que el que ha perpetrado este crimen es alguien muy enfermo.
Boi iba a decir algo, pero en ese momento se encendieron las luces de la iglesia. Y todos vieron algo que les había pasado por alto: en el suelo, cerca del difunto había escrito, con letras no muy grandes
EGO TE ABSOLVO
—Parece sangre —dijo Pontiero, verbalizando lo que todos pensaban.
Sonó un teléfono móvil con los acordes del Aleluya de Haendel. Los tres miraron al compañero de Boi, que muy serio sacó el aparato del bolsillo del abrigo y respondió a la llamada. No dijo casi nada, apenas una docena de “ajá” y “mmm”.
Al colgar miró a Boi y asintió.
—Es lo que nos temíamos, entonces —dijo el director de la UACV—. Ispettora Dicanti, vice ispettore Pontiero, huelga decirles que este caso es muy delicado. Ese que tienen ahí es el Cardenal argentino Emilio Robayra. Si ya de por sí el asesinato de un cardenal en Roma es una tragedia indescriptible, cuanto ni más en la coyuntura actual. La víctima era una de las 115 personas que dentro de unos días participarán en el Cónclave para elegir al nuevo Sumo Pontífice. La situación es, en consecuencia, delicadísima. Este crimen no debe llegar a oídos de la Prensa bajo ningún concepto. Imagínense los titulares: “Asesino en serie aterroriza la elección del Papa”. No quiero ni pensar...
—Un momento, director. ¿Ha dicho asesino en serie? ¿Hay algo aquí que no sabemos?
Boi carraspeó y miró al misterioso personaje que había venido con él.
—Paola Dicanti, Maurizio Pontiero, permítanme presentarles a Camilo Cirin, Inspector General del Cuerpo de Vigilancia del Estado de la Ciudad del Vaticano.
Éste asintió y dio un paso al frente. Cuando habló lo hizo con esfuerzo, como si detestara pronunciar palabra.
—Creemos que ésta es la segunda víctima.
Instituto Saint Matthew
Silver Spring, Maryland
Agosto de 1994
— Entre, padre Karoski, entre. Por favor, vaya desnudándose tras ese biombo, si es tan amable.
El sacerdote comenzó a quitarse el clergyman. La voz del técnico le llegaba desde el otro lado de la mampara blanca.
— No ha de preocuparse por la prueba, padre. Es de lo más normal, ¿correcto? De lo más normal, jejeje. Puede que haya oído hablar a otros internos de ella, pero no es tan fiero el león como lo pintan, como decía mi abuela. ¿Cuánto lleva con nosotros?
— Dos semanas.
— Tiempo suficiente para conocer esto, si señor... ¿ha ido a jugar al tenis?
— No me gusta el tenis. ¿Salgo ya?
— No, padre, póngase antes el camisón verde, no vaya a coger frío, jejeje.
Karoski salió de detrás del biombo con el camisón verde puesto.
— Camine hasta la camilla y túmbese. Eso es. Espere, que le ajuste el respaldo. Ha de poder ver bien la imagen en el televisor. ¿Ve bien?
— Muy bien.
— Estupendo. Espere, he de realizar unos ajustes en los instrumentos de medición y enseguida empezamos. Por cierto, ese de ahí es un buen televisor, ¿correcto? Tiene 32 pulgadas, si yo tuviera uno así en casa seguro que la parienta me tendría más respeto, ¿no cree? Jejejeje.
— No estoy seguro.
— Bah, claro que no, padre, claro que no. Esa arpía no le tendría respeto ni al mismísimo Jesús si saliese de un paquete de Golden Grahams y le diera una patada en su seboso culo, jejejeje.
— No deberías tomar el nombre de Dios en vano, hijo mío.
— Tiene razón, padre. Bueno, esto ya está. ¿Nunca le habían hecho antes una pletismografía peneana, correcto?
— No.
— Claro que no, que tontería, jejejeje. ¿Le han explicado ya en qué consiste la prueba?
—A grandes rasgos.
— Bueno, ahora yo voy a introducir las manos por debajo de su camisón y fijar estos dos electrodos a su pene, ¿correcto? Esto nos ayudará a medir su nivel de respuesta sexual a determinados estímulos. Bien, ahora procedo a colocarlo. Ya está.
— Tiene las manos frías.
— Si, aquí hace fresco, jejejeje. ¿Está cómodo?
— Estoy bien.
— Entonces empezamos.
Las imágenes comenzaron a sucederse en pantalla. La torre Eiffel. Un amanecer. Niebla en las montañas. Un helado de chocolate. Un coito heterosexual. Un bosque. Árboles. Una felación heterosexual. Tulipanes en holanda. Un coito homosexual. Las Meninas de Velázquez. Puesta de sol en el Kilimanjaro. Una felación homosexual. Nieve en lo alto de los tejados de un pueblo en Suiza. Una felación pedófila. El niño mira directamente a la cámara mientras chupa el miembro del adulto. Hay tristeza en sus ojos.
Karoski se levanta. En sus ojos hay rabia.
— Padre, no puede levantarse, ¡no hemos terminado!
El sacerdote le agarra por el cuello, golpea una y otra vez la cabeza del psicólogo contra el cuadro de instrumentos, mientras la sangre empapa los botones, la bata blanca del técnico, el camisón verde de Karoski y el mundo entero.