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—Buenas noches, dottora.

—Una hora un poco extraña para las prácticas, ¿verdad?

—No quería ir al hotel. Sabía que ésta noche no podría dormir.

Paola asintió. Lo comprendía perfectamente. Estar de pie en el funeral sin hacer nada había sido terrible. Aquella sería una noche de insomnio garantizado. Se moría de ganas por hacer algo útil.

—¿Dónde está mi querido amigo el superintendente?

—Ah, recibió una llamada urgente. Estábamos comentando el informe de la autopsia de Cardoso cuando se ha ido corriendo dejándome con la palabra en la boca.

—Muy propio de él.

—Si. Pero no hablemos de eso... Veamos qué tal se le ha dado el ejercicio, padre.

La criminalista presionó el botón que acercaba la diana de papel con la silueta de un hombre pintada en negro. El monigote tenía un círculo blanco en el centro del pecho. Tardó en llegar, porque Fowler había situado la diana al máximo de distancia. No le sorprendió nada ver que casi todos los agujeros habían dado dentro del círculo. Lo que le sorprendió fue que uno de ellos había fallado. Le decepcionó que no hubiera encajado todos los tiros en la diana, como los protagonistas de las películas de acción.

Pero él no es un héroe de acción. Es un ser de carne y hueso. Inteligente, culto y un tirador muy bueno. De algún modo, ése disparo fallido le hace humano.

Fowler siguió la dirección de su mirada y se rió, divertido, de su propio fallo.

—He perdido algo de práctica, pero aún me gusta mucho disparar. Es un deporte excepcional.

—Siempre y cuando sea un deporte.

—Aún no confía en mí, ¿verdad dottora?

Paola no respondió. Le gustaba ver a Fowler allí, sin el alzacuellos, vestido sólo con una camisa arremangada y unos pantalones negros. Pero las fotos de El Aguacate que Dante le había mostrado seguían dando botes en su cabeza de tanto en tanto, como monos borrachos en una bañera.

—No, padre. No del todo. Pero quiero confiar en usted. ¿Le basta con eso?

—Tendrá que bastar.

—¿De dónde sacó el arma? La armería está cerrada a éstas horas.

—Ah, me la prestó el director Boi. Es la suya. Me dijo que hace tiempo que no la utiliza.

—Por desgracia es cierto. Debería haber conocido a ese hombre hace tres años. Era un gran profesional, un gran científico. Lo sigue siendo, pero antes brillaba en sus ojos la curiosidad, y ahora ese brillo se ha apagado. Lo ha sustituido la ansiedad del oficinista.

—¿Es amargura o nostalgia lo que hay en su voz, dottora?

—Un poco de las dos cosas.

—¿Tardó mucho en olvidarle?

Paola se fingió asombrada.

—¿Cómo dice?

—Ah, vamos, no se ofenda. He visto como él crea espacios de aire sólido entre ustedes dos. Boi mantiene las distancias a la perfección.

—Por desgracia es algo que se le da muy bien.

La criminalista dudó un momento más antes de continuar. Volvía a sentir aquella sensación de vacío en el estómago que se producía a veces cuando miraba a Fowler. La sensación de montaña rusa. ¿Debía confiar en él? Pensó, con triste y descolorida ironía, que al fin y al cabo era un sacerdote, y estaba muy habituado a ver los lados más rastreros de la gente. Igual que ella, dicho sea de paso.

—Boi y yo tuvimos un romance. Breve. No se si dejé de gustarle o simplemente le estorbaba en sus ansias de promoción.

—Pero usted prefiere la segunda opción.

—Me gusta engañarme. En eso y en muchas cosas. Siempre me digo a mi misma que vivo con mi madre para protegerla pero en realidad soy yo la que necesita protección. Supongo que por eso me enamoro de personas fuertes, pero inadecuadas. Personas con las que no puedo estar.

Fowler no respondió. Ella había sido muy clara. Ambos se quedaron mirándose muy cerca. Pasaron los minutos en silencio.

Paola estaba absorta en la mirada verde del padre Fowler, conociendo íntimamente sus pensamientos. De fondo creía escuchar un sonido insistente, pero no le prestó atención. Tuvo que ser el sacerdote quien se lo recordase

—Será mejor que atienda la llamada, dottora.

Y entonces Paola cayó en la cuenta que aquel ruido molesto era su propio móvil, que ya empezaba a sonar furioso. Respondió a la llamada y por un instante se enfureció. Colgó sin despedirse.

—Vamos, padre. Era el laboratorio. Esta tarde alguien envió un paquete por mensajería. En el remite figuraba el nombre de Maurizio Pontiero.

Sede central de la UACV

Via Lamarmora, 3

Sábado, 9 de abril de 2005. 01:25

—Éste paquete llegó hace casi cuatro horas. ¿Se puede saber porqué nadie se ha dado cuenta antes de lo que contenía?

Boi la miró, paciente pero hastiado. Era muy tarde para aguantar tonterías de una subordinada. Sin embargo, se contuvo mientras la pistola que Fowler le acabada de devolver.

—El sobre venía a su nombre, Paola, y cuando llegó usted estaba en la Morgue. La chica de recepción lo dejó con mi correo, y yo he tardado en verlo. Cuando me he dado cuenta de quién lo enviaba, he puesto en marcha a la gente, y a estas horas ha tardado tiempo. Lo primero fue llamar a los artificieros. No encontraron nada sospechoso en el sobre. Cuando descubrí de qué se trataba, la llamé a usted y a Dante, pero el superintendente no aparece por ninguna parte. Y Cirin no se pone al teléfono.

—Estarán durmiendo. Es de madrugada, por Dios.

Se encontraban en la sala de Dactiloscopia, un recinto estrecho repleto de lámparas y bombillas. El olor del polvo para huellas estaba por todas partes. Había técnicos a los que les encantaba el aroma —incluso uno juraba que se lo esnifaba antes de estar con su novia, porque era afrodisíaco, según él—, pero a Paola le desagradaba. El olor le daba ganas de estornudar y las manchas se pegaban a la ropa oscura y tardaban varios lavados en salir.

—Y bien, ¿sabemos seguro que éste mensaje lo mando mandó Karoski?

Fowler estaba estudiando la letra con la que el remitente había escrito la dirección. Sostenía el sobre con los brazos un poco extendidos. Paola sospechó que tal vez no veía bien de cerca. Seguramente tendría que usar gafas para leer en breve. Se preguntó qué tal le quedarían.

—Esta es su grafía, desde luego. Y la macabra broma de incluir el nombre del subinspector también parece propia de Karoski.

Paola recogió el sobre de manos de Fowler. Lo colocó sobre la gran mesa que cubría la sala. La superficie de ésta era completamente de cristal y estaba retroiluminada. Sobre la mesa estaba el contenido del sobre, en sendas bolsas de plástico transparente. Boi señaló la primera bolsa.

—Esa nota lleva sus huellas. Va dirigida a usted, Dicanti.

La inspectora sostuvo ante los ojos la bolsa que contenía la nota, escrita en italiano. Leyó su contenido en voz alta, a través del plástico.

Querida Paola:

¡Cómo te hecho de menos! Estoy en MC 9, 48. Se está muy calentito y a gusto. Espero que puedas venir a saludarnos lo antes posible. Entretanto te envío un vídeo de mis vacaciones. Besos, Maurizio.

Paola no pudo evitar un estremecimiento, mezcla de ira y horror. Intentó contener las lágrimas, forzándose a si mima a dejarlas dentro. No iba a llorar delante de Boi. Tal vez delante de Fowler, pero no de Boi. De Boi nunca.

—¿Padre Fowler?