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Dante les precedió hasta la calle, donde el gentío era cada vez más numeroso y estaba cada vez más apretado. La masa humana cubría por completo la Via della Conciliazione. Había banderas francesas, españolas, polacas, italianas. Jóvenes con sus guitarras, religiosas con velas encendidas, incluso un anciano ciego con su perro lazarillo. Dos millones de personas estarían en el funeral del Papa que había cambiado el mapa de Europa. Desde luego, pensó Dicanti, éste es el peor ambiente del mundo para trabajar. Cualquier posible rastro se perderá mucho antes en la tormenta de peregrinos.

—Portini estaba hospedado en la residencia Madri Pie, en la Via de Gasperi —dijo Dante—. Llegó el jueves por la mañana, conocedor del grave estado de salud del papa. Las monjas dicen que cenó con total normalidad el viernes, y que estuvo un buen rato en la capilla rezando por el Santo Padre. No le vieron acostarse. En su habitación no había indicios de lucha. Nadie durmió en su cama, o el que le secuestró la rehizo perfectamente. El sábado no fue a desayunar, pero supusieron que se habría quedado orando en el Vaticano. A nosotros no nos consta que entrara el sábado, pero hubo una gran confusión en la Città. ¿Se dan cuenta? Desapareció a una manzana del Vaticano.

Se paró, encendió un cigarro y le ofreció otro a Pontiero, quien lo rechazó con desagrado y sacó del suyo. Prosiguió.

—Ayer por la mañana apareció su cadáver en la capilla de la residencia, pero al igual que aquí la falta de sangre en el suelo denotaba que era un escenario preparado. Por suerte quien lo descubrió fue un honrado sacerdote que nos llamó a nosotros en primer lugar. Tomamos fotografías del lugar, pero cuando yo propuse llamarles a ustedes, Cirin me dijo que él se encargaría. Y nos ordenó limpiar absolutamente todo. El cuerpo del cardenal Portini fue trasladado hasta un lugar muy concreto de las dependencias vaticanas y allí incinerado.

—¡Cómo! ¡Hicieron desaparecer las pruebas de un delito grave en suelo italiano! No puedo creerlo, de verdad.

Dante les miró desafiante.

—Mi jefe tomó una decisión, y puede que no fuera la más adecuada. Pero llamó a su jefe y le expuso la situación. Y aquí están ustedes. ¿Son conscientes de lo que tenemos entre manos? No estamos preparados para manejar una situación como ésta.

—Precisamente por eso debían haberlo dejado en manos de profesionales —intervino Pontiero, con rostro pétreo.

—Sigue sin entenderlo. No podemos fiarnos de nadie. Por eso Cirin hizo lo que hizo, bendito soldado de nuestra madre la Iglesia. No me mire con esa cara, Dicanti. Hágase cargo de los motivos que le impulsaron. Si todo hubiera quedado en la muerte de Portini, podríamos haber buscado cualquier excusa, y haber echado tierra sobre el asunto. Pero no fue así. No es nada personal, entiéndalo.

—Lo que entiendo es que aquí estamos, de segundo plato. Y con la mitad de las pruebas. Fantástico. ¿Hay algo más de lo que debamos enterarnos? —Dicanti estaba realmente enfurecida.

—Por ahora no, ispettora —dijo Dante, escondiéndose de nuevo tras su sonrisa socarrona.

—Mierda. Mierda, mierda. Tenemos un lío terrible en las manos, Dante. Quiero que a partir de ahora me lo cuente absolutamente todo. Y que queda una cosa muy clara: aquí mando yo. Le han encargado que me ayude en todo, pero quiero que comprenda que por más que las víctimas sean cardenales, ambos crímenes han tenido lugar bajo mi jurisdicción ¿queda claro?

—Cristalino.

—Mejor que sea así. ¿El modus operandi fue el mismo?

—Hasta donde alcanzan mis dotes detectivescas, si. El cadáver estaba al pie del altar, tendido. Le faltaban los ojos. Las manos, al igual que aquí, estaban seccionadas y colocadas en un lienzo a un lado del cadáver. Era repugnante. Fui yo mismo quien introdujo el cuerpo en un saco y lo llevó hasta el horno crematorio. Estuve toda la noche debajo de la ducha, pueden creerme.

—Le hubiera convenido un ratito más —masculló Pontiero.

Cuatro largas horas después dieron por concluido el procesamiento del cadáver de Robayra y se pudo proceder al levantamiento. Por expreso deseo del director Boi, fueron los propios chicos de Análisis quienes metieron el cuerpo en un saco de plástico y lo condujeron a la morgue, para evitar que el personal de enfermería viera el traje cardenalicio. Quedaba claro que aquel era un caso muy especial, y la identidad del muerto debía seguir siendo un secreto.

Por el bien de todos.

Instituto Saint Matthew

Silver Spring, Maryland

Septiembre de 1994

TRANSCRIPCIÓN DE LA ENTREVISTA NÚMERO 5 ENTRE EL PACIENTE NÚMERO 3643 Y EL DOCTOR CANICE CONROY .

DR. CONROY: Buenas tardes, Viktor. Bienvenido a mi despacho. ¿Está usted mejor?

#3643: Si, gracias doctor.

DR. CONROY: ¿Desea beber algo?

#3643: No, gracias.

DR. CONROY: Vaya, un sacerdote que no bebe... toda una novedad. No le importará que yo...

#3643: Adelante, doctor.

DR. CONROY: Creo que ha pasado usted un tiempo en la enfermería.

#3643: Sufrí unas contusiones la semana pasada.

DR. CONROY: ¿Recuerda cómo se hizo esas contusiones?

#3643: Claro, doctor. Fue durante el altercado en la sala de visionado.

DR. CONROY: Hábleme de ello, Viktor.

#3643: Fui allí para someterme a una pletismografía, como usted me recomendó.

DR. CONROY: ¿Recuerda cuál era el propósito de la prueba, Viktor?

#3643: Determinar las causas de mi problema.

DR. CONROY: Efectivamente, Viktor. Reconoce que tiene usted un problema, y eso es un progreso, no cabe duda.

#3643: Doctor, siempre supe que tenía un problema. Le recuerdo que estoy en éste centro de manera voluntaria.

DR. CONROY: Ese es un tema que me gustaría afrontar con usted en una próxima entrevista, no le quepa duda. Pero ahora siga hablándome del otro día.

#3643: Entré allí y me desnudé.

DR. CONROY: ¿Eso le incomodó?

#3643: Si.

DR. CONROY: Es una prueba médica. Requiere estar sin ropa.

#3643: No lo veo necesario.

DR. CONROY: El psicólogo debía colocar los instrumentos de medición en una zona de tu cuerpo normalmente poco accesible. Por ello era necesario estar sin ropa, Viktor.

#3643: No lo veo necesario.

DR. CONROY: Bueno, suponga conmigo por un momento que era necesario.

#3643: Si usted lo dice, doctor.

DR. CONROY: ¿Qué sucedió después?

#3643: Colocó unos cables ahí.

DR. CONROY: ¿En donde, Viktor?

#3643: Ya lo sabe.

DR. CONROY: No, Viktor, no lo se y quiero que me lo diga usted.

#3643: En mi cosa.

DR. CONROY: ¿Puede ser más explícito, Viktor?

#3643: En mi... pene.