—Eliminándolos desaparece la amenaza.
—Y de paso se incrementa la necesidad de la seguridad. Si los cardenales desapareciesen sin más, habría muchas preguntas. Tampoco podrían hacerlo parecer accidentes: el papado es paranoico por naturaleza. Pero, si usted está en lo cierto...
—Un disfraz para el asesinato. Dios, estoy asqueada. Me alegro de haberme alejado de la Iglesia.
Fowler se acercó a ella y se acuclilló junto a la silla, tomándola por ambas manos.
— Dottora, no se equivoque. Detrás de ésta Iglesia, hecha de sangre y barro que ve ante usted, hay otra Iglesia, infinita e invisible, cuyos estandartes se alzan fuertes hacia el cielo. Esa Iglesia vive en las almas de los millones de fieles que aman a Cristo y su mensaje. Resurgirá de sus cenizas, llenará el mundo y las puertas del Infierno no prevalecerán contra ella.
Paola le miró de frente.
—¿De verdad cree eso, padre?
—Lo creo, Paola.
Ambos se pusieron de pie. Él la besó, tierno y firme, y ella le aceptó como era, con todas sus cicatrices. La angustia de ella se diluyó en el dolor de él y durante unas horas descubrieron juntos la felicidad.
Apartamento de la familia Dicanti
Via Della Croce, 12
Sábado, 9 de abril de 2005. 08:41
Esta vez fue Fowler quien despertó con el olor del café recién hecho.
—Aquí tiene, padre.
Él la miró, extrañado de que volviera a tratarle de usted. Ella le respondió con una mirada firme, y él comprendió. La esperanza había cedido ante la luz de la mañana, que ya llenaba la habitación. No dijo nada, porque ella nada esperaba, ni él nada podía ofrecer salvo dolor. Se sintió, sin embargo, reconfortado por la certeza de que ambos habían aprendido de la experiencia, habían obtenido fuerza en las debilidades del otro. Sería fácil pensar que la determinación de Fowler en su vocación flaqueó aquella mañana. Sería fácil, pero sería erróneo. Al contrario, él le agradeció que acallara sus demonios, al menos por un tiempo.
Ella se alegró de que él comprendiera. Se sentó al borde de la cama, y sonrió. Y no fue una sonrisa triste, porque ella había derribado una barrera de desesperación aquella noche. Aquella mañana, fresca, no traía certidumbre, pero al menos disipaba la confusión. Sería fácil pensar que ella le alejaba para no sentir de nuevo dolor. Sería fácil, pero sería erróneo. Al contrario, ella le entendía, y sabía que aquel hombre se debía a su promesa y a su propia cruzada.
— Dottora, he de decirle algo, y no será fácil de asumir.
—Usted dirá, padre —dijo ella.
—Si alguna vez deja su carrera de psiquiatra criminalista, por favor, no monte una cafetería —dijo él, haciendo una mueca hacia el café de ella.
Ambos rieron, y por un momento todo fue perfecto.
Media hora después, ambos duchados y frescos, debatían los pormenores del caso. El sacerdote, de pie junto a la ventana de la habitación de Paola. La criminalista, sentada en el escritorio.
—¿Sabe padre? A la luz del día la teoría de que Karoski pueda ser un asesino dirigido por la Santa Alianza se vuelve irreal.
—Es posible. Sin embargo, a la luz del día sus mutilaciones siguen siendo muy reales. Y si tenemos razón, los únicos capaces de detenerle seremos usted y yo.
Solo con aquellas palabras la mañana perdió brillo. Paola sintió tensarse su alma como una cuerda. Ahora era más consciente que nunca de que atrapar al monstruo era su responsabilidad. Por Pontiero, por Fowler y por ella misma. Y cuando lo tuviera en las manos, quería preguntarle si alguien sostenía su correa. De ser así, no pensaba contenerse.
—La Vigilanza está comprometida, eso lo comprendo. Pero ¿y la Guardia Suiza?
—Hermosos uniformes, pero muy poca utilidad real. Probablemente ni siquiera sabrán que han muerto ya tres cardenales. Yo no contaría con ellos: Son simples gendarmes.
Paola se rascó la nuca, preocupada.
—¿Qué haremos ahora, padre?
—No lo se. No tenemos una pista de dónde puede atacar Karoski, y desde ayer matar se le ha puesto más fácil.
—¿A qué se refiere?
—Los cardenales han comenzado con las misas de novendiales. Es un novenario por el alma del difunto Papa.
—No me estará diciendo...
—Exactamente. Las misas serán por toda Roma. San Juan de Letrán, Santa María la Mayor, San Pedro, San Pablo Extramuros... Los cardenales dicen misa de dos en dos, en las cincuenta iglesias más importantes de Roma. Es la tradición, y no creo que la cambien por nada del mundo. Si la Santa Alianza está comprometida en esto, sería una ocasión idónea para un asesinato. El asunto aún no ha trascendido, así que igualmente los cardenales se rebelarían si Cirin intentase impedirles rezar el novenario. No, las misas tendrán lugar, pase lo que pase. Maldita sea, si incluso podría haber muerto ya otro cardenal y nosotros no lo sabríamos.
—Joder, necesito un cigarrillo.
Paola buscó por la mesa el paquete de Pontiero, se palpó el traje. Llevó la mano al bolsillo interior de la chaqueta y encontró un cartoncito pequeño y duro.
¿Qué es esto?
Era una estampa de la Virgen del Carmen. La que le había dado el hermano Francesco Toma, al despedirse de ella en Santa María in Traspontina. El falso carmelita, el asesino Karoski. Llevaba el mismo traje negro que se había puesto aquella mañana de martes; y la estampa aún seguía allí.
—¿Cómo he podido olvidarme de esto? Es una prueba.
Fowler se acercó, intrigado.
—Una estampa de la Virgen del Carmen. Lleva algo escrito por detrás.
El sacerdote leyó en voz alta, en inglés
“If your very own brother, or your son or daughter, or the wife you love, or your closest friend secretly entices you, do not yield to him or listen to him. Show him no pity. Do not spare him or shield him. You must certainly put him to death. Then all Israel will hear and be afraid, and no one among you will do such an evil thing again”.
Paola tradujo, lívida de furia y rabia.
—“Si tu hermano, hijo de tu padre o hijo de tu madre, tu hijo o tu hija, la esposa que reposa en tu seno o el amigo que es tu otro yo, trata de seducirte en secreto, no le perdonarás ni le encubrirás, sino que le matarás; y todo Israel, cuando lo sepa, tendrá miedo y dejará de cometer este mal en medio de ti”.
—Creo que es del Deuteronomio. Capítulo 13, versículos 7 al 12.
—¡Mierda! —escupió la criminalista—. ¡Estuvo en mi bolsillo todo el tiempo! Joder, debía haberme dado cuenta de que estaba escrita en inglés.
—No se torture, dottora. Un fraile le dio una estampa. Considerando su falta de fe, no es de extrañar que no le dedicara ni un segundo vistazo.
—Tal vez, pero después supimos quién era ese fraile. Debí acordarme de que me había dado algo. Estaba más preocupada intentando recordar lo poco que vi de su cara en aquella oscuridad. Si hasta...
Intentó predicarte la palabra, ¿recuerdas?
Paola se detuvo. El sacerdote se volvió, con la estampa en la mano.
—Mire, dottora, es una estampa normal. Sobre la parte de atrás él pegó un papel adhesivo imprimible...
Santa María del Carmen.
—...con mucha habilidad para poder colocar éste texto. El Deuteronomio es...
Llévela siempre con usted.
—...una fuente de lo más inusual en una estampa, ¿sabe? Creo que...
Le indicará el camino en estos tiempos oscuros.