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DR. CONROY: Muy bien, Viktor, eso es. Es el miembro viril, el órgano masculino que sirve para copular y para miccionar.

#3643: En mi caso sólo para lo segundo, doctor.

DR. CONROY: ¿Está seguro, Viktor?

#3643: Sí.

DR. CONROY: No siempre fue así en el pasado, Viktor.

#3643: El pasado, pasado está. Quiero que eso cambie.

DR. CONROY: ¿Por qué?

#3643: Porque es la voluntad de Dios.

DR. CONROY: ¿Realmente cree que la voluntad de Dios tiene que ver con esto, Viktor? ¿Con su problema?

#3643: La voluntad de Dios tiene que ver con todo.

DR. CONROY: Yo también soy sacerdote, Viktor, y creo que a veces Dios deja actuar a la naturaleza.

#3643: La Naturaleza es un invento ilustrado que no tiene cabida en nuestra religión, doctor.

DR. CONROY: Volvamos a la sala de visionado, Viktor. Cuénteme qué sintió cuando le colocaron el cable.

#3643: El psicólogo tenía las manos frías.

DR. CONROY: Sólo frío, ¿nada más?

#3643: Nada más.

DR. CONROY: ¿Y cuando comenzaron a aparecer imágenes en pantalla?

#3643: Tampoco sentí nada.

DR. CONROY: Sabe, Viktor, tengo aquí los resultados de la pletismografía y marcan reacciones determinadas aquí y aquí. ¿Ve los picos?

#3643: Sentí asco ante determinadas imágenes.

DR. CONROY: ¿Asco, Viktor?

(aquí hay una pausa de más de un minuto)

DR. CONROY: Tómese el tiempo que necesite para contestar, Viktor.

#3643: Me produjeron asco las imágenes sexuales.

DR. CONROY: ¿Alguna en concreto, Viktor?

#3643: Todas ellas.

DR. CONROY: ¿Sabe porqué le molestaron?

#3643: Porque son una ofensa a Dios.

DR. CONROY: Y sin embargo ante determinadas imágenes el aparato registró tumescencia en su órgano viril.

#3643: Eso no es posible.

DR. CONROY: En palabras vulgares, se puso cachondo viéndolas.

#3643: Ese lenguaje ofende a Dios y a su dignidad de sacerdote. Debería...

DR. CONROY: ¿Qué debería, Viktor?

#3643: Nada.

DR. CONROY: ¿Acaba de sentir un arrebato violento, Viktor?

#3643: No, doctor.

DR. CONROY: ¿El otro día sintió un arrebato violento?

#3643: ¿Qué otro día?

DR. CONROY: Cierto, disculpe mi imprecisión. ¿Usted diría que el otro día, mientras golpeaba la cabeza de mi psicólogo contra el cuadro de mandos, tenía un arrebato violento?

#3643: Ese hombre estaba tentándome. “Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo”, dice el Señor.

DR. CONROY: Mateo, capítulo 5, versículo 19.

#3643: En efecto.

DR. CONROY: ¿Y qué hay del ojo? ¿De la agonía del ojo?

#3643: No le comprendo.

DR. CONROY: Ese hombre se llama Robert, tiene esposa y una hija. Usted le mandó al hospital. Le rompió la nariz, siete dientes y le causó una fuerte conmoción, aunque gracias a Dios los celadores lograron reducirle a usted a tiempo.

#3643: Supongo que me puse un poco violento.

DR. CONROY: ¿Cree que podría ponerse violento ahora, de no tener las manos atadas con correas a los brazos de la silla?

#3643: Si quiere podríamos averiguarlo, doctor.

DR. CONROY: Será mejor que demos por concluida la entrevista, Viktor.

Morgue Municipal

Martes, 5 de abril de 2005. 20:32

La sala de autopsias era un lugar frío, pintado de un incongruente malva grisáceo que no servía en absoluto para alegrar el lugar. Sobre la mesa de autopsias, una lámpara de seis focos le regalaba al cadáver sus últimos minutos de fama ante los cuatro espectadores que debían determinar quién le había sacado de escena.

Pontiero hizo un gesto de asco cuando el forense colocó el estómago del cardenal Robayra sobre la bandeja. Un olor pútrido se extendió por la sala de autopsias cuando procedió a abrirlo con el bisturí. La peste era tan fuerte que cubrió incluso el olor a formaldehído y al cóctel químico que usaban allí para desinfectar los instrumentos. Dicanti, de forma absurda, se preguntó qué sentido tenía tanta limpieza del instrumental antes de hacer las incisiones. Total, no es como si el muerto fuera a coger una bacteria ni nada.

—Eh, Pontiero, ¿sabes porqué cruzó el bebé muerto la carretera?

—Si, dottore, porque iba grapado a la gallina. Me lo ha contado seis, no, siete veces con ésta. ¿No se sabe otro chiste?

El forense canturreaba muy bajito mientras hacía los cortes. Cantaba muy bien, con una voz ronca y dulce que a Paola le recordaba a Louis Armstrong. Sobre todo porque la canción era “What a wonderful world”. Sólo interrumpía el canto para atormentar a Pontiero.

—El auténtico chiste es ver como luchas por no vomitar, vice ispettore. Je je je. No creas que no me divierte todo esto. A éste le dieron lo suyo...

Paola y Dante cruzaron una mirada por encima del cuerpo del cardenal. El forense, un viejo comunista recalcitrante, era un gran profesional, pero a veces le fallaba el respeto a los muertos. Al parecer encontraba terriblemente cómica la muerte de Robayra, algo que a Dicanti no le hacía la más mínima gracia.

— Dottore, he de pedirle que se ciña al análisis del cuerpo y nada más. Tanto a nuestro invitado, el superintendente Dante como a mí nos resultan ofensivos y fuera de lugar sus pretendidos intentos de hilaridad.

El forense miró a Dicanti de reojo y continuó examinando el contenido del estómago de Robayra, pero se abstuvo de hacer más comentarios socarrones, aunque entre dientes maldijo a todos los presentes y a sus ancestros. Paola no lo escucho, porque estaba más preocupada del rostro de Pontiero, que estaba de un color entre blanco y verdoso.

—Maurizio, no se porqué te torturas así. Nunca has aguantado la sangre.

—Mierda, si ese meapilas puede resistirlo, yo también.

—Le sorprendería saber en cuantas autopsias he estado, mi delicado colega.

—¿Ah si? Pues le recuerdo que al menos le queda otra, aunque me parece que yo la disfrutaré más que usted...

Ay Dios, ahí empiezan otra vez, pensó Paola, mientras trataba de mediar entre ambos. Llevaban así todo el día. Dante y Pontiero habían sentido mutua animadversión desde el principio, pero para ser sinceros al subinspector le caía mal todo aquel que llevara pantalones y se acercara a menos de tres metros de ella. Sabía que la veía como a una hija, pero a veces exageraba. Dante era un poco frívolo, y desde luego no el más ingenioso de los hombres, pero por ahora no justificaba el encono que le prodigaba su compañero. Lo que no entendía es cómo un hombre como el superintendente había llegado a ocupar el lugar que ocupaba en la Vigilanza. Sus bromas constantes y su lengua mordaz contrastaban demasiado con el carácter grisáceo y callado del Inspector General Cirin.

—Tal vez mis distinguidos visitantes puedan reunir la educación suficiente como para prestar atención a la autopsia que han venido a ver.