Ella miró sus ojos sombríos tan directamente como podía, aunque requirió un enorme esfuerzo.
– Parece obvio para mí. En todos los meses transcurridos desde que terminó nuestro compromiso, no has hecho esfuerzo alguno por cerrar la brecha, ni siquiera expresaste tu interés en hacerlo, ¿por qué ahora? ¿Porque de repente te encuentras prácticamente a solas conmigo y varado por la tormenta? No, no lo creo. Me quieres castigar por terminar nuestro compromiso. Me di cuenta de eso la noche anterior. ¿Por qué si no ibas a llegar a tales extremos para recordarme que te di lo que cualquier mujer debe dar solamente en su noche de bodas? ¿Por qué si no, me atormentas con el conocimiento de lo… lo fácil que es manejarme cuando me tocas?
Una sonrisa torcida curvó sus labios brevemente.
– Por lo menos lo admites. Así que no me equivoqué, después de todo. Tú todavía me deseas, ¿no?
– ¿Debería negarlo? -dijo con amargura-¿De qué serviría? Sabes la verdad.
– Sé otra verdad, Toni -su voz era tan implacable como lo había sido la noche anterior-. No podrías sentir deseo… si no sintieras amor también. No me odias. Es posible que quieras odiarme, pero no puedes.
Era como estar siendo pateada en el estómago, y por un momento, Antonia no pudo respirar. La última de sus defensas se derrumbó en escombros dolorosos. Se sentía terriblemente impotente, y su corazón dolía con cada latido. Amar un hombre en el que no podía confiar era bastante malo, saber que él estaba seguro de su amor era aún peor. Era por lo que había luchado por esconderse de él, todo para nada. Mentir ahora era algo que ella no tenía la fuerza o la voluntad por hacer.
Finalmente, en poco más que un susurro, dijo: -Entonces parece que tu venganza es completa, ¿no?
Él alzó la mano libre para tocar su cara, y su voz se suavizó con una nota profunda, ronca.
– No quiero venganza, quiero que seas mi esposa. Debemos estar juntos, Toni, ¿no ves? ¿No puedes sentir eso tan cierto como yo? Dame tu amor y tu pasión. Podemos dejar el pasado atrás y empezar de nuevo.
Se dio cuenta entonces de que el gris de tormenta de sus ojos era una señal de la determinación en lugar de ira, que en realidad quería casarse con ella. Pero ese conocimiento no hizo mucho para aliviar su dolor. Lo amaba, y lo deseaba, pero no confiaba en que él no la heriría otra vez.
No se atrevía a confiar en él.
– Gracias por el honor -dijo amablemente-, pero debo rechazarlo.
La expresión suave abandonó su rostro, sustituida por una máscara dura de resolución. Sus grandes manos la agarraron por los hombros, sus dedos casi dolorosos mientras la sostenían.
– ¿Por qué? Esta vez tengo la intención de obtener una respuesta, Toni, y no voy a rendirme hasta que lo haga. ¿Por qué no quieres casarte conmigo?
Estaba demasiado cansada de evitar la respuesta, incluso de reservar para sí misma el dolor de sus mentiras.
– Tal vez realmente no significó nada para ti, siempre es la defensa que oigo de los caballeros. Pero significó algo para mí. Y aún más que la traición, has destruido mi confianza en ti con tus mentiras. ¿Cómo iba a casarme con un hombre en el que ya no confío?
Un ceño rápido juntó sus cejas, y ella podría haber jurado que su voz estaba sinceramente desconcertada cuando dijo:
– ¿Mentiras? ¿De qué estás hablando?
– De la Señora Dalton -respondió rotundamente.
CAPÍTULO 03
– ¿Claire Dalton? -su ceño se profundizó- ¿Qué sabes de ella?
– Más de lo que querías que supiera, diría yo -Antonia sonrió débilmente-. Ella fue -y tal vez sigue siendo- tu amante.
Richard liberó sus hombros y dio un paso atrás. Entrecerró los ojos, y él habló muy intencionadamente.
– Lo fue. Sin embargo, ya que mi… acuerdo con ella terminó antes de que te pidiera que fueras mi esposa, me cuesta ver por qué eso sería de tu incumbencia.
– Si se hubiera terminado, tendrías toda la razón. Pero no terminó.
– Toni, te estoy diciendo que sí terminó.
Antonia sabía que dolería oírlo mentir, y no se había equivocado. Dolía terriblemente. Ella medio se apartó de él, de espaldas al fuego, y pudo sentir su propio rostro endureciéndose con aversión.
– Por supuesto que sí -dijo con voz apagada-. Después de todo, ninguna dama jamás debe reconocer la existencia de tal criatura. Vuelve la cabeza, o se hace ciega a esa… realidad insoportable.
– Toni…
– Por favor, no más mentiras.
– No te estoy mintiendo.
– ¿No? -lo miró-. ¿Me puedes decir que no las has visto desde que nuestro compromiso se anunció?
Vaciló y luego maldijo rudamente por lo bajo.
– No, no puedo decir eso. Si debes saber la verdad, nuestra relación se reanudó brevemente después de que rompiste nuestro compromiso. Pero te juro, no la vi mientras eras mi prometida, ni habría ido con ella después de nuestro matrimonio. No deseaba ninguna amante, Toni, sólo a ti.
– No te creo -sus labios se curvaron en una pequeña sonrisa dolida-. ¿Lo ves? Tú me juras, y yo no lo puedo creer. Me juras que dices la verdad, y yo oigo mentiras. No confío en ti, Richard. Imagínate el infierno que sería vivir con una esposa que te cree un mentiroso.
Él movió la cabeza lentamente, un músculo saltando en su mandíbula apretada.
– ¿Por qué no me crees? ¿Quién te contó acerca de Claire?
– Ella lo hizo.
– ¿Qué? -él dio un paso y la agarró por los hombros de nuevo, girándola para que lo enfrente completamente-. ¿Cómo llegaste incluso a hablar con ella?
– ¿Preocupado por mi delicada sensibilidad? -ella se echó a reír sin diversión-. Debo admitir que mi madre hubiera considerado esa visita muy escandalosa. Pero la señora Dalton me encontró sola cuando vino a verme por la mañana. Yo te estaba esperando en la sala. Una criada abrió la puerta, y me temo que no tenía idea de que la dama vestida muy a la moda que deseaba verme, no era nada de eso.
Sus manos apretaron sus hombros.
– ¿Qué te dijo?
– ¿Qué crees? Me felicitó por nuestro próximo matrimonio. No necesitaba preocuparme por ella, dijo. Ella ocuparía muy poco de tu tiempo. Tal como lo había hecho durante los últimos meses.
– ¿Y tú le creíste? Toni, ¿cómo pudiste creer la palabra de una mujer rencorosa por sobre la mía?
Antonia se apartó de él. Fue a su tocador y abrió la caja de la joyería de encima. Al encontrar lo que buscaba, regresó a Richard y le tendió la mano. La luz del fuego se reflejaba en el objeto que sostenía, el oro brillando intensamente.
– Porque tenía pruebas -dijo Antonia con la voz entrecortada.
Él levantó el objeto de su mano temblorosa. Era un reloj de bolsillo, fabricado sencillamente, su único adorno era un botón de oro grabado con las letras AW.
– Me has recordado a menudo ese día en el establo -dijo ella, su voz todavía temblorosa-. ¿Te acuerdas? ¿Te acuerdas de cómo… en nuestra prisa… un botón se salió de mi traje de montar? Nos reímos de ello más tarde. Dijiste que lo conservarías como un recuerdo preciado de nuestra primera vez juntos. Tenías este reloj, y lo llevabas a menudo. Tu amante tuvo la amabilidad de devolvérmelo.
– ¿Ella tenía esto? -su rostro estaba extrañamente pálido-. ¿Ella te dijo que yo se lo había dado? Toni, mintió, te lo juro. Ella debe haber… Robaron mi casa mientras estuvimos juntos en el teatro la noche anterior, ella debe haber contratado al ladrón…
– ¡Por favor, no! He escuchado suficientes mentiras.
Él cerró la mano con fuerza sobre el reloj, y sus ojos se oscurecieron casi hasta el negro.
– Te estoy diciendo la verdad. Si no hubieras salido de Londres con tanta rapidez, seguramente habrías oído hablar del robo, la noticia estuvo por toda la ciudad.
– ¿Y fue por toda la ciudad que eran amantes? -las lágrimas quemaban sus ojos, y ella no luchó para contenerlas-. Ella me dijo además como vosotros dos os reías de mi… mi inocencia. Cómo me comparabas con ella… y me encontrabas muy deficiente.