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– No -él alzó bruscamente su mano hacia su cara-. ¡Dios, Toni, nunca habría hecho una cosa así! Tienes que creerme.

Ella retrocedió, sus movimientos tan bruscos como los de él.

– Ojalá pudiera. Yo-yo de verdad quisiera. Pero no puedo. Por favor, déjame sola.

Él bajó su mano a un costado, y la miró fijamente durante mucho tiempo en silencio.

– No vas a creerme, no importa lo que diga, ¿verdad? Ella te envenenó totalmente en mi contra.

Los ojos de Antonia se movieron rápidamente hacia reloj de bolsillo que él aún tenía en la mano, y luego volvieron a su rostro.

– Buenas noches, Richard.

Él se debería haber dado cuenta de que estaba a un suspiro de derrumbarse, o tal vez, como había dicho, sabía que ella era simplemente incapaz de escuchar nada más, al menos por el momento. Sin soltar el reloj, se dirigió a la puerta abierta. Vaciló allí brevemente, volviendo la vista hacia ella con una expresión sombría, a continuación, salió de la habitación y cerró la puerta sin hacer ruido detrás de él.

El control de Antonia no duró mucho después de eso. Encontró su camino a la cama, aunque era imposible ver a través del torrente de lágrimas, y se sentó antes que las piernas ya no pudieran sostenerla. Sentía que había dado la espalda a algo infinitamente precioso, y la pena y el dolor la desgarraban como si fueran seres vivos con garras.

Pero no podía haber actuado de otra manera, lo sabía. Sin confianza, no había posibilidad de felicidad; al final, su amor se destruiría por la desconfianza, y un matrimonio con Richard terminaría peor incluso que las relaciones huecas que eran tan a menudo en los matrimonios.

No tenía idea de cuánto tiempo permaneció sentada allí, pero poco a poco las lágrimas se redujeron al mínimo y luego cesaron. El fuego se estaba muriendo, la habitación enfriándose, o tal vez era sólo el frío miserable causado por el vacío en su interior. De cualquier manera, se dio cuenta vagamente de que debía ir a la cama, y trató de reunir la energía para hacerlo.

Levantó la cabeza inclinada, y luego se quedó inmóvil mientras miraba a través del cuarto. Estaba tan insensible que lo único que sintió fue una débil sorpresa y una vaga curiosidad.

Esta joven fantasma no era ni la hechicera con el cabello de fuego ni la malévola mujer más morena. Ella se parecía en algo al hombre, con su cabello castaño y rostro delgado, sensible, pero su estilo de ropa parecía indicar que había vivido al menos una veintena de años después que éclass="underline" su vestido era más simple en diseño, con una falda más completa más corta, que no se arrastraba por detrás de ella, y no llevaba gorra. Estaba de pie en el centro de la sala, y sus ojos suaves y trágicos se fijaron en Antonia.

– Sabes que estoy aquí -dijo Antonia lentamente, un pequeño escalofrío de miedo recorrió su columna-. Tú eres… consciente de mí.

La mujer sonrió y asintió con la cabeza, y luego dio un paso atrás e hizo un gesto para que la siguiera.

Antonia quiso negarse, pero nuevamente se sintió incapaz de hacerlo, parecía estar en las garras de una compulsión. Se levantó y la siguió mientras la mujer la guiaba fuera de la habitación y un poco por el pasillo. Girando para mirarla, la mujer hizo un gesto de nuevo, hacia la puerta de Lyonshall. Fue un simple gesto, una invitación a entrar.

El deseo de obedecer, en combinación con los propios deseos de Antonia, fue tan fuerte que realmente dio un paso en esa dirección. Pero entonces se detuvo y sacudió la cabeza.

– No puedo -dijo en una voz que apenas fue más fuerte que un susurro-. No puedo ir con él.

La mujer hizo un gesto más insistente, claramente muy angustiada, sus ojos tristes, casi suplicantes.

A pesar de que había pensado que se había quedado sin lágrimas, Antonia sintió que le ardían los ojos de nuevo.

– No, no puedo. Me dolió mucho cuando me mintió, tengo miedo de confiar en él otra vez.

Después de un momento de indecisión obvia, la mano de la mujer cayó a su costado. Ella se alejó de la puerta del duque y le hizo una seña de nuevo.

Con una sensación de irrealidad, Antonia la siguió. No sabía donde la llevaba, a pesar de que había explorado el castillo un par de veces durante su infancia, había sido hace muchos años cuando el ala sur se había cerrado, y no había hecho ningún intento de explorar el ala durante esta visita. Los amplios pasillos estaban completamente en silencio, el suelo de piedra frío bajo sus pies calzados con zapatillas, pero ella mantuvo su mirada fija en la forma un poco confusa de su guía.

Los apliques estaban alineados sólo en el pasillo principal, donde Antonia y el duque estaban alojados, los otros numerosos pasillos y galerías, no ocupados, estaban a oscuras. Cuando su guía dejó atrás el pasillo principal, Antonia tuvo la extraña sensación de ser tragada por la oscuridad y el silencio.

– ¡Espera! No puedo ver! -dio varios pasos apresurados, más por instinto que por la vista, luego, se desaceleró con el alivio de ver a su guía esperándola.

La mujer se había detenido a la entrada de un corto pasillo que conducía a una ventana, e hizo un gesto hacia una mesa contra la pared. Agradecida, Antonia encendió la lámpara de aceite, luego caminó un poco más rápido para mantener a su guía dentro del círculo de luz amarilla mientras continuaban por el pasillo. La mujer se detuvo a mitad de camino, y se volvió para indicar un gran retrato que colgaba entre dos puertas.

Antonia se acercó, sosteniendo la lámpara en alto, y jadeó audiblemente. Uno de los amantes estaba representado muy bien, su pelo brillante de fuego y su delicado rostro radiante de vida. Formalmente vestida, con su pelo recogido en lo alto de su pequeña cabeza, parecía casi real. Su vestido era de terciopelo verde, el color resaltando las tenues motas de verde de sus grandes ojos. Había una cantidad de encajes en sus muñecas y en su garganta, un parche en forma de corazón en una esquina de sus labios sonrientes, y un enorme anillo de esmeralda brillaba en el dedo índice de su mano derecha.

Antonia podía ver el parecido de ella misma con más claridad en la pintura, y por un momento tuvo la extraña idea de que era la reencarnación de esta criatura frágil, condenada al fracaso.

Había una placa de bronce en el marco, y la leyó en voz alta.

– Linette Dubois Wingate -miró la cara otra vez, luego se volvió a encontrar a su guía que apuntaba a otro cuadro al otro lado del pasillo. Cuando Antonia se movió a pocos pasos en esa dirección, la luz de la lámpara reveló el retrato del hombre.

Al igual que Linette, estaba vestido formalmente, aunque su pelo era oscuro sin empolvar. Su abrigo era un brocado atravesado por hilos dorados, y los puños y el pañuelo tenían un borde de encaje. Había fuerza en su cara delgada, honestidad en la directa mirada de sus ojos, y la sensualidad de la que Antonia lo sabía capaz era evidente en la curva de sus labios. De acuerdo con la placa de identificación, su nombre había sido Parker Wingate.

Después de un momento, siguió a su guía de señas unos pocos pasos más por el pasillo, y se encontró mirando un retrato de la propia guía. Había sido, obviamente, pintado cuando era una niña al borde de la feminidad, aunque los ojos en aquel rostro gentil ya estaban ensombrecidos por el dolor.

– Mercy Wingate -dijo Antonia en voz alta. Estudió el retrato durante varios minutos, luego se volvió a mirar la forma vaga de Mercy a pocos pasos de distancia-. ¿Eres la hija de ellos dos?

Mercy asintió con la cabeza. Ella le hizo otra seña, regresando por donde habían venido, y Antonia la siguió obedientemente. Cuando llegaron a la entrada del corredor, mantenía la lámpara, en parte porque Mercy pasó sin detenerse. Al parecer, se dirigía al área central del castillo. Antonia fue guiada a la biblioteca de la planta baja, y a cierta zona de los estantes.