Su guía señaló un libro en particular, entonces se retiró cuando Antonia fue al estante y colocó su lámpara en una mesa cercana. Tenía que estirar la mano por encima de su cabeza, pero logró conseguir el libro.
Era un grueso volumen encuadernado en cuero fino y con un sello de oro. Un libro que había sido impreso en privado el mismo año del nacimiento de Antonia. Tocó el título estampado simplemente en la cubierta.
– Historia de la Familia Wingate. Pero… -se volvió para hablar con su guía, y se encontró sola en la enorme y silenciosa habitación.
Por unos momentos, Antonia se quedó allí cuestionándose a sí misma. Había sido real, no un sueño, estaba segura de ello. Lo sentía. No había caminado en su sueño, no sabía de la existencia del libro, así que ¿por qué -y cómo- habría soñado con él? Ni había sabido de los retratos, ya que nunca los había visto antes, sino que debían haber sido almacenados en el ala Sur, o bien habían estado colgados en las paredes todo el tiempo que el ala había estado cerrada.
No, Mercy había sido tan real como las presentaciones fantasmales de sus padres, que Antonia y Richard habían visto durante las últimas dos noches. Misteriosa y extrañamente convincente en su dolor y dulzura había salido del pasado, porque… ¿Por qué? A diferencia de los otros, ella había sido plenamente consciente de Antonia, incluso se comunicaba con ella, aunque fuera en silencio. Evidentemente, se había angustiado por la negativa de Antonia de entrar a la habitación de Richard, y tenía que creer que Mercy había estado, de alguna manera, tratando de ayudarlos.
Antonia tenía muchas preguntas, sólo esperaba que el libro le diera por lo menos algunas respuestas. Cogió la lámpara y, llevando el pesado volumen, se dirigió lentamente hacia el ala sur y a su dormitorio.
A pesar de estar cansada, los acontecimientos dolorosos y sus caóticas emociones le hacían imposible dormir, así que se llevó el libro a la cama y comenzó a leer. El que había recibido el encargo de escribir la historia conocía bien su trabajo, con hechos concisos obtenidos de los registros, cartas y diarios familiares, tejió un relato sencillo que resultó ser interesante, a menudo divertido y trágico a veces, mientras exploraba siglos de la existencia de una familia.
Había incluso un árbol genealógico, y Antonia lo estudió durante mucho tiempo antes de continuar. Encontró dos sorpresas allí. La fecha de una muerte fue una. El otro era su propio linaje: ella era una descendiente directa de la guía triste y de los amantes. Con una mejor comprensión ahora de su parecido con Linette, Antonia dejó el árbol y comenzó a leer.
Al verse atrapada en la historia de los primeros Wingates, se encontró con dificultades para obligarse a saltar al siglo anterior, pero su curiosidad e inquietud por la joven pareja eran demasiado poderosas como para rechazarlas. Encontró la sección correcta que trataba de los padres de Parker Wingate, y comenzó a leer desde allí.
El de ellos fue un momento interesante, lleno de acontecimientos históricos, así como de los detalles habituales de la vida familiar. Antonia disfrutó de la lectura. Tal como había sucedido la noche anterior, permaneció despierta hasta casi el amanecer, rindiéndose por fin al sueño todavía medio sentada sobre las almohadas con el pesado libro sobre sus rodillas.
El agotamiento físico y emocional había cobrado su cuota. Se durmió profundamente.
Antonia durmió toda la mañana y hasta bien entrada la tarde, despertando por fin para ver a su doncella sentada pacíficamente frente al fuego con una pila de ropa para remendar en su regazo.
– Dios mío -murmuró Antonia, incorporándose-. ¿Qué hora es? Siento como si hubiera dormido durante días.
– No, milady, sólo por horas. Son después de las tres.
Mientras Antonia hacía frente a esa leve conmoción, Plimpton fue a la puerta, abriéndola sólo un poquito para hablar con alguien de afuera. La conversación fue breve, y Plimpton pronto regresó a la cama.
– Una de las chicas fue tan amable como para esperar hasta que se despierte, milady, ya que yo no quería dejarla. Traerá café, y lo tomará en la cama.
– He estado en la cama tiempo suficiente -protestó Antonia.
– Milady, ayer usted estuvo ocupada hasta el cansancio, y pasó la mayor parte de la noche, en mi opinión, leyendo ese enorme libro. Su señoría ha estado aquí, y ella está de acuerdo conmigo en que no debe levantarse antes de la cena.
– Pero…
– Ella insiste, milady. Al igual que yo -vigorosamente, Plimpton ayudó a Antonia a acomodar sus almohadas y le ofreció un paño húmedo para lavarse la cara y las manos. Para el momento en que el café llegó, Antonia estaba más despierta, y parecía lo suficientemente presentable como para recibir visitantes, aunque no esperaba ninguno.
Plimpton, siempre buena compañía, le sirvió a su señora el café y luego regresó a su remiendo, dispuesta a permanecer en silencio a menos que Antonia deseara conversación.
Era raro para Antonia permanecer en cama por alguna razón, pero se alegró bastante de obedecer esta tarde. Sin necesidad de mantener la compostura en beneficio de ojos escrutadores, se sintió mucho menos tensa, y se alegró de la oportunidad de seguir leyendo la historia de la familia, tanto por interés real como por un deseo de mantener sus pensamientos alejados de Richard.
Este deseo, sin embargo, resultó inútil. Antonia se había dormido la noche anterior en medio del relato de los primeros años de Parker Wingate, y pronto llegó a la sección relativa a su compromiso con una joven francesa. Linette Dubois era, de hecho, una prima lejana, y había llegado para quedarse en el castillo la primavera anterior.
El autor había encontrado, obviamente, la historia de los jóvenes amantes conmovedora. Parecía que había descubierto diarios escritos por ambos y que le proporcionó una gran riqueza de detalles. Ninguna otra sección del libro estaba tan laboriosamente relatada como la historia de este breve y trágico amor.
Antonia no podía dejar de pensar en Richard mientras leía. No podía evitar el dolor mientras las propias palabras de los amantes acerca del uno y del otro relataban una emoción profunda que era tan poderosa e íntima que había trascendido el tiempo mismo. Tenían la intención de casarse justo después del nuevo año, pero su pasión había sido demasiado intensa para contenerla. Se habían convertido en amantes -como se señalaba en sus diarios- la semana antes de Navidad.
Como Antonia y Richard habían sido testigos, Linette y Parker se habían encontrado a la medianoche después que el resto de los miembros de la familia estaban durmiendo en sus habitaciones, pasando la mayor parte de la noche en la habitación de ella porque, como Parker había anotado concisamente en su diario, era una cuestión mucho más simple para un hombre ponerse su bata y deslizarse al otro lado del pasillo en las horas de silencio antes del amanecer, que para una mujer.
Antonia tuvo que sonreír ante eso, pero luego dio la vuelta la página y descubrió un final abrupto, frío, e inexplicable a la felicidad de los amantes. A medida que leía los párrafos restantes, compartía la sensación de desperdicio dolido y trágico del autor, así como su evidente desconcierto.
Sólo los hechos eran conocidos. Las acciones y los resultados sin motivaciones ni causas.
– ¿Milady? ¿Se siente mal?
Levantó la vista para encontrar a Plimpton cerniéndose con ansiedad, y suponía que debió haberse puesto pálida.
– Sé lo que pasó, y cuándo -murmuró-, pero no sé por qué.
– ¿Milady?
Antonia negó con la cabeza.
– Nada. Estoy muy bien, de verdad. ¿Qué hora es? Debería vestirme para la cena.
– Podemos subir una bandeja, milady…
– No. No, mejor bajo, o mamá se convencerá de que estoy enferma.
– Muy bien, milady -dijo Plimpton, claramente no muy convencida-. Traeré su baño.
Un poco más de una hora más tarde, Antonia encontró a Richard esperando en su puerta para acompañarla, y sintió una punzada al ver que llevaba el reloj de bolsillo. Sus ojos eran ilegibles cuando se encontraron con los de ella.