El conflicto dentro de ella fue evidente en su voz.
– Me dolió una vez. Me dolió tanto que todavía puedo sentir el dolor. Eso no ha cambiado, Richard. Tengo miedo de confiar en ti.
Había algo un poco triste en sus ojos ahora.
– Todo lo que puedo hacer es darte mi palabra de que ella mintió, Toni.
– Ya lo sé -ella no tenía que decirlo en voz alta, que la palabra de él ya no era suficiente. Ambos lo sabían. Tenía que sentir confianza, y nada que él pudiera decir repararía lo que se había hecho añicos.
Richard se quedó en silencio, mirándola, acariciándole la mejilla.
– Cuando me dijiste esa mañana que todo había terminado, todo lo que podía pensar, todo lo que podía sentir era el shock y el dolor. De repente eras una extraña, tan llena de odio y amargura, que cada palabra que decías era como un cuchillo. No sabía lo que había pasado, pero podía ver que no estabas dispuesta a hablar de ello. Así que hice lo que exigiste -su boca se torció-. No esperaba que abandonaras Londres de inmediato, ni que te mantuvieras alejada tanto tiempo. Y cuando te negaste a verme, cuando mis cartas fueron devueltas sin abrir… ¿Qué iba a hacer, Toni? ¿Hacer el ridículo persiguiéndote como un muchacho enfermo de amor?
– No, por supuesto que no -murmuró ella, admitiendo que lo había puesto en una situación imposible. Con los ojos atónitos de la sociedad fijos en él, difícilmente podría haber hecho otra cosa que lo que había hecho: comportarse como un caballero.
Inclinó la cabeza y la besó, muy lenta y cuidadosamente, hasta que ella se sintió más que un poco mareada. Cuando él se retiró al fin para mirarla, ella tuvo que luchar contra la tentación de atraerlo hacia sí. Los primeros hormigueos de esa necesidad febril se agitaban en su cuerpo una vez más, y era difícil pensar en otra cosa.
– Me evitaste durante tanto tiempo -dijo él con voz ronca-. Entonces mi padre murió menos de dos meses después, y apenas tuve tiempo para pensar durante casi un año. Arreglar las cosas de la finca parecía requerir todo mi tiempo y energía. Por lo menos me mantuvo muy ocupado para sentir demasiado. Pero no podía olvidarte, cielo. El escándalo había muerto, y todavía esperaba que hubiera una oportunidad para nosotros. No me atreví a intentar verte a solas, pero sabía que íbamos a asistir a muchas de las mismas fiestas. Así lo hicimos, a principios de esta temporada. Tú, al menos me hablaste, por más forzadas y formales que fueron esas conversaciones. Y supe entonces, que habías rechazado varias ofertas tras terminar nuestro compromiso. Pero me tratabas como un extraño. Nunca estuvimos solos el tiempo suficiente como para que yo empezara a preguntarte qué había salido mal.
– ¿Es por eso que aceptaste la invitación de la abuela para venir aquí? -preguntó.
Él dudó, claramente tratando de decidir algo. Eligió sus palabras cuidadosamente.
– Vine aquí porque me pareció la última oportunidad para cerrar la brecha entre nosotros. Y porque Lady Ware estaba segura de que aún me amabas.
CAPÍTULO 04
Quizás no fue una impresión tan grande como podría haber sido. Antonia hacía tiempo que había comenzado a preguntarse sobre los motivos de su abuela.
– ¿Ella te dijo eso?
Richard asintió con la cabeza.
– Su carta era… bastante extraordinaria. Muy directa y segura. Dijo que estaba convencida absolutamente que seguías enamorada de mí, y que si quería reparar -su término- nuestra relación, las fiestas ofrecían la mejor oportunidad para hacerlo.
Casi para sí misma, Antonia murmuró:
– ¿Cómo lo sabía? Ella dejó Londres poco después que yo, y la vi sólo un par de veces después. Parecía disgustada por mi… mi falta de conducta, pero nunca preguntó por mis sentimientos.
– Tal vez no era necesario. Es posible que tú misma te hayas traicionado, amor, sin saberlo. Lady Ware es muy sabia, creo, y excepcionalmente observadora.
– Así que tomó el asunto en sus propias manos -Antonia no se sentía cómoda con la idea de que la mano de otro dirigiera su destino y sus sentimientos, lo cual fue evidente en su voz.
Él sonrió.
– Me temo que sólo puedo sentir gratitud hacia ella. Ella me dio la oportunidad que tanto deseaba. Toni… corre el riesgo conmigo, por favor. Déjame demostrarte que puedes confiar en mí. Cásate conmigo.
Antonia lo miró, mordiéndose el labio inferior. Todavía temía casarse con él, huyendo de su propia desconfianza, y con ello surgió la verdadera magnitud de lo que había hecho.
– Oh, Dios -susurró.
Obviamente intentando hablar con ligereza, él le dijo: -No creo que una propuesta requiera ayuda divina.
Ella se echó a reír, pero era un sonido de controlada desesperación.
– ¿Cómo pude haber permitido que esto sucediera? Me he comportado como una golfa, como una… una ramera.
La sonrisa de Richard desapareció.
– ¿Por entregarte a un hombre que amas?
– ¡Por entregarme a un hombre con el que no me casaré! Un hombre que me mintió, que me hizo daño…
Su rostro delgado se endureció.
– Parece que siempre volvemos a eso. ¿Qué puedo hacer para expiar esta traición de la que me crees culpable? ¿Quieres escucharme rogar, es eso?
– No, no quiero escucharte rogar -hubiera vuelto el rostro, pero la mano de él la sostenía todavía-. Pero no puedo fingir una confianza que no siento. Ni puedo creer que el resultado fuera otra cosa que infelicidad, si me casara contigo sin confianza.
Él vaciló y luego dijo sin piedad: -Esta es la segunda vez que te has acostado conmigo, Toni. ¿Qué pasa si te he embarazado? ¿Todavía te negarías a casarte conmigo entonces?
Ella cerró los ojos. La posibilidad ya se le había ocurrido. No podía dejar de recordar la semana tras haber roto su compromiso como la más larga de su vida, cuando ella había esperado con ansiedad para descubrir si por haber hecho el amor, iba a tener un bebé. No había ocurrido entonces, pero existían todas las posibilidades que hubiera ocurrido ahora.
– Toni, mírame.
Totalmente en contra de su voluntad, ella se encontró con sus ojos grises.
– No lo sé -susurró. Pero sí lo sabía. Si se quedara embarazada, no tendría más remedio que casarse con él. Nunca avergonzaría a su familia al tener un hijo ilegítimo y él nunca permitiría que su hijo naciera sin su apellido.
– Yo sí lo sé -sus ojos brillaban de forma extraña, y su voz era sombría-. No quiero forzarte, y si creyera que serías verdaderamente infeliz conmigo, no te forzaría sin importar lo que pasara. Pero no creo eso, Toni. Nos amamos, y este amor puede haber creado un niño. Si nada más te convence, entonces debería hacerlo esa posibilidad. Te casarás conmigo. Si tengo que permanecer en esta cama contigo hasta que todas las almas de este castillo lo sepan, entonces lo haré.
En un movimiento instintivo, ella trató de apartarse de él, pero él la sujetó con firmeza.
– ¡No! Richard, no lo harías…
– ¿No? No hay nada que pueda decir para hacer que confíes en mí, muy bien, entonces renunciaré a la confianza por el momento. Con el tiempo, te demostraré que puedes confiar en mí, así me tome años hacerlo. Pero no sacrificaré esos años. Debemos estar juntos.
Luchar contra su determinación era una batalla perdida, y Antonia lo sabía. Quería decir lo que él dijo, ella podía verlo en sus ojos. No dudaría en comprometerla, y si lo hacía, su abuela los acompañaría hasta el altar, sin pérdida de tiempo, independientemente de los sentimientos de Antonia. Sería la Duquesa de Lyonshall antes del año nuevo.
– Desearía odiarte -susurró ella-. Sería mucho más fácil si pudiera odiarte.
Con su expresión suavizándose, él inclinó la cabeza para besarla.
– Pero no me odias, cielo -murmuró contra sus labios-. Y si sólo te dieras cuenta de ello, sí confiarías en mí. Nunca podrías haber yacido en mis brazos por segunda vez sin confianza.