Antes de que ella pudiera examinar esa teoría, su boca comenzó a trabajar su magia. Su cuerpo se calentó y comenzó a temblar, y ella le devolvió el beso sin poder hacer nada. Ella no parecía pensar en otra cosa que en el placer edificante de su toque. El pensamiento racional se desvaneció bajo esa sensación abrumadora.
Aún besándola, él encontró el extremo de su trenza y removió la cinta, y sus dedos peinaron su grueso pelo hasta que se extendió en la almohada como una lluvia de fuego.
– He soñado que te gusta esto -dijo él con voz ronca, levantando la cabeza para mirar sus ojos en llamas-. Tu hermoso cabello suelto, tu rostro suavizándose de anhelo, tu hermoso cuerpo temblando de deseo. Siempre fuimos una buena pareja, pero nunca tanto como en la pasión.
Antonia contuvo lo que le quedaba de aliento y trató de pensar con claridad.
– Tú… tú estás intentando seducirme -acusó vacilante.
Por alguna razón, eso lo divirtió. Una risa cálida iluminó sus ojos y una sonrisa torcida curvó sus labios. Gravemente, dijo: -Se necesitaría un hombre despiadado para seducir a una mujer contra su voluntad. ¿Es en contra de tu voluntad, cielo?
Podría haberse obligado a decir que sí, pero como una de sus manos ahuecó un pecho palpitante en ese momento, el único sonido que pudo emitir fue un gemido. Sus largos dedos acariciaron su piel hormigueante, acariciando y amasando, mientras su mirada permanecía fija en su rostro.
– Me gustaría que supieras lo hermosa que eres en la pasión -murmuró con voz ronca de nuevo-. Lo suave que se siente tu piel cuando la toco. Cuánto me atrae el calor de tu cuerpo -él bajó la cabeza para provocar un pezón endurecido con su lengua, retirándose antes de que pudiera hacer algo más que jadear, luego la miró de nuevo cuando su mano se deslizó hacia abajo sobre su vientre-. ¿Es en contra de tu voluntad, cariño? -repitió, mientras sus dedos inquisitivos encontraban su calor húmedo.
Antonia no podía contestarle. Miraba fijamente esos ojos feroces, sin embargo, los suyos estaban desenfocados. Su cuerpo se había acordado del placer rápidamente, y ahora exigía más de lo mismo. De él. Se arqueó, ofreciéndose, suplicando. Sentía las aceleradas oleadas de palpitante placer.
Él inclinó de nuevo la cabeza y tomó un pezón en la boca, exprimiendo un grito roto de ella. Estaba fuera de control, fuera de sí misma, perdida en algún lugar y dependiendo completamente de él para traerla de regreso de manera segura. Era la sensación más increíble que jamás hubiera conocido, una gran impotencia combinada con una extraña libertad, tan incontrolable como la pura locura.
Ella tiró de su hombro, gimiendo, pero él se resistió, levantando de nuevo la cabeza para mirarla mientras sus dedos la acariciaban con insistencia. Quería pedirle que dejara de atormentarla, pero entonces las sensaciones la arrasaron en una ráfaga, inundándolo todo, y ella gritó salvajemente. La boca de él capturó el sonido, tomando la de ella posesivamente, y un momento después, su cuerpo cubrió el de ella.
Antonia lo sintió entrar en su interior mientras los espasmos de placer aún recorrían su carne, y la sensación fue tan increíblemente erótica que gritó de nuevo. Él la llevaba de un máximo de placer a otro, a la más profunda realización que había conocido o imaginado que fuera posible.
No había ninguna abrupta línea divisoria entre el deleite sin sentido y el retorno de la cordura. Cuando volvió en sí, él todavía estaba con ella, su poderoso cuerpo sobre el de ella con un peso que trajo otro tipo de satisfacción. Los músculos de su espalda y de sus hombros estaban húmedos bajo sus manos, y ella podía sentir las débiles secuelas en sus cuerpos. También podía sentir un ligero frescor en la habitación ya que las mantas habías sido expulsadas lejos de ellos, pero ella no se hubiera querido mover incluso si se hubiera estado congelando.
Ella frotó su mejilla contra la suya sin pensar, y cuando él levantó la cabeza, ella sonreía. Se sentía extraña, esa sonrisa, desconocida y sin embargo en absoluto equivocada.
La besó con mucha ternura.
– Dios, te amo tanto -dijo en voz baja y áspera-. Seré como tu antepasado, ni siquiera la muerte hará que deje de amarte, de desearte.
Todavía había una punzada de resistencia en la mente de Antonia, pero la fuerza de él era mucho mayor, sabía que ella se había rendido. Ser su esposa podría causarle una felicidad inmensa o un dolor agonizante, pero no tenía más remedio que asumir el riesgo. No porque ella podría haber concebido a su hijo, sino porque la idea de vivir sin él era más insoportable que la posibilidad del dolor.
Ella levantó la cabeza de la almohada y lo besó. Era la primera vez que había hecho eso, y vio el destello de esperanza en los ojos de él. Ello la conmovió, y le hizo sentir una punzada de dolor. Por él. En ese momento, realmente creyó que él la amaba.
– Tú sí me sedujiste -murmuró, sonriendo.
Su boca se curvó en una sonrisa de respuesta.
– ¿Fue en contra de tu voluntad, amor?
– No -ella le apartó un mechón de pelo negro de su frente y unió los dedos detrás de su cuello-. Supongo que debo ser absolutamente desvergonzada.
– Nunca digas tal cosa acerca de mi futura esposa -él seguía sonriendo, pero ella sentía la tensión de su cuerpo.
Ella dudó.
– Richard… No puedo prometer dejar el pasado atrás. No sé si pueda hacerlo. Pero intentaré que eso no arruine el futuro…
Él detuvo sus palabras vacilantes con besos que contenían más amor y ternura que triunfo, y la miró con los ojos brillantes.
– Cielo, te juro que nunca te arrepentirás.
Ella casi le creyó.
– ¿Todavía tienes la intención de casarte conmigo antes del año nuevo?
– ¿Te importa eso? -su pregunta era seria-. Tu abuela me ha informado que hay una pequeña iglesia cerca con un vicario complaciente.
– Por supuesto -la voz de Antonia fue seca.
Él sonrió ligeramente.
– Si lo deseas, anunciaremos nuestro compromiso por segunda vez y nos casaremos en Londres con toda la pompa y la ceremonia que se requiera. Por mi parte, habría preferido una boda más discreta y una luna de miel prolongada. Podríamos viajar al extranjero, tal vez.
Inocentemente, ella dijo: -¿Cohibido, Su Gracia?
Su sonrisa se volvió un poco avergonzada.
– Bueno, admito que me resultaría menos complicado reaparecer en la próxima temporada de Londres después que la sociedad haya tenido tiempo para acostumbrarse a nuestro matrimonio. Para entonces, seguramente tendrán puesta su atención en algunos otros chismorreos.
Antonia sabía lo que su orgullo había sufrido por el escándalo que ella había causado, y estaba agradecida con él por no hacerla sentir más culpable por ello. Realmente era un caballero hasta la médula, pensó… y la primera pequeña semilla de duda se sembró en su mente.
¿Podría un hombre con esa honestidad y carácter haber sido capaz de la magnitud de su traición? ¿No sólo mantener una amante durante su compromiso, sino también hablar de ella y de su forma de hacer el amor con esa mujer? ¿Darle a su amante el reloj de bolsillo que se había tomado la molestia de hacer a partir de un botón arrancado de la ropa de su futura esposa?
¿Y ese hombre habría estado tan dispuesto, incluso decidido, a ofrecer su orgullo en un intento de cortejar a la dama que lo había rechazado?
No tenía sentido, Antonia se dio cuenta con un sobresalto desagradable. La imagen pintada de él aquel día sombrío casi dos años antes simplemente no coincidía con lo que sabía y lo que veía de él ahora.
– Toni, amor, si quieres afrontar a la sociedad con una estupenda boda en Londres, yo estoy más que dispuesto.
Ella parpadeó hacia él.
– ¿Qué? Oh, no. No, preferiría una boda discreta. En serio.
Frunció el ceño ligeramente.
– Entonces, ¿qué pasa? Por un momento, estabas muy lejos.
Antonia sabía que había una respuesta, pero tenía que encontrarla por sí misma. Sólo entonces tendría la oportunidad de reconstruir la confianza destrozada.