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Él alzó una ceja, sus ojos brillantes, divertidos.

– Pero, por supuesto, te negaste obstinadamente.

– Bueno, sí. Así que me trajo hasta aquí, y señaló las pinturas. Luego me llevó escaleras abajo a la biblioteca, y me mostró el libro. Después de eso, desapareció.

Aún sosteniéndola cerca de él, volvió a estudiar la pintura de Mercy.

– Se parece a su padre más que su madre -comentó-. Así que se casaron después de todo.

Antonia vaciló de nuevo.

– En realidad, no lo hicieron.

Él la miró, luego volvió la vista al retrato.

– Mercy Wingate -leyó él.

– Se casó con un primo tercero que era un Wingate, y que finalmente heredó el título. Soy una descendiente directa -suspiró Antonia-. Su nombre de soltera era oficialmente Wingate, el padre de Parker convenció al vicario del pueblo, de alguna manera, de jurar que había habido un matrimonio en el lecho de muerte entre Parker y Linette, por lo que se registró oficialmente en los registros parroquiales. Pero nunca se llevó a cabo una ceremonia.

Llegando a una conclusión lógica, Richard dijo lentamente:

– ¿Porque Parker murió? ¿Cómo?

Antonia vaciló.

– El cómo no tiene sentido, porque no hay ninguna razón. Pero si están recreando lo que ocurrió entonces, podemos descubrir la razón esta noche. Ocurrió en Nochebuena.

Él se quedó en silencio por un momento.

– Entonces vamos a esperar hasta esta noche. ¿Veremos un misterio resuelto?

– El autor de la historia no sabía lo que pasó, y creo que la familia tampoco. El diario de Linette no tenía ninguna entrada para Nochebuena… o cualquier fecha después de eso. Según los miembros de la familia, ella nunca habló de lo sucedido. Murió cuando su hija tenía sólo unos pocos meses de edad.

– ¿Cómo murió?

– El médico lo calificó como un deterioro -Antonia mantuvo su voz firme, con esfuerzo-. La madre de Parker estaba convencida de que Linette lo sobrevivió sólo el tiempo suficiente para tener a su hijo y luego sólo se dejó morir.

– ¿Qué piensas tú?

Antonia lo miró.

– Yo también lo creo.

– El amor es… un amo muy exigente -dijo Richard en voz baja.

Ella apoyó la mejilla contra su pecho.

– Sí -concordó ella-. Lo es.

Varios miembros del personal del castillo pudieron haber quedado boquiabiertos por el anuncio de Richard durante el desayuno, de su próximo matrimonio con Antonia, y Lady Sophia estaba sin duda tan conmocionada que casi se desmayó, pero la condesa de Ware sólo ofreció una sonrisa de satisfacción.

– Usted planeó que esto sucediera -la acusó Antonia.

– Sólo el destino se encarga de los asuntos de los mortales -respondió su abuela-. Yo sólo les di a los dos la posibilidad de reconciliarse y dejé que el asunto dependiera de ustedes. Aunque estoy satisfecha de que ambos tuvieran el buen sentido de arreglar sus diferencias. Evidentemente, ustedes son el uno para el otro.

– Gracias, madam -dijo Richard cortésmente, mientras que Antonia sólo podía mirar a su abuela sorprendida.

– Oh, Dios -murmuró Lady Sophia, su expresión todavía conmocionada-. Nunca me imaginé… esto es… Por supuesto, me alegro por ti, cariño, si es realmente tu deseo de casarte con Su Gracia -le dirigió a Richard una mirada tan dudosa que él le sonrió.

– Le enviaré un recado al vicario -anunció Lady Ware-. Él se ha expresado perfectamente dispuesto para llevar a cabo la ceremonia cualquier día que yo quisiera.

Antonio la miró con ironía.

– ¿Sólo el destino se encarga de los asuntos de los mortales? ¿No se me permite elegir el día de mi propia boda?

Había un toque de genuina diversión en los ojos normalmente fríos de la condesa.

– Ciertamente, Antonia.

Antonia y su prometido habían discutido el tema mientras descendían a la planta baja, pero ella no veía la necesidad de explicar que el duque había logrado su objetivo. Él había declarado que se casaría con ella antes del año nuevo, y él no se conformaría con nada más. Así que se limitó a decir:

– Entonces el 31 de diciembre.

Lady Sophia se puso nerviosa de nuevo.

– ¿Aquí? ¿Quieres decir este año? ¡Pero cariño, el anuncio! Y las amonestaciones…

– Tengo una licencia especial, madam -le dijo Richard-. No tendrá que publicar las amonestaciones.

Después de un momento, obviamente, aturdida, dijo con severidad: -¡Usted estaba muy seguro de sí mismo!

Richard sonrió de nuevo.

– No, madam, sólo muy esperanzado.

Lady Sophia, muy agitada, se volvió hacia su divertida hija.

– Aún así, querida… ¡tan rápido!

Mirando a su prometido, Antonia dijo secamente: -Mamá, realmente preferiría no tratar de redactar un anuncio en el sentido de que el compromiso de Lady Antonia Wingate y el duque de Lyonshall se ha reanudado.

– ¡Oh, Dios! No, supongo que la gente podría pensar que es muy raro, de hecho. Pero una boda en primavera, mi amor…

Esta vez, Antonia evitó con cuidado mirarla intencionadamente. Teniendo en cuenta que eran amantes, incluso un retraso de semanas podría ser arriesgado.

– Preferiríamos no esperar tanto tiempo, mamá. Recuerda, por favor, que en realidad nos comprometimos hace más de dos años. Incluso la más crítica de nuestras amistades seguramente perdonará nuestra impaciencia ahora.

– ¡Pero si ni siquiera tienes un vestido! -se lamentó Lady Sophia.

– Sí que lo tiene -la condesa miró fijamente a su nieta a través de la mesa-. Mi vestido de novia se conserva perfectamente, Antonia, y te quedaría bastante bien, creo. Si quieres…

Antonia sonrió.

– Sí quiero, abuela. Gracias.

A partir de ahí, Antonia se encontró con el día totalmente ocupado. Con la boda fijada para sólo unos días había arreglos por hacer, los cuales requerían de largas discusiones. Antonia tuvo que gentilmente tranquilizar a Lady Sophia, y el duque ejercer su encanto, con el fin de que esta última aceptara la boda apresurada. Los esfuerzos de Antonia tuvieron poco éxito, pero cuando Richard declaró que tenía la firme intención de que la madre de Antonia viviera con ellos en Lyonshall, ella estaba tan contenta y conmovida por su obvio y sincero deseo que gran parte de su temor hacia él la abandonó.

Ya que él había encontrado un momento a solas con Antonia para hacerle esa sugerencia antes, ella estaba en perfecto acuerdo con este plan. Ella y su madre habían conseguido siempre llevarse bien, y Antonia no tenía temores acerca del arreglo.

Con los detalles de la boda más o menos acordados, la atención se dirigió a los últimos restantes preparativos para el día de Navidad. La tradición del castillo era celebrar la fiesta con un gran almuerzo y el intercambio de regalos, lo último era un problema para Antonia. Tenía regalos para su abuela y su madre, por supuesto, pero no había esperado que Richard estuviera aquí.

Así, mientras las decoraciones restantes eran puestas en su lugar y el olor apetecible de la cocina les recordaba a todos la comida por venir al día siguiente, Antonia lidiaba con su problema. Le resultaba extraordinariamente difícil concentrarse, en parte porque Richard había desarrollado el don de atraparla en las puertas por debajo del muérdago, donde se aprovechaba descaradamente de esa particular tradición navideña.

Descubrió muy pronto que su compostura era inquebrantable, sin importarle quien observara el beso o el abrazo, y sin que tampoco al parecer le importara que tan claramente llevara el corazón en la mano. También descubrió que su certeza de la traición de Richard era cada vez menos y menos segura. Él era el hombre del que ella se había enamorado en el principio, y no podía conciliar este hombre con el que la había herido tan profundamente. Podrían haber sido dos hombres completamente diferentes… o un hombre acusado injustamente.