Siendo la mejor, cuando se requería de astucia, Lady Ware había estado maniobrando durante meses para encontrar la manera de conseguir que el duque aceptara venir. Después de estudiar la situación -y al hombre- había llegado finalmente a una solución escandalosa.
Sonriendo para sus adentros mientras estaba sentaba en su silla, la condesa reflexionó que una lección por esa tragedia de errores les haría bien tanto al duque como a Antonia. De hecho, si conocía Antonia, y la conocía mucho más de lo que esa jovencita podía imaginar -la lección tendría un profundo efecto.
El escenario estaba listo. Ahora bien, si sólo los actores que habían interpretado sus papeles durante tantos años prestaran su apoyo a este aniversario tan importante, la obra podría comenzar.
Ya que su padre había sido un hijo menor del Conde de Ware, Antonia no había crecido en el Castillo Wingate, y nunca había puesto demasiada atención a los cuentos de sus seres embrujados. Sin embargo, cuando se dirigía rápidamente a lo largo del pasillo del segundo piso del ala Sur, admitió en silencio que nunca había visto una habitación más adecuada para espíritus de difuntos.
El castillo original databa de antes de la conquista normanda, aunque naturalmente había sido renovado e incluso reconstruido en numerosas ocasiones durante los siglos. En el camino, su aspecto y propósito había cambiado, de fortaleza a residencia, aunque la familia Wingate había vivido y muerto aquí desde el principio.
Si los fantasmas caminaban por las razones comunes al folclore, por ejemplo por tragedias y muertes prematuras, numerosos Wingates podrían afirmar que cumplían con los criterios requeridos. La historia de la familia tenía su buena dosis de lucha, enfermedades y violencia, así como los pequeños problemas habituales que todas las familias heredaban. Había registros de por lo menos media docena de asesinatos, dos suicidios, y una veintena de brutales accidentes, todos teniendo lugar ya sea dentro de las murallas del castillo o en la finca.
Antonia estaba sólo vagamente familiarizada con la mayoría de larga y colorida historia de su familia, y había considerado siempre al Castillo Wingate una reliquia antigua y mohosa. Pero uno no podía dejar de ser consciente de siglos de existencia, pensó, cuando uno estaba rodeada de gruesos muros de piedra, cortinas de terciopelo, y largos corredores llenos de puertas inmensas.
La restauración del ala sur había regresado esta parte del castillo a la gloria de un siglo antes, pero Lady Ware se había negado a modernizarla en forma alguna, excepto para la instalación de calefacción a vapor. Ahora el corredor, que hacía eco con los sonidos de los pasos de Antonia, era sólo frío en lugar de congelado, y su dormitorio, mientras que no era precisamente acogedor, por lo menos sí bastante cómodo.
Antonia pasó un dormitorio a dos puertas del suyo y al otro lado del pasillo, y notó que dos de las sirvientas seguían trabajando para prepararlo para la llegada prevista del duque. Había sido esa visión temprana, y la explicación de las criadas sobre la identidad del huésped que esperaban, lo que la había llevado a enfrentarse a su abuela. El resto provocó un ceño en su cara, y la expresión le valió una severa reprimenda de su criada al entrar en su propio dormitorio.
– ¿Qué pasa si su rostro se congelara así, milady? ¡Eso es bastante probable aquí!
Antonia se echó a reír. Plimpton había sido su criada desde que había abandonado el salón de clases, y a pesar de las frecuentes y contundentes reprimendas de la mujer mayor, Antonia no se ofendía. A menudo pensaba que ni siquiera su propia madre la conocía tan bien como Plimpton.
– Oh, no hace tanto frío aquí -dijo ella, viendo como Plimpton continuaba desempacando sus baúles-. Y puedes colgar los vestidos de seda en el fondo del armario, porque ciertamente no los usaré. Hace demasiado frío para vestidos de noche escotados.
Plimpton miró directamente a su señora con sus ojos astutos.
– Lady Ware exige que sus invitados se vistan por las noches.
Antonia alzó la barbilla.
– Tengo los dos vestidos de terciopelo, y el merino…
– De cuello alto y poco elegante, milady, y ¡bien lo sabe! Incluso Lady Ware no es tan rigurosa en cualquier caso. ¡Es del duque que quiere esconderse, no de la condesa o del frío!
Antonia fue a su tocador y se ocupó del ya exquisito arreglo de su cabello de fuego, evitando obstinadamente los ojos de su doncella en el espejo.
– Estás diciendo tonterías, y lo sabes. Me he encontrado en compañía de Lyonshall un sinnúmero de veces, y tengo plena confianza en seguir haciéndolo en el futuro.
Plimpton se quedó en silencio por unos momentos mientras continuaba desempacando los baúles de Antonia, pero pronto se hizo evidente que no tenía intención de dejar el tema. Con casual inocencia dijo:
– Debe haber una docena de alcobas en esta planta, y ocupada sólo dos de ellas. Y esta ala tan lejos del resto de la casa. Curioso cómo Lady Ware la puso a usted y al duque tan lejos de los demás. Solos.
Antonia fue consciente de otra punzada de incertidumbre, pero la echó decididamente a un lado. Como su abuela había indicado con tanta precisión, sólo una tonta podría tener la más remota esperanza de gozar de una segunda oportunidad de poner a Lyonshall en el mercado del matrimonio, cuando la dama en cuestión le había dado calabazas tan vergonzosamente… y Dorothea Wingate no era tonta.
Antonia respondió con serenidad: -Lyonshall tendrá su ayuda de cámara, y yo te tendré a ti, por lo tanto, no estaremos solos…
– Mi habitación, milady, se encuentra en el ala este. Otra habitación está preparada en esa ala para el ayuda de cámara de Su Gracia.
Antonia se estremeció ante la información, pero trató de no demostrarlo. También se abstuvo de decir inmediatamente que ella había traído una cama pequeña en el vestuario para que su doncella pudiera dormir allí. Se negó a parecer tontamente nerviosa o demasiado preocupada por su reputación. Podría haber protestado en Londres ante un arreglo tan impropio, pero esto no era Londres. Y nadie en la ciudad probablemente escucharía la noticia de lo que pasara en esta parte aislada de Gales.
Su voz, por lo tanto, fue una obra maestra de la despreocupación.
– En cuanto a la elección de que nosotros dos nos acomodáramos en esta ala, la abuela sólo desea mostrar su renovación, eso es todo.
– Entonces, ¿por qué la habitación de Su Señoría está ubicada en el ala norte?
Cuando Plimpton utilizaba el título: "Su Señoría" siempre se refería a la madre de Antonia, Lady Sophia Wingate.
– Porque la abuela quería a alguien cerca de su propia habitación -dijo Antonia.
Plimpton bufó.
– Me atrevería a decir. Y me atrevo a decir que Lady Ware nunca pensó en el frío de su café de la mañana y que el agua de la bañera le llegará después de haber sido arrastrada por tres tramos de escaleras y a lo largo de dos corredores. Usted no está acostumbrada a un servicio tan vejatorio y tampoco, me atrevo a decir, el duque.
Lo hacía sonar un poco complicado, pensó Antonia.
– Tendremos que sacar el mejor provecho posible de esta situación -dijo ella finalmente-. Es sólo por unos cuantos días, después de todo.
– Unos cuantos días, ¿no? Estuve hablando con el señor Tufffet justo después de que llegamos, milady, y él ha servido aquí en el castillo cerca de cuarenta años, dice que cuando llega el invierno, como hoy, viajar es impensable por varias semanas.
La mera posibilidad de estar encerrada en el castillo, sin importar lo grande que fuera, con el duque durante semanas, provocó que la recorriera un escalofrío de nervioso pavor. Era al menos soportable encontrarlo socialmente en breves intervalos, cuando era capaz de mantener su máscara fríamente agradable sin esfuerzo, pero dudaba de su capacidad para sostener la ficción por un período de días, mucho menos semanas. Lo dudaba mucho.