Continuó preocupándose sobre el asunto en algunos momentos, pero no había llegado a ninguna conclusión cierta para el momento en que se retiró a su habitación esa noche. Evidentemente consciente de la presencia de Plimpton en la habitación, Richard la dejó en su puerta con un breve beso. Antonia casi le dijo que no tenía por qué molestarse en ser tan circunspecto, pero al final mantuvo el conocimiento de su sirvienta de la noche que pasaron juntos para sí misma.
– ¿Cobraste tus cinco libras? -preguntó con sequedad.
– Sí, milady.
Sonriendo, Antonia se sentó en su tocador mientras Plimpton le cepillaba el pelo largo y lo trenzaba para la noche como de costumbre. Casi ociosamente, abrió su estuche de joyas y examinó el contenido. No había sido capaz de pensar en un regalo para Richard. Él, sin duda, diría que su acuerdo para casarse con él era el regalo que deseaba, pero sabía muy bien que él tenía un regalo para ella, porque lo había visto bajo el árbol, muy bien envuelto.
Al estar varados por la nieve en un castillo en Gales, difícilmente podría conducir a la tienda más cercana para encontrarle algo apropiado. Por lo tanto, tenía que conformarse con lo que estuviera disponible.
Pensó en el medallón de Linette, un regalo del corazón. Antonia no tenía un medallón que pudiera regalarle a Richard, pero ella tenía un precioso y antiguo prendedor de rubí, que le había pertenecido a su abuelo materno, quien lo había llevado en su corbata. Richard solía llevar una joya de la misma manera para los trajes de noche, y ella sabía que le gustaban los rubíes.
Antonia usó una caja pequeña, de madera tallada, en la que normalmente almacenaba sus pendientes, aparte del resto de sus joyas, para guardar el prendedor, y con un colorido pañuelo de seda envolvió la caja.
A las once, Antonia estaba sola en su habitación y se vistió para la cama como de costumbre. Su regalo para Richard estaba en su tocador, para bajarlo en la mañana y colocarlo bajo el árbol. Con ese problema resuelto, se encontró con sus pensamientos totalmente ocupados con lo que le pasaría a los amantes esa noche.
Había estado en el fondo de su mente todo el día, produciendo una pequeña y fría ansiedad. No había nada que pudiera hacer, insistía su parte racional. Lo que iba a suceder, ya había sucedido. Sin embargo, no podía dejar de preocuparse.
Fuera del castillo, el viento frío del día y el cielo nublado había dado paso finalmente a otra sombría tormenta de invierno, y Antonia se estremeció mientras permanecía de pie junto a la chimenea y escuchaba el gemido del viento en la noche. No esperaba que sucediera nada hasta cerca de medianoche, pero a las once y cuarto comenzó.
Estaba parada junto a la chimenea cuando alcanzó a ver un movimiento cerca de la puerta, y cuando volvió la cabeza, un escalofrío bajó por su columna vertebral. Era la mujer morena con la expresión curiosamente fija, que se había mostrado sólo una vez antes. Había llegado a la habitación de Parker.
Se quedó de pie junto a la puerta, mirando hacia la cama. Cuando Antonia miró en esa dirección, sintió una leve conmoción al descubrir que la cama de Parker de un siglo antes era exactamente donde estaba actualmente la cama de Antonia, tal vez incluso era la misma cama. No podía dejar de sentirse rara ante el pensamiento de que él podría haber regresado de la habitación de Linette cada amanecer y haberse metido en la cama con ella misma.
Él yacía allí ahora, usando su bata como si tuviera la intención de descansar por unos pocos minutos. Sin embargo, parecía estar dormido. No se movió mientras la mujer morena se movía lentamente hacia la cama y se lo quedaba mirando. Estaba vestida o parcialmente vestida con un camisón tan transparente que su cuerpo era claramente visible bajo él. Miró hacia la mesa junto a la cama, y una extraña sonrisa curvó sus labios delgados.
Antonia miró también, y vio la forma vaga de una taza sobre la mesa. Volvió su mirada a la mujer, desconcertada e inquieta. ¿Cuál era la importancia de la taza? ¿Y por qué esta mujer estaba en la habitación de Parker?
Mientras miraba, la mujer se agachó hacia el hombre dormido y pareció estar buscando algo. Un momento después, se enderezó, un medallón de oro con forma de corazón colgando de sus dedos.
– No -murmuró Antonia, sobresaltada-. Linette se lo dio a él. ¡No tienes derecho!
Al igual que los amantes, la mujer no mostró ninguna conciencia de un intruso de carne y hueso. Se puso la cadena alrededor del cuello y miró el medallón, a continuación, muy deliberadamente lo abrió y sacó el rizo de cabello de fuego de Linette, dejándolo caer al suelo con una expresión desdeñosa y luego moviéndose para moler el recuerdo bajo su zapatilla. Miró a Parker por un momento, un ceño juntando sus cejas mientras él movía la cabeza sin descanso.
– Despierta -murmuró Antonia, apenas dándose cuenta que había hablado en voz alta. Sintió un frío y horrible presentimiento-. Por favor, despierta y detenla.
Él seguía moviéndose torpemente, con los ojos cerrados todavía, y Antonia estuvo repentinamente segura de que la taza contenía algo para hacerlo dormir. Ella sentía más frío por momentos, mientras observaba los dedos ágiles de la mujer desatar el lazo de su transparente camisón y abriendo los bordes de la tela para desnudar sus pechos llenos casi hasta los pezones.
Con sus ojos negros fijos en el durmiente Parker, la mujer avanzó lentamente. Soltó el pelo de su trenza y lo peinó con los dedos, deliberadamente desordenándolo. La parte superior de su cuerpo pareció balancearse, el medallón de oro se movió entre sus pechos pálidos, y ella apuntaló sus piernas un poco separadas. Sus manos dejaron su cabello para deslizarse lentamente por su propio rostro, descendiendo entonces por su garganta, hasta su cuerpo.
Antonia se sintió enferma mientras miraba, sintiendo el hambre desequilibrada de la mujer de una forma tan aguda que era como si se tratara de un ser vivo suelto en la habitación. Si las emociones de los amantes habían sido tiernas y apasionadas, la necesidad de esta mujer era una cosa oscura y retorcida. Y conmocionó a Antonia en un nivel profundo, por lo que tuvo que apartar la mirada.
No quería volver a mirar, pero después de varios minutos su mirada fue atraída totalmente en contra de su voluntad. Y ella se sentía un poco enferma, todavía profundamente conmocionada. La mujer se estaba acariciando lánguidamente su propio cuerpo ahora, e incluso tan nebulosa como era ella, estaba claro que tenía una mirada soñadora, la mirada saciada de una mujer que acababa de experimentar el absoluto placer de la liberación física. Sonriendo, aún acariciándose ella misma, se apartó de la cama.
Antonia miró a Parker una vez, viéndolo moverse aún más inquieto y abrir los ojos, pero ella no esperó a ver si se levantaba. En cambio, ella siguió a la mujer.
Eran las once y media.
La mujer hizo un movimiento como si fuera a abrir la puerta, entonces pasó a través de ella. Antonia rápidamente la abrió realmente, pero se detuvo antes de que pudiera hacer más que cruzar el umbral. La mujer estaba directamente frente a ella, medio girada hacia la habitación de Linette al otro lado del pasillo.
Su camisón transparente abierto, mostrando la mayor parte de un seno y el otro completamente, el medallón colgando entre ellos. Tenía el pelo caído, los ojos con los párpados pesados y los labios hinchados brillantes. Su sonrisa estaba llena de una satisfacción puramente femenina.
Para una chica de diecisiete años, que ella misma había experimentado la pasión, no había duda de que esta sonriente, saciada mujer acababa de salir de los brazos de un amante. Y no había manera que Linette pudiera saber que la mujer morena había sido su propia amante. Estaba de pie en el umbral de la habitación de Parker, y la conclusión era trágicamente obvia.
– No -susurró Antonia-. Oh, no, no lo creas.
Pero Linette lo hizo. Su hermoso rostro estaba aturdido de shock y agonía. Sus manos se levantaron de un modo extraño, perdido, y su boca se abrió en un grito silencioso de angustia. Luego se tropezó en una carrera inestable, avanzando, no hacia las escaleras, sino hacia el otro extremo del ancho pasillo.