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Antonia echó una mirada detrás de ella y vio que Parker estaba luchando por levantarse de la cama. Entonces ella corrió tras Linette, como inconsciente de su propio grito mientras de hecho, había atravesado la forma confusa de la mujer morena.

Si hubiera podido pensar con claridad, Antonia se habría dado cuenta de la inutilidad de su acción. Lo que ella había visto suceder había ocurrido un siglo antes, y ninguna mano mortal podría cambiar el resultado. Pero estaba atrapada por completo en el trágico drama, los actores tan reales para ella como lo habían sido en realidad, y era el puro instinto lo que la llevaba a tratar de detener lo que iba a suceder.

Pensó que había oído a Richard gritar su nombre mientras corría, pero sus ojos estaban fijos en la forma de Linette delante de ella. La angustiada joven podría haber estado corriendo a ciegas, pero Antonia sabía que no era así. Estaba corriendo hacia el mirador.

Era un resto del castillo original o una fantasía de algunos distantes Wingates, Antonia no lo sabía. El muro de piedra, que se estaba cayendo a pedazos alrededor del pequeño balcón, una vez pudo haber sido un parapeto diseñado para proteger a los soldados que estaban de guardia, o simplemente podría haber sido una balaustrada bastante llana y baja, construida para evitar que un paseante casual se lanzara y cayera al patio de losas muy distante por debajo. En cualquier caso, había comenzado a deteriorarse más de un siglo antes, y aunque el ala se había renovado, el balcón exterior se había dejado para desmoronarse.

Una sólida puerta de madera, cerrada alguna vez, pero ahora con un simple barrote, daba acceso al balcón desde el pasillo. Linette se detuvo sólo un momento, aparentemente esforzándose para abrir el portal pesado, entonces lo atravesó. Antonia se detuvo apenas lo mismo, la desesperación dándole la fuerza para levantar la gruesa barra de madera y abrir la puerta.

Se había olvidado de la tormenta, y la ráfaga de viento helado fue impactante. La nieve se arremolinaba frenéticamente en el aire y crujía bajo sus delgadas zapatillas cuando Antonia salió a toda prisa y casi de inmediato perdió el equilibrio.

El balcón tenía tan sólo unos metros de ancho, a pesar de que recorría los muros del castillo por cerca de casi veinte metros. La nieve se había amontonado contra el muro del castillo en un cúmulo alto, y fue lo que causó que Antonia tropezara y perdiera el equilibrio. Dos escalones desde la puerta hasta el balcón, gracias al viento estaban despejados de nieve, pero la temprana aguanieve y la lluvia helada habían recubierto la piedra escabrosa con una capa de hielo, y porque su apoyo se había estado desmoronado durante un siglo, el borde exterior del balcón tenía una ligera inclinación hacia abajo.

Antonia trató de detenerse, pero la piedra helada no le otorgó ningún asidero. Su propio impulso la llevó en un inexorable deslizamiento hacia el muro de poca altura.

En un momento fugaz que pareció extenderse hasta el infinito, vio Linette a un lado, derrumbada contra el muro en un montón de pena y dolor. La joven podría tener la intención de arrojarse sobre el muro, era imposible saberlo a ciencia cierta. Acurrucada contra las ásperas piedras, sus frágiles hombros se sacudían mientras sollozaba.

Entonces Antonia vio a Parker tambalearse, evidenciando una clara inestabilidad por los efectos persistentes de la droga que la mujer morena le había dado. Él gritó algo, sacudiendo su cabeza mareada, y se tambaleó hacia Linette.

Debe haber habido una tormenta también esa noche. Parker pareció resbalar y deslizarse a través de los pocos metros de la piedra, moviendo sus brazos como las aspas de un molino. Era evidente que estaba tratando de alcanzar a Linette, pero ya sea debido a sus reflejos drogados o a la tormenta cegadora, calculó mal la distancia y el ángulo. Él se estaba moviendo demasiado rápido, deslizándose violentamente hacia el muro, y no pudo salvarse a sí mismo.

Linette levantó la vista en el último minuto, y lo que vio debió haberla perseguido todo los meses restantes de su vida. Su amante golpeó el muro a sólo un par de metros de ella, y éste fue demasiado bajo para salvarlo. Cayó hacia adelante, y desapareció en la oscuridad.

Antonia vio todo eso en el destello de un instante. Entonces sintió la mordedura del muro contra sus muslos, y su impulso comenzó a llevarla, también, sobre la piedra que se desmoronaba.

– ¡Toni!

Unos brazos la atraparon y tiraron de ella hacia atrás con fuerza casi inhumana. Por un momento pareció que ambos caerían, y Antonia pudo sentir el estremecimiento de la baranda cuando las viejas piedras comenzaron a ceder. Pero entonces, de alguna manera, Richard la arrastró desde el borde y a la relativa seguridad de la terraza más cercana al muro del castillo, donde los altos cúmulos los rodeaban.

La nieve soplaba furiosamente a su alrededor, pero Antonia no era consciente de nada, excepto de la amorosa seguridad de los brazos de Richard.

Y de la tragedia de dos personas destruidas por una retorcida y malvada mujer.

EPÍLOGO

– Aquí está -sentándose en el borde de la cama donde estaba Antonia, por fin, abrigada y con calor, Richard sostenía, abierto en su regazo, el libro de la historia familiar. Había estado buscando una referencia en particular, y finalmente la había localizado.

– ¿Quién era ella? -preguntó Antonia en voz baja.

Él leyó en silencio por unos momentos, luego la miró. Su rostro estaba aún un poco demacrado, el peligro que Antonia había corrido en el balcón lo había afectado profundamente. Pero su voz fue firme cuando respondió a su pregunta.

– Su nombre era Miriam Taylor. Está incluida en el libro sólo porque creció en el castillo, y porque era la pupila del padre de Parker. Tenías razón, el autor de esta historia no tenía idea de que ella era responsable de lo que sucedió con Parker y Linette. Al parecer, nadie lo sabía. Linette debe haberse llevado ese secreto a la tumba.

– Y Miriam no se lo hubiera contado a nadie, incluso si creía que era su culpa -recordando lo que había visto, Antonia se estremeció-. Ella estaba… enferma, Richard. Si pudieras haberla visto en esta habitación, lo que hizo…

– Yo ni siquiera vi a Linette en mi habitación, no esta vez. Todavía no era medianoche, pero estaba a punto de venir aquí porque no podía soportar no estar contigo un momento más. Luego te oí gritar. En el momento en que llegué al pasillo, estabas casi en el mirador. Y Parker estaba sólo a unos pasos detrás de ti.

– ¿No viste a Miriam?

– No. Y, hasta que me contaste, no tenía ni idea de lo que había pasado allá afuera. Todo lo que vi fue a ti.

Su voz se mantenía firme ahora. Pero él le había jurado frenéticamente cuando la había llevado de vuelta a su habitación, hace poco más de media hora. Había estado demasiado ansioso por sus escalofríos para estar interesado en otra cosa que no fuera conseguir calentarla otra vez. Pero una vez que estuvo metida en la cama y ya no tan pálida, había escuchado toda la historia de ella.

Antonia sacó a tientas una mano de debajo de las colchas y la extendió hacia él, sonriendo cuando sus dedos se cerraron sobre los de ella al instante.

– Me salvaste la vida -dijo con gravedad.

Su voz fue áspera.

– No me recuerdes lo cerca que estuve de perderte. Nunca, en toda mi vida, voy a olvidar el terror que sentí cuando te vi precipitarte hacia ese muro.

– Sé que era una tontería -admitió ella-. Pero de alguna manera no podía pensar en eso. Todo era tan desgarrador y un desperdicio tan trágico para todos ellos. Deseaba tanto detenerlo, cambiarlo…

– Sí, lo sé. Pero sucedió, cielo. Nadie puede cambiarlo ahora.