Tarde o temprano, se traicionaría. Tarde o temprano, Richard Allerton, el duque de Lyonshall, se daría cuenta de que la mujer que lo había dejado todavía estaba locamente enamorada de él.
Dorothea Wingate, condesa de Ware, mantenía todo el personal del Castillo Wingate, a pesar de que era la única ocupante la mayor parte del año. Otros residentes con propiedades tan apartadas e inconvenientes como la de ella se preguntaban cómo demonios se las arreglaba para mantener a los criados, sobre todo porque la suya tendía a ser una vida tranquila, con pocos visitantes y menos eventos sociales. Pero la verdad era que Lady Ware le pagaba muy bien a la gente. El mayordomo, cuatro lacayos, seis criadas, tres ayudantes de cocina, y la cocinera, así como numerosos jardineros y encargados de los establos, eran compensados con creces por los inconvenientes de servir en el castillo.
La condesa rara vez visitaba Londres, su más reciente viaje había sido dos años antes, cuando se había anunciado el compromiso de Antonia. Había regresado a Wingate varios meses más tarde, cuando el compromiso se terminó, y después que Antonia se había negado a discutir la situación con nadie. El escándalo, obviamente, la había angustiado, pues Antonia sabía que su abuela había tenido su corazón puesto en ese matrimonio.
Su hijo mayor, el actual conde de Ware, era un solterón dedicado, que pasaba su tiempo en Londres y en otra de sus propiedades fuera de la ciudad, y no estaba muy preocupado por la continuación de su línea familiar, con toda probabilidad, el título perecería con él. La familia se había reducido en los últimos años, y desde que el hijo menor de la condesa, el padre de Antonia, murió sin dejar descendencia masculina, sólo quedaba Antonia para continuar la línea familiar, si bien no el nombre de la familia en sí. Y puesto que el castillo no era vinculante, lo más probable es que se lo dejara a Antonia.
Se preguntó si eso era parte de la razón de su abuela para realizar esta fiesta. Antonia no había hecho ningún secreto de su aversión hacia el castillo, que era todo demasiado grande, demasiado húmedo, demasiado frío y demasiado lejos de Londres. Ella no lo quería. A pesar de la soltería determinada de su tío Royce, ella continuaba acariciando la esperanza de que se fuera a enamorar locamente y comenzar su cuarto de niños antes que la gota o una apoplejía se la llevara.
Sin embargo, parecía posible que Lady Ware estuviera tratando de despertar en el seno de su nieta un destello de sentimiento por el hogar ancestral, así como un recordatorio de lo que le debía a su familia, y había elegido esta visita con motivo de las fiestas, como un primer paso hacia esa meta.
Antonia examinó la situación mientras se vestía para la cena de esa noche, luchando con toda su voluntad por colocar en su lugar su máscara social de distante cortesía. No había nada que pudiera hacer, salvo mantener su ingenio y su calma. Haciendo caso omiso de las miradas significativas de Plimpton y sus comentarios entre dientes, ella eligió un vestido de terciopelo de color verde oliva. Ni el estilo de cuello alto, ni el color gris era especialmente favorecedor, lo cual satisfizo Antonia desmesuradamente.
Lady Ware era una fanática de la puntualidad, y la cena en el castillo se servía a las seis, una hora que no se estilaba en absoluto. Así que era justo después de las cinco cuando Antonia dejó su habitación para dirigirse a la sala en la planta baja. Había esperado que al bajar temprano, podría evitar un encuentro casual con Lyonshall. Pero el destino estaba en contra de ella.
Él salió de su habitación cuando ella aún estaba a varios metros de distancia, lo que le permitió un poco de tiempo para serenarse. Normalmente, en situaciones sociales, ella lo veía primero en una habitación llena de gente y se le concedía una amplia oportunidad para el apuntalamiento de sus defensas, ahora, a pesar de que había tratado de prepararse, su aparición repentina la sorprendió con la guardia baja.
Evidentemente no era así con él. Hizo una reverencia con la gracia exquisita por la cual era famoso y le ofreció su brazo. Esa voz grave con un deje arrastrado y acariciante, no se la había escuchado en casi dos años.
– Toni. Te ves encantadora, como siempre.
Decir que Antonia se quedó desconcertada habría sido un considerable eufemismo. Esperando la cortesía distante que él le había demostrado desde que su compromiso había terminado, no tenía idea de cómo reaccionar ante su voz, el elogio o la calidez inquietante en sus ojos grises. Ella tenía la pequeña sensación de que su boca estaba abierta, pero aceptó su brazo de forma automática.
A medida que comenzaron a caminar por el pasillo largo y silencioso, trató de calmarse, y no pudo evitar echarle algunas miradas furtivas. Dotado de un título antiguo y honorable, así como de una considerable fortuna, Richard Allerton también había sido bendecido con una figura alta y poderosa resaltada admirablemente por su habitual estilo deportista al vestir, y un rostro apuesto que había roto muchos palpitantes corazones femeninos.
Había sido llamado un parangón por su habilidad con los caballos y su inigualable destreza atlética, muy poco común en alguien de su rango. Él no se consideraba un libertino, ya que no jugaba con el afecto de inocentes señoritas, ni escandalizaba a la sociedad al caer abiertamente en indiscreciones. No tenía ningún problema en ser agradable compartiendo con un grupo de personas, y cualquier anfitriona podría contar con él para bailar con la más sencilla doncella o pasar media hora ejerciendo su encanto y entreteniendo hasta a la más ruda o más franca de las matronas.
Él era un dechado de virtudes.
Al menos así lo había creído Antonia cuando se había enamorado de él durante su primer baile juntos. Él no tenía necesidad de la fortuna de ella, y parecía interesado en sus puntos de vista y opiniones, animándola a compartir sus pensamientos en lugar de aceptar los tópicos habituales tan comunes entre las personas de su círculo social.
Había sido una experiencia mágica, vertiginosa para Antonia el ser amada por él. La había tratado como una persona por derecho propio, una mujer cuya mente le importaba. Antonia había estado durante mucho tiempo consternada por los "civilizados" acuerdos que se suscribían para los matrimonios. Ella había deseado un socio, un igual con quien compartir su vida y había creído, con todo su corazón y alma, que Richard era ese hombre. Hasta que se enteró de lo contrario.
Ahora, caminando junto a su ex prometido, sus pensamientos enmarañados y confundidos, luchó por levantar sus defensas de nuevo de cara a su cambio de actitud.
– Este es un buen lugar -dijo él, mirando a su alrededor. Su voz todavía tenía esa nota arrastrada y acariciante, aunque las palabras eran casuales-. Lady Ware ha hecho un excelente trabajo con las renovaciones.
Consciente de la fuerza de su brazo por debajo de su mano, Antonia espetó: -No esperaba verle aquí, Su Gracia.
– Sabes muy bien cómo me llamo, Toni… no uses mi título -dijo él con calma.
Antonia capturó el brillo en sus ojos grises y a toda prisa apartó la mirada.
– Eso no sería apropiado -dijo con frialdad.
– ¿No lo sería? -Su mano libre cubrió la de ella, los dedos largos curvándose bajo los suyos en un toque extrañamente íntimo-. Me llamaste Richard muchas veces. Incluso lo susurraste, por lo que recuerdo. ¿Recuerdas ese viaje a Lyonshall a principios de la primavera? Quedamos atrapados en una tormenta inesperada, y tuvimos que refugiarnos en un antiguo establo, mientras que el mozo de cuadras montaba de vuelta en busca de un carruaje. Susurraste mi nombre, entonces, ¿verdad, Toni?
Quiso mostrarse dignamente ofendida ante el recuerdo de una escena que cualquier caballero habría borrado de su memoria, pero se encontró incapaz de pronunciar una palabra. Él estaba acariciando el hueco sensible de su palma en una caricia secreta, y un calor dolorosamente familiar se estaba apoderando de su cuerpo.