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Esa pasión del uno por el otro era tan poderosa, que Antonia literalmente, podía sentirla. Se besaron con el placer doloroso de dos personas profundamente enamoradas, sus rostros transformados por la ternura y el deseo. Sus labios se movieron en un discurso que sólo ellos oían, aunque era obvio que eran palabras de amor y necesidad. Ella enroscó con fuerza sus brazos alrededor de su cuello, y él la estrechó contra su cuerpo. Ella inclinó la cabeza hacia atrás mientras él la besaba en la garganta, su expresión llena de tanta voluptuosidad, que Antonia deseó apartar los ojos de un momento tan íntimo.

Pero no pudo. Tal como se había sentido obligada a seguir al hombre desde su habitación, ahora estaba obligada a permanecer allí y mirar. Se sentía atrapada, atrapada en un hechizo de sensualidad que despertaba todos sus sentidos. Su corazón latía más rápido, y ella se sentía caliente, su cuerpo febril y tenso. Parecía no terminar nunca, pero en realidad no fueron más que unos minutos más tarde cuando la pareja se volvió con un mismo propósito y se dirigió hacia la habitación del duque.

Antonia se sentía bastante aturdida, pero una risa entrecortada se le escapó cuando Lyonshall automáticamente dio un paso al costado para que entraran a su habitación. Él contempló sus espaldas un momento, luego cogió la manija y cerró la puerta. Caminó por el pasillo hasta llegar junto a Antonia.

Con calma absoluta, dijo: -Creo que prefieren estar solos.

– ¿Cómo puedes estar tan tranquilo? – preguntó ella, su mirada se paseó entre él y la puerta cerrada por el pasillo. Su voz temblaba y se sentía terriblemente insegura-. Sabía que el castillo se suponía que estaba embrujado, pero no era algo que creyera. Yo… yo nunca estuve más asustada en mi vida.

Él deslizó las manos en los bolsillos de su bata y sonrió débilmente.

– Lyonshall no es tan antiguo como Wingate, pero tiene unos cuantos siglos. Y unos cuantos fantasmas. En la galería de retratos, es muy habitual ver a un caballero con una capa moviéndose constantemente en noches de tormenta como ésta. Yo mismo lo he visto. De hecho, él se quitó el sombrero cortésmente al verme una noche -hizo una pausa y añadió-: Me pregunto por qué la mayoría de los espíritus eligen aparecer a menudo cuando hay mal clima. Y por qué la medianoche parece ser su hora preferida.

Antonia no tenía ninguna respuesta, y, en todo caso, él no esperaba una.

– Bueno, tal y como parece, mi habitación estará ocupada por algún tiempo, y puesto que hay algo de corrientes de aire en este pasillo, sugiero que esperemos en tu habitación.

Demasiado asustada para expresar un rechazo instantáneo, Antonia encontró su brazo tomado en un firme agarre mientras era guiada de vuelta a su dormitorio. Cuando llegaron, se apartó de él, su voz aún más temblorosa cuando dijo:

– ¡Nosotros ciertamente no podemos esperar aquí! Me sorprende que sugieras algo tan impropio.

– No seas mojigata, Toni. No te favorece -fue hasta la chimenea y se quedó mirando las llamas-. He dejado la puerta abierta, como ves. En todo caso, excepto por nuestros amigos fantasmas, estamos muy solos en esta ala, así que no tienes que temer por algún escándalo. A propósito, por casualidad, ¿sabes quién era la dama?

– No.

– Sin lugar a dudas un antepasado tuyo, tú eres la viva imagen de ella.

Eso sorprendió Antonia tanto que se olvidó de estar ofendida por su presencia en su habitación.

– ¿Yo?

Lyonshall la miró.

– ¿No te diste cuenta? El mismo pelo rojo y ojos azules, por supuesto, pero hay una semejanza mucho más fuerte que el mero colorido. Compartes la misma delicadeza de facciones, los ojos grandes y el arco de las cejas. Ella era menos terca, me imagino, su mandíbula es más aguda. Y aunque la forma de sus bocas es muy parecida, tú tienes más humor de lo que ella pudiera atribuirse, creo -sonrió levemente, su intensa mirada sobre ella-. En cuanto a… otros atributos, yo diría que eres muy superior a tu antepasada. Ella parecía muy frágil, casi enfermiza. Tú, sin embargo, posees un cuerpo magnífico, maravillosamente voluptuoso sin un gramo de carne en exceso. Un cuerpo hecho para la pasión de la que ambos sabemos que eres capaz.

Antonia sintió un calor casi febril apoderándose de su cuerpo una vez más, y maldijo en silencio sus artimañas seductoras. Tenía que recuperar el control de esta situación, antes de… antes de que algo irrevocable se dijera. O se hiciera.

– Por favor, vete de una vez -dijo con frialdad.

– ¿Y adónde voy a ir? -él alzó una ceja.

– ¡Debe haber treinta habitaciones en esta ala!

– Ninguna de los cuales ha sido preparada para un invitado. ¿Chimeneas frías y sábanas sin ventilar? ¿Y los muebles probablemente cubiertos con telas de Holanda? Por no hablar de la dificultad que mi ayuda de cámara tendría para localizarme por la mañana. ¿Realmente vas a ser tan cruel como para enviarme a tal incomodidad sólo para satisfacer las nociones aburridas de la propiedad, Toni?

Ella luchó por mantener la calma.

– No hay ninguna razón para que no vuelvas a tu habitación. Los… los fantasmas probablemente desaparecieron en el momento que entraron. Estoy segura que encontrarás que se fueron si…

– No. Iban hacia la cama cuando cerré la puerta -su voz se había profundizado a una nota ronca.

Recordando los besos apasionados que habían observado, Antonia se sonrojó. La escena la había inquietado profundamente. Ella parecía no poder sacudirse el raro hechizo sensual que la había envuelto cuando los había visto, sobre todo porque Lyonshall parecía empeñado recordárselo.

No podía dejar de pensar en los dos amantes felizmente juntos en la cama del duque, o en una cama fantasmal de su propio siglo, supuso, y esa imagen mental llevó a otras. Un silencioso establo, lleno del dulce aroma del heno fresco. Su boca sobre la de ella, despertando emociones y sensaciones que nunca había conocido antes. El ardiente, punzante deseo de su cuerpo por el de él. El placer increíble, impactante de yacer en sus brazos y el descubrimiento de su propia pasión…

Antonia, parada con los brazos cruzados por debajo de sus pechos, trató de empujar los recuerdos inquietantes de su mente. Resultó imposible. Estaba vívidamente consciente de lo solos que estaban, de la cercanía de la cama y la escasa protección de su ropa de dormir. Poco a poco, en su mente, el enrarecimiento del encuentro fantasmal fue totalmente sobrepasado por su sensualidad, y por la agitación de la carne y de la sangre de su cuerpo mientras todos sus sentidos respondían al hombre que estaba a sólo unos pasos de distancia.

– Siéntate, Toni. Tenemos que estar aquí mucho tiempo.

– Prefiero estar de pie -tenía miedo de moverse, de que si lo hacía, sería para echarse en sus brazos. Dios mío, apenas la tocó cuando había entrado a la habitación, y casualmente, sin embargo, todo su cuerpo anhelaba su contacto tan intensamente que resistir la atracción hacia él era como luchar contra una fuerza incontrolable de la naturaleza. Ni siquiera sus recuerdos más amargos y dolorosos de lo que él había hecho, podía detener el edificante deseo.

Él negó con la cabeza.

– Tan terca. ¿Esperas que intente violarte, es eso?

Ella alzó la barbilla y lo miró, tratando de recurrir a la dignidad, a la altivez ofendida, a algo para combatir el enfrentamiento entre deseo y la amargura dentro de ella.

– Espero que recuerdes que eres un caballero. Aunque, dada tu conducta de hoy, debo admitir que mis esperanzas no son altas.

– ¿De veras? Muy sabio de tu parte. Porque no quiero fingir contigo, cielo. No voy a jugar el caballero, felizmente complacido con un ligero flirteo y unos cuantos besos castos. Hay sangre en mis venas -y en las tuyas- no agua. Me niego a comportarme como si mi deseo por ti fuera fácil de dominar. No lo es. Me niego a olvidar que ya te has entregado a mí, incluso si decides ignorar este hecho.