– Lloris no cargaría con ellas.
– Ha vendido sus sociedades. Tiene mucho dinero, muchísimo. Pero no nos importaría financiarle.
– Me parece una estrategia arriesgada, que quizá políticamente se volvería contra vosotros.
– Es más fácil dominar a Lloris que al Front. Lloris no tendría contestación interna. Él sería el partido. Además, siempre puedes destruir lo que tú mismo has creado. En última instancia no deja de ser un empresario y se lo puede comprar. Incluso podríamos negociar con él un puesto de representación institucional que calmara sus ambiciones personales.
– No estarás pensando en el Ayuntamiento…
– Ni loca. Sería un auténtico desastre social. ¿Qué crees que podría satisfacer su vanidad?
– Es difícil saberlo. Es un tipo especial, pero tendría que ser un cargo de auténtica repercusión popular.
– Pues descartemos la Cámara de Comercio.
– Sí. Además de que la desprecia (siempre la ha considerado una institución inútil), los empresarios no verían con buenos ojos a alguien que ha vendido sus sociedades. Alguien que, además, se ha peleado con todos ellos. Lloris pasa de la Cámara.
– Entonces le daremos Unión Valencianista. Ya nos ocuparíamos de que se hiciera muy famoso. Podría ser el anticatalanista perfecto. Cumple con todos y cada uno de los requisitos para serlo. El Front saldría muy perjudicado electoralmente.
– Hay un problema. El Front y Unión se repartirían los porcentajes y quizá ninguno de los dos conseguiría llegar al Parlament. Y necesitáis a uno de los dos para pactar el Govern.
– No los necesitamos. Si no consiguieran entrar, volveríamos a tener mayoría absoluta.
– Unión os quitaría votos.
– No, se los quitaría a los socialistas. Acusaríamos a la izquierda de obrar en connivencia con el Front respecto a las cuestiones lingüísticas y nacionalistas. En eso los socialistas tienen ciertas veleidades. Ellos crearon la Llei d'Ús i Ensenyament del Valencià. También tienen voto regionalista. Diremos que pretenden reavivar el conflicto lingüístico. Unión representará encantada ese papel. Aquí ha tenido y sigue teniendo un vivero que la podría llevar, como mucho, al cuatro por ciento, algo insuficiente para ellos pero que bastaría para echar por los suelos las expectativas del Front y evitar que crezcan los socialistas, ya que ambos, además, se disputan entre ellos un sector del electorado.
– ¿Y Lloris?
– Seremos amables. No es empresario, pero continúa especulando. Acumular poder económico tampoco le molesta. Y le molestará aún menos si, después de recibir nuestra ayuda, se da cuenta de que la política no es lo suyo.
Oriol ya se daba por satisfecho. Había comprobado, por una parte, que Júlia no acababa de dominar el tema del Front en lo referente al proyecto de la Ley de Ordenación del Territorio; por otra, que estaba equivocada respecto a la personalidad de Lloris. El empresario no se conformaría con cualquier limosna que no se acercara a sus expectativas de erigirse en gran personaje. Su análisis sobre el Front y Lloris, aunque no era del todo equivocado, distaba mucho de ser correcto. Aquello hizo que Oriol se inclinara por Petit, a quien consideraba ahora, tras la comida con Júlia, un valor más firme que el poder potencialmente precario de los conservadores. Pese a todo no rompería sus lazos con ellos, pero con discreción se iría ganando la confianza del líder del Front.
– ¿Te apetece otro té?
– No, gracias. Me paso el día organizando reuniones. -Volvió a mirar su reloj-. Llego tarde, como siempre. -Besó a Oriol en una mejilla-. Si me haces falta te llamaré.
– Ya no me dedico a la asesoría.
– Da igual. Tu perspicacia es sorprendente. Eres capaz de ver mucho más allá que casi todo el mundo.
– Llegas tarde.
Francesc Petit puso cara de pocos amigos ante Júlia. Siempre lo había sacado de quicio su impuntualidad, pero la época en que creía tener la necesidad de esperarla ya era historia. Pese a su seductora sonrisa, el secretario general del Front le dio la espalda y se dirigió al comedor. Últimamente su piso se había convertido en una especie de centro social y político por el que todo el mundo circulaba.
Huelga decir que a Júlia no le gustó nada su actitud, que consideró de mala educación. No estaba acostumbrada a que los hombres la trataran con desprecio. Utilizaba la seducción como arma política y, en ocasiones, le daba buenos resultados. Con todo, mantuvo sus modales a causa de la inquietud que veía en su anfitrión. Cerró la puerta con suavidad y fue a reunirse con él, que se encendía un puro sentado en el sofá. Júlia abrió de par en par las puertas del balcón.
– No tengo té -dijo Petit después de lograr la fluidez del puro con una serie de caladas que llenaron la sala de neblina.
– ¿Y no tendrás un poco de amabilidad?
– Ve al grano. -Más humo.
Se sentó justo enfrente de él. Llevaba una falda larga y al cruzar las piernas sólo las dejó a la vista hasta las rodillas. Poco espectáculo para tan seria conversación.
– Somos socios y estamos condenados a entendernos. -No sé cómo lo hace pero siempre está pronunciando frases con doble intención, pensó Petit… o quizá su libido malinterpretaba todo aquello-. El president me ha pedido…
– ¿Qué presidente, el que ahora está de ministro o el títere que ha dejado aquí?
– El de aquí -respondió paciente Júlia-. Me ha pedido que, si es necesario, te explique cien veces el Proyecto de Ordenación del Territorio. Pero confío en tu perspicacia política para llegar a un consenso razonable. También nos reuniremos con los socialistas. Queremos que sea un proyecto de todos.
– Dios mío, cuanto más entiendo la política institucional más me doy cuenta del cinismo que hace falta para ejercerla.
– Eres un poco autodestructivo.
– No estoy para frases simpáticas. Te diré lo que pienso hacer, porque ya lo tengo decidido: estoy totalmente en contra del proyecto general y de la Ruta Azul en particular.
Júlia se armó de paciencia. Sabía de las dificultades intrínsecas a cualquier negociación política. Petit representaba una variante singular: primero partía de la nada y luego aceptaba gran parte de la propuesta. No obstante, le veía, por lo menos en apariencia, bastante decidido. Las apariencias también forman parte de las negociaciones. El espeso humo del puro era prueba de ello.
– Deberías ser algo más pragmático. La opinión pública no entenderá una postura tan radical. Ni siquiera una parte importante de tu electorado. Como mínimo deberías concretar alguna de tus objeciones.
Ya iba cediendo. Le sorprendió que lo hiciera tan pronto. Señal inequívoca de que los necesitaban.
– Te explicaré mi planteamiento, lo que consideras tan radical. La Ley de Ordenación del Territorio atenta contra once de los catorce espacios naturales protegidos que hay junto al mar.
– Pero…
– Calla y escucha, por favor. -Otra orden a la que tampoco estaba acostumbrada. Más paciencia-. Es muy difícil conciliar estos espacios con el crecimiento turístico que buscáis. Queréis el modelo de Benidorm para todo el país. En Benidorm, en temporada alta, hay diez mil personas por kilómetro cuadrado de playa. En verano pasan de los cincuenta y un mil habitantes a los trescientos veinte mil y la oferta hotelera apenas llega a las ciento veinte mil plazas. Pretendéis aplicar esa locura a todo el país.
– Por eso mismo hace falta una ley que racionalice las costas del país.
Petit se fijó en el matiz «país». Los conservadores utilizaban el término «comunidad». Una concesión de Júlia o quizá algún tipo de residuo de su militancia juvenil en la extrema izquierda.
– Si no hubierais volcado la economía sólo en el turismo, nada de esto ocurriría.
– Sabes de sobra que cuando asumimos el Govern el turismo ya era la mayor fuente de ingresos. Lo único que hemos hecho o pretendemos hacer es potenciar nuestro mejor recurso.