– A costa de cargarse lo que haga falta; de edificar un país de ruinas, de construir un país de camareros. Nos necesitáis como coartada.
– Oye, Francesc, que te quede muy claro que disponemos de mayoría suficiente para llevar a cabo el proyecto. Pero pensamos que las cosas se deben hacer, como mínimo, junto a nuestros socios de gobierno. No tiene ningún sentido que forméis parte del Govern y que a la vez estéis en contra de él. Esperamos la negativa de los socialistas. Están en la oposición y es lo que tienen que hacer. Pero vosotros tenéis una oportunidad histórica para demostrar que también sabéis gobernar y ser responsables. Os habéis pasado muchos años en la marginalidad política.
– Histórico sería que fuéramos cómplices de una Ordenación del Territorio bárbara.
– Podemos negociar.
– ¿La barbarie?
– Estás exagerando y lo sabes.
– ¿Crees que es muy razonable concentrar en el litoral una masa de construcción y de habitantes que en verano prácticamente duplicará nuestra población? Tenemos un país pobre en recursos hídricos.
– Tenemos el agua del Ebro.
– Lo dudo. Hay una oposición popular al trasvase muy fuerte en Cataluña y Aragón.
– En un futuro los catalanes recibirán el agua del Ródano.
– El gobierno no permitirá que los catalanes desequilibren el Estado trayendo agua de Francia. Es un tema político, esencial para el nacionalismo español, pero da igual. La Ley destruirá irremisiblemente las pocas zonas naturales que nos quedan.
– Están superprotegidas. Lo hemos especificado muy claramente. Es más: hemos proyectado incentivar a las grandes superficies comerciales del litoral para que se establezcan un poco más hacia el interior.
– Y así construir hoteles en primera línea.
– También ganar zonas de recreo para el público. Te recuerdo que un gran porcentaje de los votantes está de acuerdo con el proyecto.
– Un gran porcentaje también está a favor de la pena de muerte y no por ello debería aplicarse. La gente no conoce los detalles, ni tiene el más mínimo interés en ellos. Sólo ve la gran obra.
– En vez de obcecarte, ¿por qué no intentas consensuar el proyecto? Es lo normal y lo más práctico en política. -Júlia calló, Petit no respondió-. ¿Tienes miedo de que los socialistas os acusen? -Permaneció en silencio-. En política tienes que arriesgarte, tienes que tener personalidad propia. Precisamente tu valentía, al enfrentarte a los radicales de tu partido, es lo que te ha llevado al éxito.
– No es una cuestión política sino social.
– Aún no has hecho ninguna propuesta. Presenta una ley alternativa y la discutiremos.
– ¿Cuánto tiempo tendría?
– No podemos esperar a que acabe la legislatura. Es nuestro gran proyecto, la promesa electoral más básica.
– Entiendo: el gremio de constructores presiona.
– No entraré en eso. Un partido que gobierna debe presentar alternativas. No puedes actuar como si aún fueras extraparlamentario. Sinceramente, Francesc -Júlia se levantó de sopetón y se alisó la falda-, creía que habías madurado; estaba segura de que asumir responsabilidades de gobierno os haría más serios.
– No me vengas con el numerito de indignada. Me lo sé de memoria.
– Consensúa, presenta alternativas; haz política, en definitiva. Si te da miedo la reacción de los socialistas, si no puedes resistir la presión de gobernar, presenta la dimisión. Pero entonces tendrás que enfrentarte a la opinión pública. O eso o urdir una alternativa al proyecto. Si no lo haces, lo llevaremos a cabo sin vosotros. Espero noticias tuyas. Buenas tardes.
Júlia se fue hecha una furia. Habría preferido una despedida más afable. Petit se quedó clavado al sofá, observando el techo con la mirada perdida. Se oyó la puerta al cerrarse. Entonces Vicent Marimon salió de una habitación y se reunió con el secretario general.
– ¿Cómo lo ves? -le preguntó Petit.
– Mal.
– No creo que lo lleven a cabo sin nosotros.
– Te equivocas, Francesc. Es cierto que nos necesitan como coartada para intentar acallar las protestas de los sectores críticos, para contrarrestar la oposición de los socialistas al proyecto (seguro que presentarán otro alternativo), pero con la calidad y la cantidad de intereses que debe de haber detrás del plan no tienen más remedio que ejecutarlo solos si hace falta. Ellos también sufren la presión de los grandes empresarios. Además, si lo hacen solos no se quedarán quietos.
– Explícate.
– Pues que nos lo harán pagar.
– ¿Obligándonos a dimitir?
– Quizá. Nos echarían encima a la opinión pública. Tienen todos los instrumentos para orquestar una campaña de desprestigio. Dirían que tenemos mentalidad de marginales. Creo que deberíamos presentar una alternativa al proyecto.
– ¿Qué alternativa? Las bases y los ecologistas se oponen por completo. No quieren ninguna alternativa. Todo el mundo nos pone siempre contra las cuerdas.
Vicent Marimon se sentó. Tenía que explicarle el encuentro con su cuñado, aunque fuera de manera sumaria, por mucho que no supiera cómo hacerlo, por dónde empezar. Le entristecía hacer que su amigo del alma cargara con otro problema, por si fuera poco. Pero Toni Hoyos esperaba una respuesta. No podía retrasarlo más. Tenía que decírselo.
– Francesc…
Petit lo interrumpió:
– A veces recuerdo los años pasados y los echo de menos. Recuerdo nuestras utopías, las ingenuidades políticas que cometíamos. Fueron años duros de travesía del desierto, pero teníamos ilusiones, y, por supuesto, éramos más felices porque nos permitíamos el lujo de tener ideales. Ahora todo es demasiado real, demasiado sucio, inmediato en exceso. Es curioso, tanto tiempo esperando alcanzar el éxito político, la normalidad institucional, y ya ves a qué mierda nos tenemos que enfrentar cada día.
– Francesc…
– Dime.
– He de comunicarte…
– ¿Quieres dimitir o qué?
Ojalá pudiera hacerlo.
Beniparrell es un pueblo de escasos habitantes situado en dirección a Alicante, a unos diez o quince kilómetros de Valencia. La antigua carretera Real de Madrid parte la población por la mitad. A partir de los años sesenta, gracias a un término municipal generoso, transformó progresivamente las zonas agrícolas en polígonos industriales en los que la mayoría de las empresas se dedicaba a la fabricación de muebles. Aquello y el Hostal Quiquet, uno de los más antiguos del País Valenciano, daban entidad al municipio.
Toni Hoyos se tomaba un gin-tonic en el bar del hostal. Eran las siete de la tarde y estaba solo en la barra, leyendo El Mundo Deportivo después de tragarse el Superdeporte. A las siete y cuarto sacó el coche del parking del hostal (un Mercedes de alquiler) y se fue a la fábrica de Moble-3. Se encendió un puro y bajó del vehículo. Se acercó a la puerta principal de la empresa y observó el interior. Era una nave ancha pero no excesivamente larga. Calculó que tendría unos ochocientos metros cuadrados y que allí trabajarían veinte o veinticinco empleados. En la entrada, a mano izquierda, en una zona más elevada, estaban las oficinas, tres salas acristaladas. En una vio a Puren apagando el ordenador y luego ordenando su mesa. Hoyos volvió al coche. Cinco minutos después Rafael Puren salió de allí junto a otros empleados. Puren puso en marcha su moto. Entonces Hoyos prefirió seguirle hasta el semáforo de una calle que daba a la carretera. Bajó la ventanilla del conductor:
– Hola. Yo le conozco.
– ¿A mí?
Puren se sobresaltó. Le salió una voz culpable, demasiado agresiva. De repente tuvo la sensación de que lo habían pillado. Le pareció estar ante alguien que había hecho un seguimiento exhaustivo de su persona, pero sólo fue una impresión pasajera: la marca del coche, el puro, el aspecto del conductor, el banderín del club colgando del retrovisor, lo disuadieron.