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Bernardino Pérez, Pasieguito, hombre noble y honesto, fue jugador y entrenador del Valencia. En ambos cargos ganó títulos. Como secretario técnico descubrió a Kempes y a Mijatovic, dos de las grandes figuras del club en las dos décadas anteriores. Pasieguito, no obstante, siempre se mantuvo en un segundo plano, anteponiendo los intereses del colectivo a los personales, como cuando, por poner sólo un ejemplo, tuvo que cargar con un año de sanción por haber jugado, con dieciocho años, en el primer equipo del Valencia, circunstancia punible porque en aquella época no se podía debutar en la división de honor siendo aún juvenil, y libró así al club de un más que severo castigo. Al funeral, en la iglesia de San Agustín, acudió muchísima gente. Guillem llegó tarde, pero salió el primero para evitar a ciertos dirigentes y asistentes que prefería no ver, o mejor dicho que no le vieran. A punto de entrar en una de las bocas del parking se dio cuenta de que allí mismo estaba Rafael Puren, ante la puerta de la iglesia, hablando con uno de los directivos del club. Entonces se situó en el pasaje de la Finca de Ferro y esperó.

Un cuarto de hora más tarde, Puren atravesó la plaza en dirección a la calle Xátiva. Levantó la mano para detener a un taxi, pero el periodista le llamó.

– Hola, señor Guillem. No lo he visto en el funeral.

– Estaba fuera. ¿Quieres que te lleve? Tengo el coche en el parking.

Puren aceptó de buen grado; era un honor que no creía merecer. Guillem había criticado el servilismo de la coordinadora de peñas respecto al club. Y por consiguiente Puren, que había tratado de hablar con él a propósito de las críticas sin lograrlo, se extrañó muchísimo ante el favor del periodista. Enseguida salió de su sorpresa, cuando el coche subía por Guillem de Castro hacia el antiguo cauce, justo después de confesarle que sentía muchísimo que estuviera a punto de retirarse de la profesión. Es usted un gran valencianista.

– Déjate de cumplidos y cuéntame esa bomba informativa que dices tener.

– ¿Qué bomba, señor Guillem?

– He oído que conoces una gran noticia.

– No he dicho nada.

Le hubiera gustado decirle que era el más bocazas de Valencia, que en la cara le veía la ansiedad por ganarse su amistad con una buena confidencia. Quizá pretendía retrasarlo un poco para simular cierta discreción. A la altura del antiguo edificio de la Beneficencia, Guillem giró a la derecha y aparcó el coche en doble fila. Paró el motor y bajó su ventanilla. Entonces miró fijamente a Puren con cara de pocos amigos.

– ¿Cómo lo ha sabido, señor Guillem?

Dios mío, cómo lo he sabido, me pregunta un tío que es capaz de hablar hasta con el culo.

– Aún no sé nada, pero sé que lo sabes. Y baja la ventanilla, que corra el aire.

Servicial, Puren la bajó enseguida. Luego suspiró y adoptó una postura que le permitiera hablar cara a cara con Guillem.

– El Valencia fichará a Bouba.

– ¿Quién te lo ha dicho?

– Su intermediario.

– ¿Un tal Curull?

– No. Se llama Toni Hoyos.

– No sé quién es. Pero ¿cómo es que un intermediario te comenta un fichaje tan importante y que se supone tan confidencial?

– Me necesita.

– ¿Te necesita? -Guillem se quedó pensativo. Lo intentó con una conclusión de emergencia-. Supongo que necesita la coordinadora de peñas que tú manipulas.

– Eso quería decir.

– ¿Y qué es lo que tienes que hacer?

– Presionar para que fichen a Bouba. Señor Guillem, prométame que no publicará nada.

– Cuéntame.

– Es que…

– Prometido.

Puren se relajó. Estaba ansioso por contárselo todo, por conquistar, si no su amistad, al menos su condescendencia.

– El intermediario vino a buscarme al trabajo. Me dijo que le había gustado mucho mi intervención en la coordinadora durante la cena de homenaje a Albelda que organizamos. Nos tomamos un café. Me aseguró que una de las claves para que Bouba fichara por el Valencia era que las peñas reclamáramos presionando a la directiva.

– ¿Cuándo lo haréis?

– Estoy esperando a que me lo diga.

– ¿Qué te ha prometido a cambio?

Puren parecía sumido en las dudas. Ignoraba dónde encontrar el límite de la moderación.

– ¿Te ha ofrecido una comisión?

– No, nada de dinero. No lo aceptaría. Por Dios, señor Guillem, ¿con quién cree que está usted hablando?

Sin comentarios por parte del señor Guillem.

– Para mí, el que Bouba fichara por nuestro club ya sería un pago más que suficiente.

– Seguro que para Hoyos también. ¿Cómo organizarás la presión?

– En la asamblea.

– Con vuestras acciones no basta.

– No con las de las peñas y la agrupación de pequeños accionistas. Pero si la directiva no ficha a Bouba, además del escándalo mediático y de la presión popular, su intermediario se pondrá en contacto con el mayor accionista, Lluís Sintes, para ofrecerle al jugador.

– O sea que los pequeños accionistas y vosotros apoyaríais a Sintes.

– Sí, y muy probablemente todos los accionistas que carecen de acciones sindicadas y a lo mejor otros que, sin ser fuertes, por el fichaje de Bouba se las cederían al candidato.

– Claro, con Bouba el valor de las acciones sería mayor. Buena estrategia.

– Haremos lo que sea para que venga Bouba.

– Y tú harás cualquier cosa para que yo esté al corriente de todo lo que ocurra antes que nadie. Es el precio de mi silencio.

– Como usted es un hombre de palabra, acepto.

– Aceptas porque no tienes más remedio. Coge un taxi.

* * *

Antes de que Francesc Petit se reuniera con Júlia Aleixandre -entre otras cosas para pedirle que intercediera ante Lluís Sintes, principal accionista del Valencia, a fin de que éste vendiera su paquete de acciones-, Lloris y Sintes se vieron a propuesta del futuro candidato a la presidencia del club. Fue una primera y última cita, un primero y último encuentro entre dos personas, dos empresarios, que sólo se conocían por referencias. Pese a todo, Lloris prefirió negociar personalmente (cuantos menos favores se deban a los políticos, mejor). Entre los dos empresarios de la construcción existía una diferencia fundamental. Sintes pertenecía a la Cámara de Promotores, la asociación de la patronal que más favores recibía de la administración, y Lloris estaba en contra de ella, porque jamás le habían hecho ningún favor. Pero ambos querían presidir el Valencia. De modo que Lloris, con la resolución y la contundencia que singularizaban su trayectoria en los negocios, fue al grano: ahora no serás presidente, porque para serlo necesitarías la ayuda de la coordinadora de peñas, la de la agrupación de pequeños accionistas y un fichaje estrella, que a lo mejor podrías pagar, pero sólo con un crédito que te sería muy difícil obtener. Elevarías tu riesgo crediticio a niveles difíciles de tolerar. Entonces, y para evitar que el orgullo de Sintes le hiciera encerrarse en su tozudez, Lloris le hizo una propuesta: tú me vendes el paquete de acciones y yo, a cambio, te venderé unos terrenos de los que sacarás una buena plusvalía, tanto por venderlos como si pretendes edificar en ellos. Es más: en documento firmado me comprometo, cuando deje la presidencia, a revenderte las acciones al mismo precio al que te las compre. Pero, claro, añadió Lloris con seguridad insultante, con ese gesto que disipa cualquier vacilación, eso debería tener una contrapartida. Tendrías que devolverme el solar al mismo precio al que te lo vendí. ¿Y si he edificado en él? Entonces su valor en pisos y plantas bajas.

En cualquier caso, Sintes hacía un gran negocio. Las acciones le habían costado nueve mil pesetas cada una y se las vendería a Lloris a un precio entre las veinticinco y las treinta mil. Además tendría la oportunidad de recuperarlas al mismo precio si, pasado el tiempo, aún aspirara a la presidencia del club. Lloris tenía razón en que lo de fichar a una estrella le supondría un auténtico riesgo empresarial dado el volumen de construcción que promovía. Un riesgo al que cabía añadir una pequeña crisis de demanda en el gremio. Sintes pidió tiempo; Lloris no se lo concedió. Una oferta tan clara y beneficiosa no requería ni cinco minutos de reflexión. La operación debía hacerse ya, porque si alguien la necesitaba con urgencia era Lloris, con el objeto de prepararse para afrontar la asamblea con garantías.