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Entonces Júlia quiso saber qué estaba dispuesto a firmar Petit. Nada. ¿Me firmarías tú lo que te estoy pidiendo? ¿Verdad que no? Pues yo tampoco. Tendría que irse con el frágil compromiso de la palabra dada; un compromiso que tendría que cumplir de inmediato, mientras que el de Petit sería a medio plazo. Júlia reflexionó sobre su labor de mujer con responsabilidades, que debía posibilitar como fuera un acuerdo que, de no producirse, la marcaría como única culpable. Recordó la reunión con los empresarios, la actitud exigente de Miguel Ferrer; recordó que en el partido no le perdonarían ni un solo error más. Y menos con el Front, cuyo siete por ciento de votos había destrozado todos los pronósticos. Quedaba un problema que en vano comunicó a Petit: la situación crediticia de Bancam no era la más idónea. Supongo que los créditos de Lloris serán considerables. No lo sé, no entiendo de estrellas de fútbol. Da la orden y punto. De todos modos coincidirás conmigo en que es mejor mantener a un tipo como Lloris ocupado con el fútbol que tenerlo importunando en otros ámbitos en los que su actuación sería mucho más peligrosa. ¿Te gustaría verlo como candidato a la alcaldía de Valencia? Ni en broma. Pues concédele los créditos y quitémonos de encima un problema. Muy bien, pero me gustaría que hicieras, como gesto de buena voluntad, una declaración pública diciendo que, al menos, estáis considerando el esbozo del proyecto de ley. Ahora no, la gente se me echaría encima. Vosotros hacedla. Cuando la presentéis al Parlament habrán pasado unos meses que necesito para prepararme una estrategia que no resulte políticamente tan cara. Estoy en tus manos, Petit. Júlia intentó pactar algo más tangible. Argumentó que su partido, para alcanzar un buen grado de concordia con el Front, pretendía anunciar en primer lugar, como parte integrante de la Ley de Ordenación del Territorio, la creación de una playa al norte de la ciudad, con el objetivo de descongestionar las de Pinedo y el Saler, situadas al sur. Es una buena noticia que la opinión pública recibirá con agrado. Mira, no. Prefiero que presentéis la Ley completa (por supuesto que lo prefería: para ganar tiempo y porque la patronal, a través de la Autoridad Portuaria de Valencia, tenía previsto construir un megapuerto de tres millones de metros cuadrados robados al mar que se cargaría el proyecto de la playa norte). Entendió, pues, que no tenía otra opción que la de aceptar un sí condicionado; un sí que no podía considerar ningún éxito. Tendría que transigir y esperar. Pero lo que le esperaba era un camino polvoriento.

La misma tarde que Sintes formalizaba la venta de sus acciones a Lloris, en el despacho de Carlos Pascual, el más prestigioso notario de la ciudad, el ya ex accionista principal del Valencia recibió la visita de Júlia Aleixandre. Al verla, Sintes intuyó que la venta le traería problemas con la cúpula de los conservadores dadas las malas relaciones entre Lloris y éstos, pero cuando Júlia le comunicó, como favor personal al president (reforzó la demanda como si proviniera de lo más alto), que tenía que vender sus acciones al ex empresario, entonces se mostró muy contrariado y le hizo saber que tanto el president como ella sabían perfectamente que sus aspiraciones a presidir el Valencia aún estaban intactas. Así pues, primero se negó. Pero Júlia trató de disuadirlo: Sintes, nos debes más de un favor. Me estás pidiendo que renuncie a lo que más quiero, replicó él. Lo sé, pero cuando saquemos la Ley adelante sabremos ser agradecidos. A regañadientes, Sintes aceptó. Hoy por ti y mañana por mí, dijo. Gracias, Lluís. Y agregó: cuanto antes lo hagas, mejor. Esta operación es vital para nosotros. Nos urge. Lo resolveré enseguida, suspiró con tristeza teatral Lluís Sintes.

En la barra del hostal Quiquet, en Beniparrell, Rafael Puren informó a Santiago Guillem de todo. De todo lo que le dijo, éste se quedó con un par de cosas: con la venta de las acciones de Sintes y con la llegada de Bouba, a quien, según el tesorero, ocultarían en el coto de Lloris hasta la rueda de prensa que les serviría para presentarlo. Llegará mañana mismo. Guillem dio las gracias a Puren, pagó las consumiciones y se fue a la redacción. Al día siguiente, Cèlia y un fotógrafo montarían guardia en el aeropuerto.

La Operación Lloris estaba a punto de despegar. Todo funcionaba, todo se iba a desarrollar según lo previsto. Pero a Rafael Puren aún le quedaba un asunto pendiente. Tras la marcha de Guillem se quedó en el hostal Quiquet hasta las nueve de la noche. Entonces se fue a la fábrica de Moble-3. Entró y dio una vuelta por la nave para comprobar que ni el señor Altet ni su hijo estaban dentro. Esta vez Puren no quería provocar un cortocircuito. Pretendía incendiar la fábrica con evidente intencionalidad. Dado que el dueño había previsto aligerar la nómina mediante el procedimiento de dar de baja a los operarios más prescindibles (él se sentía como uno de ellos), y dado que, por otra parte, ya no necesitaría nada de todo aquello, prendió fuego a Moble-3 de la forma más ingenuamente animosa: lanzó una cerilla sobre un montón de virutas. De inmediato el fuego se esparció por los restos de serrín que había por todas partes. Cuando las llamas llegaron a la sala de pulido se produjo una explosión seca seguida de una enorme llamarada. Puren corrió hacia la salida, pero esperó a que las llamas entraran en su despacho (el primero al subir la escalera). Quería verlo totalmente destruido, pero el calor creciente le obligó a salir. Desde fuera observó el humo espeso e intenso que desprendía el techo de la nave. Entonces se fue con la moto, pero en vez de hacerlo por la carretera Real de Madrid lo hizo por caminos de huerta buscando la población de Catarroja. Antes de incorporarse a la carretera volvió a observar el polígono. Las llamaradas eran tan grandes y visibles que probablemente se habían incendiado también las dos naves colindantes con la de Moble-3. Le hubiera gustado volver para presenciarlo todo muy de cerca, dejando que el calor del fuego le empapara, extasiándose con el caos y con los aullidos de los camiones de bomberos. Pero ahora que pronto iba a ser un personaje clave, alguien importante, no debía arriesgarse. De ahora en adelante, su incontestable pasión por el fuego debía interrumpirse o suspenderse definitivamente. Su vida entraba en otra dinámica, en una dimensión más digna y noble, lejos de los horarios y del mal humor de los jefes. Sentado en la moto se encendió un cigarrillo mientras contemplaba, con una mezcla de satisfacción y tristeza, el que quizá fuera su último resplandor.

15

Cèlia conocía cada centímetro del físico de Ndiane Bouba. Lo había estudiado en los vídeos de Jesús Martínez que Santiago Guillem le había llevado a la redacción. De tanto repasarlos -estuvo visionándolos hasta bien entrada la madrugada- sabía cuál era la jugada preferida del senegalés, su extraordinario arranque en seco -habría sido un buen atleta en los cien metros lisos-, su tiro potente y siempre bien colocado. Pero ¿cómo era personalmente? A Cèlia le parecía una persona insegura e indecisa en público. Las dos entrevistas que contenían los vídeos evidenciaban que se trataba de un individuo de extrema inmadurez.