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Jofre quiso empujar al consejo de administración del club a tomar medidas -las que fueran- para frenar a Lloris. Los forzó a convocar a los accionistas más fuertes que públicamente no hubieran tomado partido. Unidos, a lo mejor tendrían alguna posibilidad de enfrentarse a él en la asamblea. Pero los agravios eran tan numerosos y tan profundos que era imposible ponerles de acuerdo. Prácticamente todos habían sido despreciados por el club, al no haberlos dejado entrar en el consejo de administración pese al volumen de sus acciones. Otros habían sufrido un doble agravio que no dudaron en manifestar. Le recordaron a Jofre los olvidos conscientes de Júlia Aleixandre en todo lo relativo a temas urbanísticos propiciados por el Govern de los que acabaron aprovechándose otros empresarios (los mismos de siempre, el presidente del Real Madrid, Florentino Pérez, añadieron indignados). Y hasta hubo un sector de accionistas preocupado simplemente por el beneficio del club y a la vez por el suyo propio. Con Bouba, el equipo ganaría mucho deportivamente y, de paso, las acciones se revalorizarían. De hecho, antes del anuncio del fichaje, las acciones se cotizaban a un precio que casi triplicaba el de su salida al mercado (así se las había comprado Lloris a Sintes) cuando el club se había convertido en sociedad anónima. Una vez fichada la estrella, en pocas semanas se dispararían.

Mientras todo eso tenía lugar entre bastidores, en el escenario la representación de Lloris (siempre con Bouba, que repartía el día entre el footing, Claudia y la actividad electoral) alcanzaba cotas de éxito inimaginables incluso para el mismo candidato, ya de por sí bastante optimista. El día que fue a Sueca, la entrañable y lubrificadísima población de la Ribera, el alcalde, en vista de la enorme expectación que despertaba la visita del candidato y del crack senegalés, movilizó a la banda municipal, que recibió a la comitiva en la entrada del pueblo. Lloris, Bouba, Curull, Puren y Hoyos tuvieron que bajar del coche y, a pie, junto al alcalde y casi todos los concejales, al son del himno del club, el pasodoble Amunt València, llegaron a la sede de la peña, por la calle de la Mare de Déu, eternamente en obras, conocida como «Madre de Dios qué calle» por los cientos de vecinos que los aclamaban. Pero antes, con el salón de plenos del consistorio lleno a rebosar, la primera autoridad hizo entrega a Lloris de una placa conmemorativa de su visita a Sueca. La adhesión a su candidatura era tan abrumadora que, mientras iban a la sede de la peña, desfilando entre la multitud, también fueron aclamados por los clientes del famosísimo bar Heidi, punto de encuentro habitual de los homosexuales de la comarca (notable éxito el de Bouba al pasar por delante de dicho local). Lloris repetía más o menos el mismo discurso en todas partes. Tenía la intención de convertir a su equipo en un club emblemático en Europa, entre los de referencia ineludible, cosa que beneficiaría a la ciudad y a la comunidad. Pretendía hacer del Valencia el equipo de la comunidad, aunque respetaba a los demás clubes del país. Todavía más (lo digo por primera vez aquí, en el importantísimo y trabajador pueblo de Sueca): tenía la ambición de propiciar la creación de la selección valenciana, propuesta que los aficionados recibían con significativa indiferencia, pero que servía al candidato para evidenciar lo irrenunciable e insobornable de su valencianismo. No obstante, primero haría del Valencia un club a la altura del Milan o del Bayern, clubes, por cierto -añadía con un toque de soberbia-, que no han podido competir con nosotros en la subasta por Bouba. Gracias a aquello Lloris conseguía volver loco al personal. A petición del público -especialmente del femenino-, Bouba pronunció unas palabras: prometía goles y espectáculo. Y acabó con un par de frases cortas en valenciano, cosa que, estando en un pueblo como Sueca, despertó la admiración de los aficionados.

No hubo ninguna peña, ninguna, en la que Lloris recibiera críticas, ni siquiera una sola. De Vinaròs a Oriola, del Sénia al Segura, pasando por Sedaví, Alfalfar, Benetússer, Picanya, Catarroja, Torrent, Benicarló, Alicante (allí recibió un insulto de un aficionado madridista, circunstancia que hizo que a partir de entonces se le aclamara aún más), Castellón, Campanar, Gandía, Bocairent, Ontinyent, Vilamarxant, Alginet… De las seiscientas ocho peñas legalmente registradas, Lloris visitó prácticamente un centenar. Se atrevió a ir incluso al Foro «Fem Valencianía», el lobbby en principio más intransigente, dado que algunos de sus miembros pertenecían a la actual directiva del club, aunque no asistieron para evitar un tour de force con un Lloris entusiasta, eufórico, imparable.

En la campaña, el excepcional despliegue informativo de la prensa, pese a su apariencia neutral, dejaba entrever cierta inclinación por el denominado revulsivo. Los periódicos dedicaban una página de la sección de deportes a la actividad del candidato, bajo los epígrafes «Diario de campaña», «La campaña de Lloris», «El Valencia en campaña», «Bouba convulsiona el valencianismo»… El candidato acudía a las tertulias deportivas de todas las emisoras, a todas las televisiones locales y comarcales, a todas las entrevistas de la prensa escrita. Con la única excepción de la Televisió Valenciana, que por orden gubernamental ignoraba la campaña de Lloris -pese a ser la única cadena del mundo en que la sección deportiva de los informativos ocupaba el doble de tiempo que todas las demás noticias-, no había ningún medio informativo que no hubiera entrevistado a Lloris, algunos incluso dos o tres veces.

También hay que decir que Santiago Guillem no escribió ni una sola línea que hiciera referencia directa al candidato. No estaba ni en contra ni a favor de éste. Le daba igual. Se dejaba llevar por el caos que amenazaba al orden imperante. Desde la época de Arturo Tuzón no había tomado partido por ningún dirigente. Al contrario, se había mostrado crítico con todos. Sin embargo, ahora esperaba impaciente el día que Lloris llegara a la presidencia; esperaba muy atento su reacción al ver el estado de las cuentas. ¿Ordenaría una auditoría? Casi estaba dispuesto a sugerirlo, a aconsejarlo, como paso previo y obligatorio que debería adoptar cualquier junta que iniciara un nuevo proyecto. Pese a todo se limitaría a seguir observando atentamente a Lloris para no levantar sospechas entre los conservadores; para no dar muestras de su interés.

Como era previsible en todo lo que socialmente irradiaba el fútbol, en Valencia no se hablaba de nada que no fuera Juan Lloris o Bouba. A los socialistas, la figura del candidato no les gustaba en absoluto. Pero, en vista del entusiasmo que suscitaba, consideraron políticamente oportuno mantenerse al margen de ella. De hecho, numerosos afiliados y simpatizantes eran socios del club. Incluso en poblaciones de alcaldes socialistas los ayuntamientos habían participado en los preparativos del recibimiento al candidato (el pueblo, votante de izquierdas, aclamaba a Bouba). A los del Front también les convenía permanecer a una distancia prudencial del proceso. Su militancia no hubiera visto con buenos ojos que el partido se implicara en un debate así teniendo en cuenta los importantes problemas sociales a los que ya debía hacer frente. En ese aspecto hicieron lo mismo que los socialistas: no reprimir que en ciertos municipios sus militantes se sumaran al entusiasmo popular. Quizá se habrían sumado aún con más ganas de haber sabido de la contribución de Bouba a las arcas del partido. Por otra parte, para tranquilizar a Hoyos, Celdoni Curull, convencido del triunfo de Lloris, le notificó que lo recompensaría espléndidamente. Tras contabilizar los gastos y quedarse con el pertinente beneficio como empresario que había arriesgado con la compra del club del Stade de Mbour, para poder controlar los primeros pasos de la carrera de Bouba, le gratificó con ciento cincuenta millones de pesetas. ¿Cifra neta o se incluía en ella la comisión del Front? Curull le informó que había dicho a los nacionalistas que él mismo les daría la mitad (en negro). O sea, que Hoyos recibiría setenta y cinco (también en negro) de los cuatrocientos que en principio esperaba. Por su parte, Marimon intentó llegar a un acuerdo económico con Nùria Oliver: diez millones. El mal gesto de la mujer forzó el acuerdo en veinte. Con los cincuenta y cinco restantes y la venta de la antigua sede, Oriol Martí se comprometió a buscarles una planta baja en una buena zona. Así pues, Bouba se convirtió en el primer mecenas negro de la historia del valencianismo político, y Nùria en la primera mujer que conseguía obtener una plusvalía de un desamor sin actas notariales de por medio. Y una moraleja: a veces quien más trata de perjudicarnos más nos enriquece.