A medida que pasaban los días, que se acercaba la asamblea, la candidatura de Lloris iba adquiriendo una fuerza más que apreciable. Su imagen aparecía por todas partes. Se había hecho tan popular que todo el mundo lo saludaba por la calle. En las cuatro sedes (Valencia, Xàtiva, Castellón y Gandía) que la candidatura había dispuesto para la recogida de adhesiones (firmas de simpatizantes) y delegaciones de acciones de multitud de pequeños accionistas que no tuvieran acceso a la asamblea (era imprescindible tener nueve para asistir) había muchísima gente. Tuvieron que contratar más azafatas (muy atractivas) en todas ellas. El tándem Lloris-Bouba eclipsó casi todos los demás hechos noticiables, que quedaron en un claro segundo plano. La Ruta Azul, el Plan Hidrológico, la concesión de aguas potables (negocio al que también aspiraba Florentino Pérez a través de Fernández Tapias, presidente de la Cámara de Comercio de Madrid)…, todo era una minucia comparado con el interés que despertaba la candidatura de Lloris. De repente el Valencia se convirtió en algo más que un club. Sin duda el fichaje de la sensación del último mundial ilusionaba a la ciudad, que se había quedado en dos ocasiones consecutivas a punto de lograr la Champions League (nadie se acuerda del subcampeón). Pero la personalidad singular de Lloris, su ímpetu, la actitud tan osada y decisiva que mantenía, centraron el debate. La sociedad valenciana, siempre tan necesitada de un espíritu ganador, no había estado tan convulsa desde los tiempos de Paco Roig.
Todas las soluciones que Sebastià Jofre había buscado para pararle los pies demostraron ser inútiles. Entonces se sirvió del último recurso: el pacto. Previamente, el consejo de administración, con los gastos a cargo del club, había pedido a través de la prensa, la radio y la televisión (la Televisió Valenciana participó en todo ello con carácter colaboracionista) que los accionistas delegaran en ellos sus acciones recordándoles que habían ganado la Copa del Rey, la Liga (treinta y un años después de la última) y los dos subcampeonatos de Europa. Incluso enviaron a todos los accionistas una especie de diploma personalizado felicitándolos por los títulos: «Estos trofeos no hubieran sido posibles sin tu apoyo.» Pero era imparable la multitud de accionistas que delegaban en Juan Lloris. La falta de fichajes, que tanto ilusionaban a los aficionados, había sido determinante. Bouba era decisivo. ¿Podría realizarse algún dossier sobre Bouba? Sí. Según la información de varios contactos senegaleses, pasaba más tiempo en los prostíbulos que en los entrenamientos. Pero en Senegal Bouba cumplía con creces, marcaba goles y daba espectáculo. Además, ir contra él suponía herir la sensibilidad de los miles de aficionados que lo aclamaban. Dejémoslo estar.
Sebastià Jofre se reunió con Lloris, acompañado por Curull, a la una de la madrugada, en la cafetería de una gasolinera de la pista de Silla (carretera de Alicante). El hecho de que el encuentro tuviera lugar a aquellas horas fue debido a que Lloris, con la agenda repleta, aceptó reunirse después de una cena con las peñas de la comarca de la Costera. No se conocían personalmente, aunque Lloris sabía de quién se trataba. Sebastià Jofre, en principio reacio a cualquier concesión, ofreció a Lloris la dimisión del consejo de administración a cambio de que no fuera beligerante al asumir la presidencia. Poca cosa, están derrotados. Para la sociedad valenciana, añadió Jofre, es muy importante la pacificación del club. Si se inicia una guerra todos saldréis perdiendo. Lloris quiso saber por qué un político le pedía algo así. Jofre se justificó diciendo que él sólo ejercía de intermediario porque se lo había pedido el consejo de administración. Y que era neutral (como su partido). Como Lloris seguía sin entender la mediación de un político, Jofre insinuó que quizá el estado de la contabilidad del club no era el más idóneo (se han tenido que hacer muchos fichajes en estos tres últimos años y las ventas no los han compensado en absoluto). Quería pactar, a cambio de la dimisión del consejo y de la promesa de que no harían oposición de ningún tipo, que no se sacaran a la luz los trapos sucios para no dar una mala imagen del club. Lloris debía saber que todo lo que afectara al club sería perjudicial para la imagen de la ciudad. Le puso el ejemplo de Gaspart y Barcelona. El Valencia es de todos. Lloris seguía sin entenderlo. Desde el Govern, aseguró Jofre, te ayudaremos en todo lo que haga falta para que el equipo alcance grandes éxitos. Sabemos que eso será bueno para la ciudad. Al decir aquello, Lloris aceptó (por Valencia y por su imagen, cualquier sacrificio era poco).
Al día siguiente por la mañana, como hacía con frecuencia desde el inicio de la campaña, Juan Lloris se dirigió a la sede electoral de Valencia, un local situado en la avenida de Aragón, muy cerca de Mestalla. Al bajar del coche se encontró con Júlia Aleixandre, que lo estaba esperando en la puerta. Lloris relacionó enseguida su presencia y la reunión con Jofre. Sospechó que estaba pasando algo fuera de su control. Aceptó tomarse un café con ella (le gustaba mucho, aunque físicamente no fuera su tipo de mujer; pese a sentirse amenazado por su ademán provocador, tenía aquel toque malicioso que lo excitaba, o quizá fueran las virtudes curativas del éxito lo que le estaba devolviendo el firme deseo por las mujeres). Lloris le contó su encuentro nocturno con Jofre. Júlia le preguntó qué era lo que le había ofrecido. Tras revelarle el pacto que habían acordado, Júlia le confesó que deseaba ser su asesora. Lloris le recordó a Júlia la traición de Oriol, le recordó la amistad que los unía. Dos recordatorios que insinuaban su desconfianza en ella. Estaba harto de asesores listillos. Pero ella había ido a verlo para darle una información de tanta importancia que lo convertiría en un hombre capaz de colmar todas sus aspiraciones. Júlia tenía planes para Lloris. Sin embargo, el candidato quería saber en qué consistía aquella información tan primordial. Júlia calló, como si meditara la conveniencia de decírselo antes de llegar a un acuerdo. Si es algo grande, le dijo Lloris, estoy dispuesto a hacerte un contrato blindado y convertirte en el miembro más poderoso de mi staff. Acto seguido le describió con qué condiciones económicas la contrataría, el blindaje y la disponibilidad de medios que le ofrecería para llevar a cabo sus planes. Pero antes quería saber por qué deseaba trabajar para él. Cuando se lo dijo, cuando entendió cómo la habían despreciado, Lloris comprendió que la información sería realmente crucial, y por qué Sebastià Jofre, un hombre clave en el entramado conservador, se había tomado la molestia de contactar con él, otro gran despreciado. Júlia le explicó en qué consistían los dobles contratos y qué función tenían. Entonces le comentó por encima cuál sería la mejor forma de aprovecharlos. Le aseguró que se entenderían muy bien, porque ella sabía lo que él quería y él entendió lo que estaba dispuesta a hacer. La contrató. Júlia permanecería en la sombra, urdiendo la estrategia.