El 23 de agosto, una semana antes de que empezara la Liga de Fútbol Profesional, a las diez de la mañana, tuvo lugar la asamblea del Valencia C. F. más concurrida de la historia del club. Se celebró en la Fonteta de Sant Lluís, el pabellón donde el Pamesa jugaba al baloncesto. Podían participar todos los accionistas con un mínimo de nueve acciones. Si al entrar no habían delegado sus acciones, se entendía que autodelegaban en el momento en que se acreditaban. Podían votar «sí», «no» o en blanco a los puntos del orden del día. La mesa presidencial estaba integrada por el presidente del club y por todos los miembros del consejo de administración, sentados por orden de importancia: vicepresidente, portavoz, tesorero… Al lado del presidente, el notario que daría fe con su acta de todo cuanto allí ocurriera.
Juan Lloris llegó a la Fonteta media hora antes de que se iniciara la asamblea, acompañado por Rafael Puren. Al bajar del coche recibió la primera ovación de los accionistas que se apiñaban ante la puerta, y la multitud de periodistas, mucho más numerosos de lo habitual en las asambleas, no tardó en sacarle titulares. Pero Lloris, prudente, declaró que estaba contento con la campaña; muy satisfecho de la acogida que tanto Bouba como él -Curull insistió en que mencionara al crack siempre que pudiera- habían tenido en las peñas -es una lástima que no haya podido asistir a todas-, pueblos y ciudades que visitaron. A la pregunta de si se consideraba el vencedor de la asamblea, el candidato dijo que primero había que escuchar a los accionistas, pero que, en efecto, al menos se consideraba el vencedor moral. No obstante, añadió que por respeto a la voz y al voto de los accionistas -sobre todo de los pequeños: ellos, con su limitado poder adquisitivo, sí que hacen un esfuerzo de valencianismo- no quería manifestar nada más, aunque se ponía a disposición de los medios informativos cuando finalizara la asamblea.
Entró en el pabellón rodeado de periodistas. Una azafata lo condujo a la primera fila, reservada a los grandes accionistas. Saludó a sus compañeros de butaca, que lo recibieron con mucha amabilidad. La mayoría del público lo ovacionó. Lloris correspondió con un saludo de humildad calculada.
Poco antes de que empezara el acto, el consejo de administración exhibió un vídeo promocional, en una pantalla gigante, con los goles del equipo. Se mostraron las victorias épicas contra el Barça y el Madrid de la anterior temporada. Se produjeron algunos silbidos por lo que se consideraba un abuso demagógico del poder. Pero Lloris aplaudió y todo el mundo acabó secundándole.
Después de la proyección del vídeo, al son del himno del Valencia, todos los miembros del consejo de administración ocuparon la mesa presidencial. Hubo una gran silbada. Un minuto más tarde, al hacerse el silencio, se empezó a cumplir el orden del día con el balance económico del ejercicio anterior. Era un aspecto muy aburrido y ningún accionista intervino. El segundo punto consistió en la lectura del presupuesto previsto para el año siguiente. Mientras el portavoz informaba, el presidente recibió una nota, detalle que no pasó desapercibido a Santiago Guillem. Las intervenciones de los accionistas sobre el modelo de presupuesto fueron interrumpidas por el presidente porque no eran pertinentes. Se quejaban del intento del club, finalmente frustrado, de traspasar a Kily González. Por una amplia mayoría los accionistas no aprobaron el presupuesto. A pesar de todo, se esperaba con auténtica ansiedad el apartado de ruegos y preguntas. Antes de llegar a aquel punto la mesa presidencial ordenó un receso. Todos los miembros de la directiva se retiraron por una puerta lateral. Lloris permaneció en el asiento, para evitar hacer declaraciones. La asamblea se retransmitía en directo por radio y procuraba que la euforia no lo llevara a cometer excesos verbales (hable sólo cuando sea necesario, le había aconsejado Curull, y cuando lo haga diga sólo lo que haga falta). Puren se fue a hablar con el grupo de accionistas que compondrían la junta de Lloris. El presidente del club entró en un despacho y llamó por teléfono a Sebastià Jofre, que seguía el curso de la asamblea por la radio. Ambos acordaron que el consejo de administración dimitiera en bloque. El presupuesto, la única esperanza que tenían, había sido rechazado y aquello suponía el prólogo a una derrota cantada. El presidente nunca llegó a saber que Jofre ya había acordado con Lloris aquella dimisión.
Quince minutos más tarde se retomó la asamblea con el apartado de ruegos y preguntas. El presidente cedió la palabra a un accionista que elogió el comedimiento del consejo de administración al no hacer ningún fichaje que hubiera lastrado aún más la ya maltrecha economía del club. Una bronca monumental le impidió seguir hablando. Entonces el presidente advirtió que anularía la asamblea si no se respetaban los turnos de palabra. Pero la gente siguió protestando y Lloris se levantó para pedir silencio. Tres accionistas más aprobaron la actitud del club. El quinto en hablar según los turnos previamente pactados fue Lloris. Se produjo una ovación clamorosa. El candidato volvió a pedir silencio. Entonces, dirigiéndose con voz potente a la mesa presidencial, con gestos enérgicos aconsejó a la directiva que, en vista de la reacción de la mayoría de los accionistas -que había rechazado el presupuesto-, dimitiera por dignidad. Si no lo hacían, presentaría una moción de censura avalada por los miles de accionistas que habían delegado en él. Lloris hizo hincapié en que el club necesitaba paz y tranquilidad antes de una temporada tan importante; calma posible si el actual consejo cedía el poder sin meterse en una guerra que a nadie beneficiaría. Como valencianistas debían pensar en la imagen del club, y por extensión en la de la ciudad. El presidente contestó que, antes de que tuviera lugar la asamblea, todo el consejo de administración ya tenía previsto dimitir si no les aprobaban el presupuesto, base sin la que un club no puede funcionar, por no decir que, sin eso, era imposible continuar ya que no contaban con su activo más importante, los accionistas. Pero, como valencianista, como socio con treinta años de antigüedad -por cierto, señor Lloris, hace muchos años que usted no viene a Mestalla-, no podía dejar de advertir a los accionistas, a la masa de aficionados, que el meteórico ascenso del candidato gracias a su fichaje estrella -un futbolista así de diecinueve años es una incógnita, por joven y africano, es decir, de cultura y costumbres muy distintas- acabaría llevando al club a una situación económica insostenible. A pesar de todo, el presidente y la junta respetaban, como demócratas, la voluntad de los accionistas, y por eso, sólo por eso, presentaban su dimisión.
En su turno Lloris replicó que Bouba ni por asomo pondría en peligro el patrimonio del club, del que él personalmente respondería si hiciera falta. Más bien al contrario, el fichaje del crack senegalés -no es ninguna incógnita y a su rendimiento en los últimos mundiales me remito, al interés del Bayern, del Inter y del Milan me refiero- abriría nuevos horizontes para la economía del club, ya que los mecanismos de funcionamiento del fútbol habían cambiado radicalmente con las posibilidades del merchandising (se le atragantó un poco el anglicismo). Pero era el momento de la acción y no de las palabras. Como muestra de buena voluntad, Lloris felicitó al consejo por la decisión de dimitir. Acto seguido entregó al notario el paquete de acciones que obraba en su poder y que le permitía dirigir el club con mayoría absoluta.
El público, que llenaba más de la mitad de las gradas del pabellón deportivo, dedicó una prolongada ovación a Lloris mientras el consejo de administración, con el vencido presidente a la cabeza, abandonaba la mesa presidencial, a la que subió el victorioso candidato. Desde allí reclamó la presencia del resto de los miembros que conformarían la nueva junta. Entre ovaciones -antes de que el notario tuviera tiempo de verificar el porcentaje de acciones que daba a Lloris el derecho de nombrar al nuevo consejo-, el autonombrado presidente fue presentando a los directivos. Después, en una sala especialmente habilitada a la que acudieron todos los periodistas excepto Santiago Guillem, Lloris inició una rueda de prensa. Guillem se acercó a la mesa presidencial y empezó a examinar los papeles que quedaban. Bajo el acta de la asamblea encontró la nota que le habían pasado al presidente recién dimitido: «Llama urgentemente a Jofre.» Se la guardó.