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Rodeado por su junta -él sentado y los demás de pie-, Lloris no esperó a que los periodistas le hicieran preguntas. El presidente anunció que, desde aquel mismo instante, empezaba a tomar decisiones. Sobre los dos grandes núcleos del club, el área económica y la deportiva, dijo que personalmente se haría cargo de la gerencia -de forma provisional- y que no habría cambios en lo deportivo en vista del buen rendimiento en esa área. Tenía absoluta confianza en el secretario técnico. Además no eran convenientes cambios en la planificación deportiva una semana antes del inicio de la Liga. Exceptuando, por supuesto, la incorporación de Bouba, que ese mismo día se pondría a disposición del entrenador. Anunció la creación del área social, para la que ya había pensado en una persona de fuera de la junta, que oportunamente daría a conocer. Adelantó que sería una mujer. Y aunque aún no hubiera hablado con el mítico ex jugador Mario Kempes, tenía la intención de ofrecerle la presidencia de honor del club, al igual que el Real Madrid había hecho con Di Stefano. También para el área representativa del club nombraría a otro ex jugador. Quería incorporar a los más históricos, como Puchades y Claramunt, al organigrama del club. Anunció la creación de una línea telefónica directa con el presidente, para que todos los socios, accionistas y simpatizantes pudieran preguntarle cualquier cosa sobre el club. Dedicaría dos horas a la semana a atenderlos personalmente. Con carácter irrevocable renunciaba al sueldo de presidente y al chófer que tenía derecho a disfrutar. Dijo que el Valencia seguiría en la organización G-14 -grupo de presión de los grandes clubes de Europa-, pero no como convidado de piedra, como hasta entonces, sino con la voz decisiva que le correspondía, de acuerdo a su categoría. Por último dijo que esperaba la cooperación de las instituciones valencianas, y pidió unidad al valencianismo para alcanzar el gran sueño de ganar, por fin, la Copa de Europa. Conmigo el Valencia dejará de ser un segundón.

20

Las dos primeras decisiones que tomó Juan Lloris fueron asistir personalmente a Madrid a la reunión del G-14 e impedir que los jugadores Aimar y Baraja actuaran en el partido, denominado «del siglo», que celebraba el centenario del Real Madrid. Los únicos partidos del siglo son los que juega el Valencia cada domingo, declaró ante la prensa de Madrid al acabar la reunión del G-14 (asesorado por Curull, Lloris presentó al G-14 un proyecto revolucionario consistente en la creación de una liga cerrada de dieciséis equipos que sustituiría a la actual Champions). Los aficionados dieron su aprobación a la negativa de Lloris. Marito Kempes, que ya actuaba como presidente de honor del club, añadió (para suavizar más que para matizar) que tanto Aimar como Baraja eran muy importantes en el esquema táctico del entrenador; una lesión inoportuna, en un partido amistoso, habría sido un contratiempo en pleno inicio de la Liga. Bouba -que también había sido reclamado para jugar el partido del siglo- no tenía la preparación adecuada, circunstancia que lo hacía aún más vulnerable a las lesiones.

A propósito del crack senegalés, Lloris y el entrenador tuvieron un encontronazo en su primer contacto. El secretario técnico presentó al entrenador ante el presidente al día siguiente de la asamblea, domingo, en las instalaciones del club en Paterna. Por si las moscas, Celdoni Curull acompañaba a Lloris siempre que podía. Con traducción simultánea a cargo del catalán, el presidente, después de abrazar al entrenador y darle un efusivo apretón de manos -era un inglés que había estado seis años en el Chelsea y que dirigía el Valencia desde hacía tres temporadas-, le dijo:

– Estarás contento con el crack que te he comprado.

Traducción de Curulclass="underline"

– El señor presidente dice que el club ha hecho un gran esfuerzo para incorporar a Bouba.

Entrenador:

– Se lo agradezco. Es muy bueno. Hacía tiempo que seguía su trayectoria. Pero ahora mismo está falto de ritmo. Tendremos que esperar unas tres semanas para que debute.

Curull a Lloris:

– Está contentísimo y se lo agradece mucho. Lo hará debutar dentro de tres semanas. Le falta ritmo.

– Dile que si no debuta el domingo le rescindo el contrato.

– Señor Lloris, sea razonable…

– Díselo.

Curull, traductor:

– El señor presidente comprende los aspectos técnicos, pero le ruega que lo haga debutar, aunque sólo juegue unos minutos, por deferencia a los aficionados, que están enormemente ilusionados.

El entrenador:

– Entiendo la postura del señor presidente, pero el equipo y el club deben estar por encima de cosas así. Al fin y al cabo, los accionistas quieren que gane el equipo.

Curull al entrenador:

– Oiga…

– ¿Qué dice? -Lloris.

– Un momento, presidente. -Y al entrenador-: Oiga, el domingo jugamos contra el Recreativo de Huelva, un equipo en principio asequible. Sea razonable y hágalo salir unos minutos.

El entrenador vaciló. Jugó cabizbajo con un silbato que llevaba colgando del cuello.

– ¿Qué dice? -Lloris.

– Tenga paciencia.

– Está bien -dijo el entrenador-, procuraré que juegue el último cuarto de hora si el marcador está claramente a nuestro favor.

Curull a Lloris:

– Por consideración a usted, lo hará jugar durante unos minutos.

– ¡Todo el partido! La gente vendrá a verle.

– Señor Lloris, lo más importante es el resultado. Bouba jugará. Lo anunciaremos. El público entenderá que lo haga en la segunda parte. Es lógico. No ha hecho pretemporada con todos los demás. Le falta compenetración.

– ¿Más de diez mil millones de pesetas y necesita compenetración?

Curull al entrenador:

– El señor presidente respeta sus decisiones técnicas, pero de nuevo le ruega que, si el resultado es favorable, lo haga jugar.

– No tendré ningún inconveniente, pero en el área técnica no quiero intromisiones de los directivos.

– Puede contar con ello. -Curull a Lloris-: Dice que hará lo que usted quiera. Lo sacará en la segunda parte.

– Muy bien. -Lloris dio un satisfecho apretón de manos al entrenador-. Encantado de conocerle. Espero que pase aquí muchos años.

Traducción:

– El presidente está muy contento con su labor. Dice que las decisiones técnicas pertenecen exclusivamente a usted y espera que pase muchos años entre nosotros.

– Yo también. Disculpen, pero tengo una rueda de prensa. Recuérdele que tengo una revisión de contrato pendiente.

– Ahora mismo se lo digo.

El entrenador se marchó.

Lloris:

– ¿Qué te ha dicho?

– Que da gusto trabajar con presidentes como usted y que está en el mejor club del mundo.

– Normal. ¿Contra quién jugamos el domingo?

– El Recreativo de Huelva.

– ¿El Recreativo? Se llevarán media docena.

– No diga eso delante de la prensa, sería una falta de respeto al rival.

Domingo 31 de agosto. Mestalla es una olla a presión. En todas las gradas hay pancartas: «Gracias, Juan Lloris» (instigada por Puren, representante de las peñas en el consejo de administración), «Bouba, arrásalos», «Liga y Champions, al bote», «Este año, sí»… En la rueda de prensa del viernes, el entrenador había anunciado que convocaba a Bouba: estaba en mejor forma de lo que creía y era probable que jugara unos minutos. La sala vips, que precede al palco presidencial, está repleta de cargos institucionales y de líderes de todos los partidos. Según el protocolo, el alcalde, en ausencia del president de la Generalitat (de visita en Managua; a Londres, Berlín o Roma no iban nunca), es quien debe sentarse junto al presidente del club. Lloris se niega. Está convencido de que quiere aprovecharse de la popularidad que ahora mismo tiene él en la prensa. Curull insiste en que el protocolo debe cumplirse. A Lloris no le queda más remedio que aceptar (Curull ha llamado por teléfono a Júlia y ésta lo ha convencido: «Tienes que hacerlo. Aún no ha llegado la hora de enfrentarte a ellos»). Las azafatas acompañan a los invitados hasta su sitio en el palco. El alcalde busca al presidente para entrar con él, pero no lo encuentra por ninguna parte. Al final acaba entrando solo. Puren avisa a Lloris (encerrado en el lavabo) que ya puede salir. Un minuto antes de que empiece el primer partido de la Liga de Fútbol Profesional, Lloris accede solo al palco. Las peñas organizadas por Puren aplauden y contagian al resto del estadio, que lo recibe con una gran ovación que se encadena con la de la salida del equipo y el himno del club. El ambiente es extraordinario. Desde la tribuna de prensa, Santiago Guillem procura no perderse ningún detalle (ni recuerda cuántos años llevaba sin asistir a un partido de Liga). Unos metros más allá del palco presidencial ve a Salvador Ribas, el ex directivo que dimitió al descubrir los dobles contratos. Ambos se saludan discretamente, también con algo de complicidad.